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EL LEÓN RUGE

Cuando por fin todo el grupo estuvo despierto, Lucy tuvo que relatar su historia por cuarta vez. El silencio que siguió fue de lo más desalentador.

—No veo nada —declaró Peter después de haber mirado hasta dolerle los ojos—. ¿Ves tú algo, Susan?

—No, claro que no —le espetó ella—. Porque no hay nada que ver. Lo ha soñado. Anda, acuéstate y duerme, Lucy.

—Y realmente espero —dijo Lucy con voz temblorosa—. Que vengan todos conmigo. Porque… porque tengo que ir con él tanto si alguien me acompaña como si no.

—No digas tonterías, Lucy —replicó Susan—. Desde luego que no te puedes ir sola. No se lo permitas, Peter. Se está portando como una niña malcriada.

—Yo iré con ella, si realmente tiene que ir —declaró Edmund—. Ya ha tenido razón en otras ocasiones.

—Ya lo sé —repuso Peter—. Y probablemente tenía razón esta mañana. Desde luego no tuvimos ninguna suerte descendiendo por la garganta. De todos modos… a estas horas de la noche. Y ¿por qué tendría que resultar Aslan invisible para nosotros? Antes no lo era. No es normal. ¿Qué dice el QA?

—Oh, yo no digo nada —respondió el enano—. Si van todos, desde luego iré con ustedes; y si nuestro grupo se divide, iré con el Sumo Monarca. Ése es mi deber para con él y el rey Caspian. Pero, si me pedís mi opinión personal, soy un enano corriente que no cree que existan muchas posibilidades de encontrar un sendero por la noche donde no se pudo encontrar uno de día. Y detesto a los leones mágicos que son leones parlantes y no hablan, y los leones amistosos que no nos sirven para nada, y los leones enormes que nadie puede ver. Todo eso son sandeces, en mi opinión.

—Está golpeando el suelo con la pata para que nos demos prisa —dijo Lucy—. Debemos marchar ahora. Al menos yo debo hacerlo.

—No tienes ningún derecho a intentar obligar al resto de nosotros de ese modo. Estamos cuatro a uno y eres la más joven —dijo Susan.

—Vamos, vamos —refunfuñó Edmund—. Tenemos que ir. No estaremos tranquilos hasta que lo hagamos.

Pensaba seriamente respaldar a Lucy, pero se sentía molesto por perder una noche de sueño y lo compensaba refunfuñando tanto como le era posible.

—En marcha, pues —indicó Peter, introduciendo fatigosamente el brazo en la correa del escudo para luego colocarse el yelmo.

En cualquier otro momento habría dicho algo agradable a Lucy, que era su hermana favorita, pues sabía lo desgraciada que debía de sentirse, y también sabía que, fuera lo que fuera lo que hubiera sucedido no era culpa suya. Sin embargo, no podía evitar sentirse algo molesto con ella de todos modos.

Susan fue la peor.

—Supongamos que empezara a comportarme como Lucy —dijo—. Podría amenazar con quedarme aquí tanto si el resto seguía adelante como si no. Además, creo que lo haré.

—Obedece al Sumo Monarca, Majestad —indicó Trumpkin—, y pongámonos en marcha. Si no se me permite dormir, prefiero ponerme en marcha a quedarme aquí quieto charlando.

Y así, finalmente, iniciaron el camino. Lucy fue delante, mordiéndose el labio mientras pensaba en todas las cosas que tenía ganas de decirle a Susan.

Pero las olvidó en cuanto fijó los ojos en Aslan. Éste giró y empezó a andar con paso lento a unos treinta metros por delante de ellos.

Los otros sólo tenían las indicaciones de Lucy para guiarlos, pues Aslan no sólo era invisible para ellos sino también silencioso; las enormes garras felinas no producían el menor ruido al pisar la hierba.

¹𝗟𝗢 𝗤𝗨𝗘 𝗥𝗘𝗔𝗟𝗠𝗘𝗡𝗧𝗘 𝗦𝗢𝗠𝗢𝗦||ᴱᵈᵐᵘⁿᵈ ᴾᵉᵛᵉⁿˢⁱᵉ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora