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LO QUE VIO LUCY

Susan y los dos muchachos estaban totalmente agotados de tanto remar cuando por fin rodearon el último cabo e iniciaron el trecho final en el interior del Mar de Cristal, y a Lucy le dolía la cabeza debido a las largas horas pasadas al sol y al resplandor del agua.

Incluso Trumpkin ansiaba que el viaje tocara a su fin. El asiento que ocupaba para dirigir el timón había sido hecho para hombres, no para enanos, y sus pies no alcanzaban las tablas del suelo; y todo el mundo sabe lo incómodo que es eso aunque sólo sea durante diez minutos. Y a medida que el cansancio iba en aumento, los ánimos también decaían.

Hasta aquel momento los niños únicamente habían pensado en el modo de llegar hasta Caspian; ahora se preguntaban qué harían cuando lo encontraran y cómo un puñado de enanos y criaturas de los bosques podrían derrotar a un ejército de humanos adultos.

Anochecía mientras remaban despacio, ascendiendo por los recovecos de la Cala del Mar de Cristal; un crepúsculo que se intensificaba a medida que ambas orillas se acercaban y las ramas de los árboles, extendidas sobre el agua, casi se tocaban.

Reinaba un gran silencio allí mientras el sonido del mar se apagaba a su espalda; oían incluso el discurrir de los pequeños arroyos que descendían del bosque para desaguar en el Mar de Cristal.

Finalmente desembarcaron, demasiado cansados para intentar encender una hoguera, e incluso una cena a base de manzanas —aunque muchos se dijeron que no querían volver a ver una manzana en su vida— pareció mejor que intentar pescar o cazar algo.

Tras un corto período de silenciosa masticación se acostaron bien juntos sobre el musgo y las hojas secas entre cuatro enormes hayas.

Todos excepto Lucy se durmieron de inmediato. La niña, que estaba mucho menos cansada, descubrió que le resultaba imposible sentirse cómoda.

Además, hasta aquel momento había olvidado que todos los enanos roncaban. Puesto que sabía que el mejor modo de conseguir dormirse es dejar de intentar hacerlo, abrió los ojos.

A través de una abertura en los helechos y las ramas distinguió un trozo de agua de la cala y el cielo sobre éste. Luego, con un recuerdo emocionado, volvió a ver, después de tantos años, las brillantes estrellas de Narnia.

En otro tiempo las había conocido mejor que las estrellas de nuestro propio mundo, porque como reina en Narnia se había ido a dormir mucho más tarde que como niña en su país.

Allí estaban; al menos se podían ver tres de las constelaciones de verano desde donde ella se encontraba: la Nave, el Martillo y el Leopardo.

—El querido Leopardo —murmuró para sí, llena de felicidad.

En lugar de adormilarse, cada vez se sentía más despierta, con una curiosa clase de nebuloso insomnio nocturno.

La cala resultaba más brillante por momentos, y comprendió que la luna se hallaba sobre ella, a pesar de que no podía verla.

Y entonces empezó a percibir que el bosque despertaba igual que ella. Sin apenas saber el motivo, se levantó rápidamente y se apartó un poco del improvisado campamento.

—Esto es precioso —se dijo.

El aire era fresco y limpio, con aromas deliciosos flotando por doquier. De algún punto cercano le llegó el gorjeo de un ruiseñor que empezaba a cantar, luego se detenía, luego volvía a empezar.

Al frente se veía un poco más de luz, de modo que fue hacia allí y llegó a un lugar en el que crecían menos árboles y había enormes zonas iluminadas por la luna, pero la luz de la luna y las sombras se entremezclaban de tal modo que uno no podía estar seguro de dónde estaba nada ni de qué era lo que veía.

¹𝗟𝗢 𝗤𝗨𝗘 𝗥𝗘𝗔𝗟𝗠𝗘𝗡𝗧𝗘 𝗦𝗢𝗠𝗢𝗦||ᴱᵈᵐᵘⁿᵈ ᴾᵉᵛᵉⁿˢⁱᵉ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora