4.

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Cuando Jimin era pequeño y había empezado su vida escolar siempre se sintió diferente a los otros niños. Recordaba las lágrimas que derramaba en un rincón del salón porque percibía una pared invisible que se erguía sobre él y le separaba de los demás. Aquello le impedía sumergirse en la cotidianeidad de la infancia. Era como si a todos esos pequeños les hubiesen explicado algo en sus familias que para Jimin era un secreto. ¿Cómo se les podía hacer tan fácil? ¿Cómo podían hablar entre ellos sin que la garganta les temblara? ¿Cómo hacer desaparecer la sudoración de sus pequeñas palmas para poder jugar con los muñecos de la estantería?

Con los años aprendió a camuflarse con el resto, pero el sentimiento de ser una pieza del rompecabezas equivocado persistía. No le era difícil actuar conforme el papel que se esperaba de un chico de su edad, pero a veces creía que se estaba ahogando en un gran estanque del cual no podía escapar. Sin embargo, hallaba cierto consuelo en la rutina. Cuando todos tus días eran iguales la incertidumbre del futuro podía abandonar tus pensamientos con facilidad.

Por eso todo ahora parecía un sueño mientras caminaba por la calle principal de su pequeña ciudad con la espalda de Jungkook por delante. ¿Era él mismo el que seguía allí o ahora el ser que había encarcelado durante años se había apoderado de su cuerpo?

Siguió a su vecino con la cabeza gacha. Pensaba en muchas cosas a la vez. Se preocupo por su ausencia en el instituto, de seguro después de que el Profesor Kwang revisase la asistencia avisaría a la secretaría del Director quien se encargaría de llamar a su casa para preguntar por su inasistencia. En esos momentos agradecía que su padrastro fuera un animal de costumbres quien siempre salía después de casa para tomar un café y comprar el periódico en el único minimarket del sector. Luego de eso se dirigía sin escrúpulos al bar donde pasaba su mañana en compañía de otros hombres que parecían disfrutar perdiendo su tiempo viendo partidos de fútbol y deportes que requerían de cierta violencia.

Lo anterior significaba que sería la contestadora quien recibiría la llamada de la secretaría, puesto que su madre jamás contestaba el teléfono, y, por lo tanto, tenía hasta las...

— ¿Jimin? —Jungkook le llamó suavemente, aunque no pudo evitar temblar un poco tratando de prestar atención a lo que decía—. ¿Tienes hambre?

No era como si hubiesen conversado sobre el destino de su improvisado viaje y tampoco Jimin se había atrevido a preguntar. Por el momento solo se había preocupado de que su padrastro no se enterase de sus andanzas, por lo que cualquier cosa había pasado a segundo plano. Ahora que sus ojos se encontraban con los de Jungkook nuevamente era como si sus pies tocasen el suelo una vez más.

— No —respondió—. ¿Tú tienes hambre?

— Se me ha abierto el apetito, vamos por algo que podamos llevar con nosotros.

Entraron a un pequeño almacén atendido por una señora mayor con vestido gris que se encontraba sentada con un gato de pelaje del mismo tono en su regazo. La cola del felino se movía a los compas del reloj de madera que habían colgado a la entrada y Jimin no pudo evitar pensar que con su dueña parecían compartir la misma cara.

Jungkook entró primero y se dirigió directamente a la zona de dulces donde comenzó a apartar uno de cada sabor como si se tratase de una operación quirúrgica. Desde ese ángulo Jimin podía ver claramente el labio roto de su vecino y por lo mismo se dio media vuelta acercándose a caja registradora donde se encontraban dispuestos las vendas y los desinfectantes. No era como si supiera mucho sobre como curar heridas de cualquier tipo, pero al menos lo intentaría. Con el dinero que llevaba consigo para su día a día en el instituto le alcanzaría.

Cuando se acercó a la mujer y el gato para pagar su pedido, Jungkook llegó a su lado con las manos llena de dulces.

— ¿Qué llevas ahí? —preguntó el chico mientras Jimin depositaba todo en el mesón de madera.

cómplice ☆ kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora