Capítulo 3: Nos vamos

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Tal vez, todo era muy precipitado. Teníamos, exactamente, diez horas, treinta y ocho minutos y cuatro segundos. Bueno, ya quedaba un segundo menos. Y así, poco a poco, las horas y los minutos corrían como si de un atleta se tratase. Como era por la tarde, Lucía estaba en la universidad. Sería su última día de universidad hasta... No sé ni yo cuándo. No teníamos absolutamente nada preparado. Solo un viaje con el que daría comienzo nuestra andadura por el mundo. Llegaríamos a París, la ciudad del amor, o eso dicen. Lucía, como chica respnsable que era, había preparado ya toda la maleta. Habíamos llegado a un acuerdo, ella llevaría toda la ropa de verano y yo la de invierno. La verdad es que no sabíamos dónde aacabaríamos durmiendo ni, mucho menos, que tiempo haría allá donde estuviéramos. Finalmente pude cerrar la maleta, de la manera más brusca posible, aunque tengo que reconocer que tuvo que pedir ayuda a la madre de Lucía porque sino no hubieramos podido salir nunca por culpa de mis alergias con las maletas. Nunca entenderé por qué la gente se lleva tanta ropa, ¡ni que fuera a dar la vuelta al mundo!  Nosotros, que sí que íbamos a dar la vuelta al mundo, nos decidimos por dos maletas, cargadas hasta arriba, en la espalda y listo. Justo antes de salir de la habitación me topé con un cuadro, una foto. No era una foto cualquiera. Tenía un especial significado, tanto para ella como para mí. Era las primeras vacaciones que hicimos despúes de todo lo que pasó. Nos sentimos muy agustos y nos lo pasamos especialmente bien, aunque el hecho de que viniesen sus padres le quitaba una pizca de romanticismo, la cual sabíamos aprovechar cuando los perdíamos de vista. Bueno, mejor dicho, ellos nos perdían de vista a nosotros. No tenía idea alguna de cómo metería el marco en la maleta. Dicen que el hombre es el único que tropieza dos veces en la misma piedra. Pues bien, en mi caso no fueron dos veces, sino unas cuantas más, las que estuve intentando meter la foto con el marco.

-¿Recuerdas cuando lloraste al ver la playa? -me dijo mientras agarraba la foto rozando suavemente mi mano.

-No lloré... -le respondí quitándole la foto de la mano y rompiendo así el momento romántico que se preveeía.

La verdad es que no iba a mentirle diciendo que lloré por la playa. Recuerdo perfectamente qué me pasó. Aunque realmente nunca sería capaz de explicarlo con palabras. Fue una sensación rara que recorría todo mi cuerpo hasta llegar a los ojos, quienes transformaron esa rara sensación en lágrimas. Creo que nunca había llorado. Quiero decir, de esa manera. Llorar de alegría, sabiendo que ya no tenía de qué preocuparme más. Había dejado atrás un pasado oscuro que tenía que dar lugar a un futuro bonito y esperanzador. Y, de una manera u otra, la playa era el comienzo de ese ambicioso futuro.

-Anda trae, que no sabes ni meter una foto en una maleta -dijo mientras esbozaba esa leve sonrisa que me hacía perderme en ella.

No me había dado cuenta apenas, pero el reloj ya marcaba las doce. A esta hora Cenicienta se estaba reocgiendo, mientras a nosotros solo nos quedaban seis horas para emprender el viaje de nuestras vidas. Yo ya había viajado antes, aunque no me acuerdo muy bien. Fue con unos seis o siete años y también fui a París, más en concreto, a Disneyland. Puede que no recuerde mucho, pero si que mantengo en mi memoria la escena que viví a unos metros del cielo. Empecé a llorar cuando el avión estaba inclinado en dirección al cielo. Mi madre, al ver mi tristeza, me dijo: "No te preocupes. Siempre estaré aquí contigo." Acompañado de un beso que, en su momento, me transmitió seguridad, pero ahora cada vez que lo recuerdo me arrepiento, de ese momento y de todos los vividos con ella. Era un amor falso. ¿Cómo podía haber estado tantos años finjiendo de esa manera? No pensaba que nadie fuese capaz de pronunciar las palabras: "Te quiero hijo." Y luego venderme al que más ofreciera por mí. Ojalá existiera una medicina que te hiciera borrar el pasado. No sólo los momentos malos, sino todos porque, al fin y al cabo, los momentos buenos que había vivido eran ficcticios todos. Aunque la verdad es que no quería ponerme a pensar en eso ahora mismo. Lucía, en cambio, no había viajado al extranjero ni había disfrutado nunca de la experiencia del avión. La notaba un tanto nerviosa, pero no quería reconocerlo para nada. en el fondo, era una chica fuerte, muy fuerte. Fue la única capaz de sacarme del pozo en el que me encontraba después de todo.

Esto de pensar merece la pena. Pasaban tres horas de la medianoche y era el momento de marcharnos. El vuelo no salía hasta las seis, pero había que estar como dos horas antes. Cosa que no entendí al llegar allí, cuando no nos dejaron subirnos al avión hasta media hora antes del despegue. Nos acompañaron los padres de Lucía. En el coche se respiraba un ambiente frío. Su madre era la que más había aceptado la idea de que su hija se fuese. Decía que era normal en una chica tan joven como ella vivir nuevas experiencias y visitar nuevos lugares. Sin embargo, el padre no tenía la misma percepción. No se fiaba mucho de mí. Bueno la verdad es que nunca lo había hecho. Siempre era el que más preguntaba de los dos sobre adónde íbamos y de dónde veníamos cuando oía la puerta. Al llegar al aeropuerto, la cosa cambió un poco.

-Bueno... Nos vamos -dijo Lucia tratando de no mirar mucho a sus padres para que empezaran a llorar. Aunque no tuvo mucho efecto, ya que ambos dejaron caer alguna lágrima que otra.

-Recuerda, si tenéis problemas o algo, no dudéis en llamarnos, que iremos allí donde estéis si lo necesitáis -dijo la madre mientras la abrazaba.

Antes de que nuestras maletas acabaran con nosotros, alguien se quería encargar de acabar conmigo antes. Viví uno de los momentos más tensos que nunca antes había tenido. El padre de Lucía se econtraba frente a mí con una mirada, con la que parecía querer matarme y hacerme pedazos como poco. No quiero parecer cobarde, pero lo cierto es que me asusté cuando abrió los brazos. "¡Abrazame!" dijo después. Me parecía muy extraño, aunque así hice por si acaso me esperaba un castigo si no lo hacía.

-Mira, es la única hija que tenga. Es lo que más quiero en este mundo. Más te vale que no le pase nada, porque de ser así, será a ti al que le pase algo también - me susurró al oído lo más flojo posible para que solo pudiera ser yo quien lo escuchara.

-¡Papááá! Déjalo ya al pobre, que al final vamos a llegar tarde por tu culpa.

-Pasadlo bien -respondió el padre mientras me daba pequeños golpecitos en la cara, que acabaron siendo tortas con carrera universitaria y todo. 

Pues sí, allí estábamos. Lucía, dos maletas llenas de ropa invernal y de verano y yo. Todo ello unido a las ansias de disfrutar de cada pequeño detalle que se nos antepusiera en este arduo camino. Todavía no habíamos entrado, cuando Lucía, de la manera más alterada que pudo, dijo se me olvida algo. A pesar de eso, lo mejor estaba por comenzar. Y el viaje no había hecho más que empezar 

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