Capitulo IV

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Era una fría noche de invierno en la ciudad de New York. Las festividades navideñas habían culminado y todo parecía estar volviendo a la normalidad. En un lujoso apartamento de "Upper West Side" de Manhattan dormía plácidamente Beatriz y sus niños.

El sonido del llanto de Amanda la levantó. Era costumbre que la niña se levantara dos o tres veces a la semana en medio de un ataque de llanto. Los ataques de llanto habían comenzado aquel mismo año luego de que en la escuela hicieran un día de padres e hijos. Sus compañeros habían ido con sus papás a la escuela ese día, Amanda y Alex habían ido con su mamá ya que su papá "estaba de viaje" o eso era lo que Betty les había dicho a los niños. Desde ese día, Amanda había comenzado a hacer preguntas inquietantes a Betty. ¿Donde estaba su papá? ¿Por que nunca venía a casa? ¿Cuando terminaría su viaje? ¿Por que no lo podían llamar? ¿Por que no les escribía? Todas esas preguntas hacia la pequeña sin parar y Betty no sabía como responder. Así que ante la poca información que le daba Betty, la insistencia de La Niña y el hecho de que a muchos de sus compañeros les acompañaban ambos padres a las actividades escolares, Amanda despertaba ahora en las noches en medio de ataques de llanto preguntando por su papá y diciendo que soñaba con él.

En la oscuridad de la habitación buscó a tientas sus gafas. ¿Donde rayos las había dejado? Amanda lloraba sin cesar rompiendo el silencio de la noche. Esta niña va a levantar a todos, pensó Beatriz y se rindió en la búsqueda de sus gafas y se dirigió con mucho cuidado al cuarto de la niña.

Camino a la habitación de los niños tropezó con la puerta y maldijo por lo bajo. ¿Donde estarían sus gafas? Ya las buscaría con calma. Se sentó en la cama de Amanda y tomó a la niña en brazos.

B: ya está mi amor... ya, ya... mamá está aquí. Tranquila. -le decía mientras la acunaba en sus brazos y la mecía despacio. Le acariciaba la espalda despacio y le daba besos en su cabeza cuando Amanda habló muy bajito:

-Am: mami... soñé con él. Se que es él. -decía entre suaves sollozos.

Beatriz no le contestó. Se temía que pronto tendría que contarles la verdad a sus niños. Decirles que Armando, su papá, no estaba de viaje, que vivía, y no sabía nada de ellos. No sabía que tenía hijos y no recordaba la existencia de Betty ni el amor que decía profesarle.

Hacían cinco años de el accidente de Armando y Betty en la casa de Campo de los Mendoza. Luego de que Armando no la recordara, Beatriz se sumió en una terrible depresión. Se maldecía y se culpaba a si misma por no haberle creído en su momento. Por haber duda del amor de Armando y por no haberle dado la oportunidad de aclararle todo lo sucedido. El mes que estuvo recibiendo los misteriosos girasoles y los regalos de parte de Armando le ayudaron a entender que él la amaba y que no lo hacía por la empresa, pero ella en su terquedad nunca tomó el teléfono para decirle cuanto lo amaba, nunca decidió buscarlo, nunca le respondió una sola carta. Solo hasta aquel día en que lo vio casi ahogándose en el río fue capaz de reconocer lo mucho que lo amaba y lo que era capaz de hacer por él.

Luego del accidente, Beatriz comenzó a vivir en la mansión de los Mendoza para estar más cerca del hospital y poder visitar a Armando. Pero el hecho de que él no la recordaba le dificultaba mantenerse en pie y tranquila, especialmente debido a su estado. Y si, es que mientras estuvo en el hospital se enteró que sus sospechas eran ciertas y que estaba esperando un hijo de Armando. Bueno, en realidad eran dos pero eso no lo supo hasta el día del nacimiento. Amanda y Alexander, sus niños, la luz de sus ojos. En esos dos meses, Betty trataba de sacar la empresa a flote, mantener su vida, y tratar de hacer que Armando la recordara, pero era imposible. Ella había pedido que no le dijeran nada sobre su relación, sobre lo sucedido en EcoModa, el embargo y el engaño. Armando no necesitaba esos detalles, al menos hasta que la recordara. Beatriz nunca le dijo que lo amaba en ese tiempo, nunca le contó sobre todo lo que él había luchado por ella. Y es que en su terquedad está dudaba de su amor. Se repetía a sí misma que si el amor que él le profesaba era tan grande y fuerte el debía de recordarla, más no siendo así, ella se convencía de que él no la amaba. Pues en su enseñanza entre los más altos valores y principios de la moral, el amor lo podía todo.

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