XXII: Apatía

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Jongseong despertó aturdido y preguntándose a sí mismo que había pasado, miró a su alrededor para hallarse con una habitación celeste pálido casi llegando al blanco. Trató de moverse pero la aguja en su muñeca se lo impidió; ¿qué fue lo que sucedió? Terminaría rompiéndose la cabeza si seguía desmayándose así.

Una ola de ansiedad cruzó su cuerpo, sus mejillas se pusieron rojas a la vez que intentaba ponerse de pie pero una mano sobre su pecho lo empujó. Cerró el puño alrededor de la muñeca de su hermano mayor, sus labios se movían pero Jongseong no lograba escuchar nada más que su propia respiración y un agudo pitido ensordecedor.

Estaba cansado de todo. De las pérdidas de consciencia, del incesante desconcierto.

—Sácame de aquí —ordenó con brusquedad, ejerciendo aún más presión en el agarre contra su hermano.

Jimin frunció los labios, pero no le dijo nada. Se apartó con rudeza antes de pasarse las manos por el cabello en evidente frustración, se estaba alterando, se estaba cansando y Jongseong lo sabía.

—Esto tiene que terminar ya, mis nervios no dan para más —dijo el mayor de ambos, más para sí mismo que para su hermano. Caminaba de un lado a otro, mordiéndose el interior de las mejillas.

—Pronto terminará —le dejó saber, dejándose entre las mullidas almohadas.

A Jimin le habría preguntado a qué se refería pero al mirar a su hermano, solo vio a un desconocido que lucía familiar.

Tragó sus palabras y salió de la habitación. Jongseong no se inmutó siquiera ante el sonido de la puerta al cerrarse, se quedó allí mirando a la nada con una sola idea en la mente.



Un par de horas después, a Jongseong se le dio de alta. Al igual que antes, Jimin se mantuvo al margen preguntándose qué era lo que había cambiado en Jongseong. Lo miraba y veía al chico pálido que vio desde que nació pero al verlo con atención se daba cuenta que no parecía él.

Quizás debido a su inescrutable expresión, la falta de brillo en sus ojos o la grandeza al caminar, como si cada centímetro que pisaba fuera de su pertenencia. Nunca en su vida había tenido tanta seguridad.

—Tus amigos quieren verte, te dejaré con ellos e iré a entregar el auto —le informó—. No tengo deseos de pagar una multa.

Jimin creyó que un encuentro con sus amigos podría animarlo, al menos sacarle algún tipo de emoción positiva, más Jongseong no mostró nada más que una profunda indiferencia mientras miraba por la ventana abrochándose el cinturón de seguridad. Estuvo a punto de cuestionarle cómo se sentía pero Jongseong mostró una curva labial casi nula y asintió. Jimin lo tomó como respuesta y esbozó una sonrisa por igual.

Si su hermano mayor hubiese tenido algún tipo de habilidad para divisar presencias habría visto al tercer pasajero en el asiento trasero, a quien Jongseong le había sonreído.

Pero nunca lo sabría.

El auto se detuvo frente a una casa que Jongseong visitó varias veces, no le gustó estar allí por primera vez en la vida. Estuvo a punto de exigir que lo llevara a su departamento pero desistió al ver a Heeseung abrir la puerta principal; no porque su humor hubiese cambiado, si no porque resultaría grosero irse una vez que lo vieron y no estaba de ánimos para un sermón de Lee Heeseung.

Bajó del auto tras despedirse. Heeseung que se hallaba a unos metros aún, arrugó el entrecejo con preocupación al fijarse en el estado de Jongseong; más pálido de lo usual, ojeras marcadas bajo sus ojos, con un aura lúgubre y marchita rodeando su cuerpo.

— ¿Cómo te sientes? Espero que mejor de lo que te ves.

Jongseong no sabía que responder, no quería responder, así que solo mostró una sonrisa pequeña, rogando internamente porque el gesto fuese aceptado como una respuesta. Heeseung le palmeó la espalda con cuidado, como si temiese romperlo con aquél contacto. Se movió hacia un lado y le dejó pasar, cerrando la puerta detrás de él.

𝙀𝙇 𝘼𝙈𝘼𝙉𝙏𝙀 𝘿𝙀𝙇 𝘿𝙄𝘼𝘽𝙇𝙊 » 𝙅𝘼𝙔𝙒𝙊𝙉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora