Capítulo uno

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NOTAS: Si os suena esta historia es porque ya había sido subida aquí sin mi permiso; ahora ya está solucionado y pensé que era mejor empezar a subir mis historias empezando por esta. Espero que os guste. Y muchas gracias a Argenya que es la responsable de esta portada más que alucinante.

Todo el mundo tiene días buenos. Días malos. Días que no destacan ni por una cosa ni por la otra. Días espléndidos que no quieres que acaben nunca. Y días en los que todo te sale tan mal que, al mismo tiempo, te das pena a ti mismo y no te soportas.

De esos en los que realmente no habrías querido levantarte de la cama, que no te importa nada, sólo llegar a casa y tirarte en la primera superficie que encuentres, en los que sólo quieres olvidarte del mundo; pero estos días suelen ser tan malos porque por mucho que ya no puedes más, la opción de ir a esconderte bajo una manta es imposible porque tienes más cosas que hacer; lo que hace que algo que no podía ir a peor, lo haga.

Uno de esos días era el que estaba teniendo Niall.

Su despertador había decidido quedarse sin pilas sin avisarlo, y cuando había llegado a la cocina derrapando para tomarse el desayuno de su madre, que iba a tener que dejar a la mitad, preguntándose porque esta no lo había despertado, recordó que estaba solo porque aprovechando el día libre de su padre, él y su madre habían ido a visitar a Greg a la universidad. Recordó eso al mismo tiempo que vio la hora en el reloj de la pared, y ahogó un grito angustiado al ver que estaba llegando dos horas tarde a clase.

Se vistió con la ropa del día anterior que había dejado tirada en la silla de su escritorio, y asegurándose de coger el trabajo de historia y sin prestar atención a si el resto de libros eran los acertados, se cargó la mochila al hombro para salir corriendo por la puerta.

Había llegado a tiempo para la tercera clase del día, historia, y había podido entregar su trabajo. Eso sí, a expensas de llegar a clase empapado después de haber hecho el camino corriendo bajo lo que él consideraba el segundo diluvio universal. Y a partir de ahí su día no había mejorado, se había dejado el libro de matemáticas en casa, lo que había hecho que su profesor lo expulsase de clase, se había dejado también la cartera, y si había comido había sido gracias a que Liam, que llevaba el dinero justo para un menú, había compartido el suyo. Después habían tenido educación física, clase en la que también se había llevado una bronca por no haber llevado el chándal, y al salir del gimnasio para ir a la biblioteca en esa hora, se había llevado por delante a la profesora de plástica, suceso que, además de acabar en otro bronca, había hecho que terminase con lamparones de pintura rosa por toda la camiseta.

Al salir de clase, después de asegurarle a su mejor amigo que estaría bien, aunque Liam no se había ido muy convencido de ello a boxeo, había acabado salpicado dos veces por coches cuyos conductores no parecían haber aprendido donde estaba el freno, y arrepentido de no haber dejado que su amigo lo acercase a su casa. Le faltaban metros para llegar cuando se dio cuenta de que se había dejado las llaves en el mueble de la entrada, y poco faltó para que empezase a dar cabezazos contra la señal de stop que había a su lado.

Cuando estaba a punto de emprenderla a cabezazos contra si mismo por haberse dejado sin posibilidad a alguna de entrar a su casa antes de que sus padres volviesen, que no sería hasta la hora de cenar, un sonido a lo lejos había hecho que levantase los ojos al cielo. Tormenta.

A toda prisa había desandado sus pasos, y agradecido por no haberse gastado las monedas sueltas que llevaba en el bolsillo en algo para comer de postre, enfiló hacia el único lugar en el que confiaba poder sentirse algo mejor. Funcionaba siempre, así que esperaba que también lo hiciese aquel día.

Un café para llevarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora