IX: Charla

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A Jongseong no le era del todo grato estar acompañado por un ente que no era capaz de comprender a fondo, pero era mucho mejor si Jungwon estaba con él a que estuviera con su hermano. No podía verlo todo el tiempo, no cuando Jungwon se negaba a mostrarse, por lo tanto no tenía idea en qué lugar del departamento se encontraba.

No deseaba que su hermano fuese lastimado, no cuándo él era ajeno a todo. Si bien los últimos años se comportó como si odiase a su hermano mayor, no había nada más alejado de la realidad.

Entró a su habitación, cerrando la puerta de golpe. Asustado. Frustrado. Molesto. Comprendía la preocupación de sus amigos, la que los obligó a tomar acciones sin consultarle antes pero nunca dejaría de culparse si Jimin resultaba herido por su culpa.

—No le hagas daño, Jungwon, por favor. Él no... Él no sabe nada —murmuró en débil hilo de voz que pudo hallar en su garganta.

Sorprendía como la situación había tornado a Jongseong en un joven nervioso y hasta paranoico, no era extraño tomando en cuenta la cantidad y gravedad de los sucesos ocurridos pero él mismo jamás se habría imaginado de esa manera.

Un chirrido rompió la tranquilidad de la habitación. El corazón le latió rápido, la puerta se abrió y tras pocos minutos se cerró con lentitud, repitiendo el mismo chirrido ocasionado al abrirse.

Jongseong posó ambas manos en sus rodillas, temblando. Quería pensar en otra cosa pero un agudo dolor perturbó su sistema, quiso gritar mas no encontró la voz. El sonido de algo rompiéndose, la caricia de cálidas gotas al bajar por su espalda.

—No lo haré, si tú no intentas alejarte —la voz de Jungwon volvía a ser melancólica, era capaz de percibir la tristeza y el pesar en cada palabra que pronunciaba.

Parecía que cada una de sus cuerdas vocales habían desaparecido de un momento a otro. Su cuerpo tembló por unos minutos para después caer hacia atrás en un errático movimiento, trató de moverse con lágrimas en los ojos debido al dolor y la desesperación pero ninguna parte de su cuerpo respondía a lo que deseaba. Escuchó pasos cada vez más cercanos a él, su rostro se tornaba rojizo, las lágrimas desbordaban de sus ojos, ¿podía existir algo peor? Ni siquiera podía mover el cuello lo suficiente para ver el rostro de quién se acercaba a él con pasos tan lentos que lo hundían en la agonía.

La cama se hundió a cada lado de él, cerró los ojos apretándolos con fuerza. No quería ver. Se rehusaba a hacerlo, la tela de su camiseta provocaba incomodidad contra la herida recién abierta.

Un par de manos no muy grandes pero sí frías como un iceberg se apoyaron en su pecho enviando una corriente repentina que le erizó la piel.

—¿Qué quieres? —preguntó, su voz sonaba ronca, cansada y forzada. Tragó saliva, la garganta le incomodaba.

—Que recuerdes —dijo con desesperación.

Jongseong se preguntó si Jungwon era capaz de sentir cada una de las emociones que estaban presentes en su voz; soledad, tristeza, agonía ¿O solo mentía?

—No sé de lo que hablas. Estás equivocándote de persona —Jongseong abrió los ojos y para su sorpresa; Jungwon no se mostraba como cada vez que lo hizo antes.

Ésta vez no había ningún tono particular en su piel, pues era como el de cualquier persona común. En su cuello ya no existía la marca de estrangulamiento, su ropa no lucía manchada ni rota, sus ojos no estaban tan opacos como de costumbre. Los hematomas desaparecieron; era idéntico a la versión onírica que Jongseong vio.

—Jamás, jamás podría equivocarme, Jongseong —sus ojos se achicaron cuando sonrió, Jongseong se cautivó por la inusual imagen—.  Uno no puede olvidar lo que le pertenece, mucho menos cuándo he esperado tanto por ti. El precio que pagué fue alto, pero ahora estás aquí.

La sonrisa de Jungwon desapareció, adoptando su usual expresión lóbrega. El cabello se le volvió opaco, sus ojos perdieron el brillo, los labios se le resecaron, las ojeras aparecieron, cada uno de los hematomas y cicatrices volvieron a su cuerpo y la sangre carmín manchó su ropa.

Jongseong observó aterrado la macabra metamorfosis, cerró los ojos rehusándose a seguir contemplando la imagen. El peso sobre su cuerpo desapareció, incluyendo la fuerza que le impedía moverse.

Aliviado, intentó ponerse de pie pero un dolor agudo le obligó a caer de rodillas articulando un grito auténtico que reflejaba su agonía.

Llevó la mano hacia la espalda, justo dónde sintió que le cortaban. La herida estaba allí, sentía la sangre resbalar por su espalda. Miró hacia los lados, en una respuesta automática en busca de su agresor.

Al fijarse en la cama encontró el arma blanca con la que fue herido; un pedazo de cristal irregular impregnado con sangre, manchando las sábanas.

Quería gritar, quería llorar. Era un cúmulo de sensaciones negativas aflorando una tras otra.

La mano que tenía libre la ocupó para taparse la boca y suprimir su llanto, no quería que nadie lo escuchara, que lo vieran en ése estado ¿Qué le diría a su hermano? Seguramente lo llevaría a la comisaría creyendo que un ladrón entró a la casa o al psiquiatra pensando que estaba loco.

Pero fue muy tarde.

Jimin entró alarmado en la habitación, con el rostro más pálido que de costumbre y un bate de béisbol en las manos. Jongseong le vio con una mueca y maldijo para sus adentros. A pesar de todo, le hizo gracia ver el bate en las manos de su hermano quien cuándo era pequeño pertenecía al equipo de la escuela y era muy bueno, hasta que su madre consideró que no era más que una distracción para los estudios de su hijo mayor.

Pero muy contrario a lo que Jongseong sintió antes; fue un alivio ver a su hermano entrar a la habitación. La tensión disminuyó al igual que la ansiedad, por primera vez en muchos años; se sintió protegido.

Las preguntas desesperadas de su hermano por saber lo que sucedió llegaron a los oídos de un Jongseong aturdido, solo escuchaba dichas palabras a través de un agudo pitido que le hizo imposible contestar pero pronto fue tomado por los brazos de su hermano y llevado a la sala de estar, dejándolo boca abajo en el sofá. Tomó la camiseta de Jongseong, rompiéndola justo a la mitad dejando ver la herida recién hecha.

No supo qué decir cuándo observó el par de trazos en la piel de su hermano. Uno parecía una cicatriz vieja, como si hubiera sanado hacía mucho tiempo atrás pero la restante lucía fresca, aún sangraba.

Eran trazos hechos a pulso, a mano alzada.

Lo primero que se acentuó en la mente del mayor fue que Jongseong se autolesionaba, pero luego pensó; ¿Cómo lo hizo por sí mismo en un área tan difícil?

Desesperado por el estado de su hermano, fue en busca del botiquín de primeros auxilios, hielo y agua fría. Jamás se sintió tan extraño como en ése momento, además de lo asustado que se hallaba sin saber realmente por qué.

No pudo evitar pensar en la gravedad de la situación en la que Jongseong se involucró, para ser más precisos... ¿En qué se había metido?

𝙀𝙇 𝘼𝙈𝘼𝙉𝙏𝙀 𝘿𝙀𝙇 𝘿𝙄𝘼𝘽𝙇𝙊 » 𝙅𝘼𝙔𝙒𝙊𝙉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora