Cuando el único familiar de Ophelia muere decide cumplir sus últimos deseos, sin saber que el destino le tenía preparado una sorpresa. Durante la fiesta Ophelia conoce al Zar, volviendo su mundo un desastre.
No entiendo en qué momento me veo involucrado con esta chica, pero no tengo otra opción que llevarla para un hospital. Sus signos vitales están mal; a tal punto que caminar se le hace técnicamente imposible, su sudoración va en aumento y el hedor a alcohol que sale de su boca es simplemente repugnante. Sino fuera por la despigmentación de su piel, la dificultad para respirar y las anomalías en sus palpitaciones creería que son síntomas del alcohol.
Quitando eso de lado, solo es otra cara bonita, por eso sigo sin comprender en cómo me metí en esto. Antes estaba cumpliendo con los deseos de Dimitri, abriendo gargantas con un cubierto a la vez que utilizaba la danza como camuflaje y ahora arrastro un cuerpo que ni siquiera he mutilado u torturado. Las ironías de la vida, a veces te toca jugar de santo siendo un diablo.
Unas vibraciones en mi pantalón hacen que me detenga para ver que quien me llama es uno de mis hombres.
—Señor, ya hemos encontrado a la persona que estaba buscando.
—¿Dónde? —Pregunto levantando el cuerpo de aquella chica.
—Lo encontramos en el almacén detrás del salón, resulto ser el chico que preparaba los tragos en la barra. ¿Qué hacemos con él?
—Salgan por la puerta trasera, llévalo para el área catorce y llámame a Samantha, dile que la quiero lista en seis minutos en el hotel de siempre.
—Entendido jefe
Sin más cuelgo la llamada. Sigo caminando, arrastrando con el cuerpo por todo el pasillo hasta que sus zapatos se rompen entorpeciendo aún más el camino. La cargo para llegar más rápido a la salida y es cuando deslumbro mi carro preparado en la entrada.
Tiro su cuerpo en el asiento de copiloto amarrándole el cinturón de seguridad, me agacho para quitarle sus zapatos y decido tirarlos detrás de mí. Me subo al auto para empezar a conducir, enciendo el motor y luego de un rato pongo el vehículo en movimiento encendiendo la radio asimismo comienza a sonar Allegro non molto de Vivaldi, cambio cuatro veces con el botón de la cabrilla colocando Chopin nocturne violín.
Me aparco en el estacionamiento del hotel, apago las luces exteriores, asimismo las interiores se encienden dejándome ver unos grandes ojos amarillos como el oro mirándome o mejor dicho examinándome.
—¿Quién eres y dónde estoy? —Inquirió con una voz extrañamente calmada.
—Estamos en el hotel Arafat Park Hyatt Moscó.
—Mmm... informa que llegue y ya te puedes ir —desabrocha su cinturón y sale descalza.
Se desmonta del carro sin voltear a ver atrás y las esquinas de mi cabeza empiezan a palpitar; esta chica es una desagradecida, pero aun así me apeo del carro, siendo la sombra de cada uno de sus pasos veo como entra al ascensor, me apresuro y entro antes de que las puertas se juntaran.
—¿Qué haces aquí? Te dije que te fueras.
Yo tampoco sé porque estoy aquí junto a ti.
—No importa, seguro te mando a seguirme —suspira recostando su cuerpo en una de las esquinas de atrás.
Doblo mi cabeza un poco para verla mejor, pero su dificultad para respirar me hace sentir ansioso, discretamente volteo a ver los paneles del elevador dándome cuenta de que ya estamos llegando a el piso que ella marco, justamente en este piso se encuentra Samantha.
Rápidamente la levanto en mis brazos y siento su piel ardiendo a través de la tela de su vestido y me apresuro a salir del elevador; camino con prisa hasta que una de sus manos se posa en mi cara deteniéndome en seco.
—Ya llegamos —espeta respirando por la boca y es cuando me arrepiento... un momento, porque tendría que arrepentirme, ni siquiera la conozco.
Ella se sacude en mis brazos y la bajo.
—Ahora, ya te puedes ir —murmura sosteniéndose del manubrio de la puerta 102, a la vez que saca una tarjeta plateada de su pecho—. バイバイ (Baibai).
Empieza a cerrar la puerta y me doy la vuelta para agarrar un cartel de no molestar de al lado, antes de que cerrara la puerta, rápidamente introduzco en cartelito en el cerrojo.
Luego de dos minutos abro la puerta, lo primero que ven mis ojos es una maleta abierta de par en par con la ropa tirada alrededor, sigo adentrándome su aposento y la encuentro en la cama con unos frascos de pastillas y una jeringa en su mano, extrayendo la sustancia de un recipiente.
Su mirada se dirige hacia la mía y siento como se incrusta la aguja en el brazo.
—Te dije que te fueras —su voz es áspera, pero pareciese se vacía o quizás hasta rota.
Ella es rara, hubiera sido cualquier persona y llama a la policía o trata de huir, en cambio ella... No hace nada, es como si nada le importará u estuviera en otra frecuencia.
Sus ojos... Están vacíos, aquellos ojos dorados se encuentran opacos y algo en mi pecho se oprime.
Me agachó y agarró un camisón blanco del piso para cambiarla, ella se deja quitar el vestido, asimismo para cambiarlo por el camisón. La cargo en brazos para entrar al baño, la dejo en la taza del inodoro y agarró el único cepillo que hay colocándole un poco de pasta a la vez que la ayudo a cepillarse.
—¿Tienes algo para quitarte esa pintura de la cara? —Quise saber.
De forma desganada me señala un tónico en medio de dos botellas. Agarro el frasco de algodón y saco algunos discos y lo impregnó del tónico, lo paso por todo su rostro con suavidad; al final terminé usando cinco disco pero su cara estaba lista.
—¿Quieres usar el baño? —Pregunto pero niega con la cabeza.
La saco en brazos y la acomodo en su cama.
Antes de irme recojo todo, también reviso la calefacción de la habitación, por último le ordenó su bolso de medicamentos, pero no antes de agarrar el frasco con el contenido que se había inyectado.
Salgo de la habitación y coloco el cartel de no molestar en su puerta.
Camino hacia el ascensor y una mujer se para a mi lado.
—Samantha, necesito que me digas todo sobre esto. —Ordeno pasándole el recipiente con la mitad del contenido.
—¿Cuál es mi fecha límite? —Inquirió dentro del ascensor.
—Mañana en la tarde —concluyo alejándome del ascensor y del hotel.
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