Viendo Rojo

Para bellum

Alex atraviesa la puerta, mostrando su insignia de DEO disfrazada con la confianza que un agente suspendido no debería tener. Ella lo encuentra parado allí, mirando distraídamente por la ventana y en una ciudad rebosante de caos e inquietud. Incluso con su espalda vuelta, ella puede decir que poco ha cambiado. Su postura sigue siendo arrogante, su columna rígida, sus pantalones Hugo Boss más ajustados de lo que deberían estar.

—Agente Danvers—dice sin vida, dándose la vuelta y haciendo girar un vaso en la mano. El hielo tintinea ruidosamente en el silencio—Qué sorpresa—

—No pareces sorprendido—dice Alex mientras cierra la puerta detrás de ella.

—Soy un poco, que te tomó tanto tiempo venir a llamar a mi puerta—Se traga casi todo el contenido de su vaso, haciendo una mueca cuando el alcohol le quema la garganta.

—Entonces no tengo que decirte por qué estoy aquí—se burla, cruzando los brazos sobre el pecho. No estaba de humor para los trucos mentales Jedí que tanto le gustaban a Max. Sorprendentemente, él tampoco lo es. Camina hasta el frente de su escritorio y se apoya contra él, medio sentado en el pesado marco de caoba.

—No—Él la mira a través de las tenues luces amarillas de su oficina, su rostro es imperceptible—Pero no puedo ayudarte—

—¿Cómo sé que no estás detrás de todo esto?—

—Supongo que no—comenta en broma, sonriendo de oreja a oreja mientras termina la bebida.

Ella mira, sus mejillas sonrojadas con enojo—Esto no es un maldito juego Max—

Él le lanza una mirada sombría y lentamente se quita el vaso de los labios agrietados, pareciendo algo ofendido—Yo sé eso. He estado viendo las noticias. Vi su pequeño discurso. Buen material—Él le da un pulgar hacia arriba en aprobación fingida, lo que solo aumenta la molestia de Alex con su actitud simplista. Había visto el discurso en su teléfono después de andar sin rumbo fijo por la ciudad. Fue un movimiento audaz pero decidido, que mostró una transparencia que el gobierno a menudo no tenía. Y estaba ganando a la gente.

Max continúa: —¿De verdad crees que sería lo suficientemente estúpido como para volver a hacer kryptonita roja después de lo que sucedió la última vez?—Él se ríe. Aunque, comparada con esto, ella era una puta santa.

Alex se siente inclinado a estar de acuerdo, pero se niega a hacerlo—¿Qué pasa con alguien más? ¿Alguien podría haberte robado la fórmula o algo así?—

Max pone los ojos en blanco y se golpea la sien con un dedo con arrogancia—La fórmula está aquí y, como recordarán, no comparto nada—

—¿Puedes hacer otro antídoto?—La esperanza está ahí, clara como el día en sus ojos, su voz tan débil y exhausta.

—No. No sin una muestra de la k sintética e incluso si pudiera, probablemente sea demasiado tarde. La k roja ha estado en su sistema...—

—Demasiado tiempo ahora—interrumpe Alex, sollozando mientras endereza su postura. Toda esperanza se drena de sus orbes marrones, dejando nada más que un páramo desolado—Sé.—

—Realmente lo siento, agente Danvers—dice Max, con algo de sinceridad. —Pero tengo otros compromisos—Vuelve a su escritorio, coge una tarjeta de visita y se la ofrece—Por favor, siéntase libre de llamar primero la próxima vez—De hecho, ella lo arrebata de entre sus dos dedos, sorprendiéndolos a ambos.

—Esperemos que no haya una próxima vez—Max sonríe levemente ante sus palabras, sus ojos la siguen fuera de la habitación con una nostalgia que ella no ve. Una vez que ella está fuera del alcance del oído, dirige su atención a la puerta del otro lado de la habitación cuando se abre con un crujido. Eso no le impide continuar de regreso a su escritorio, incluso cuando su invitada no deseada se acomoda en una de las sillas. Pasa una pierna esbelta sobre la otra y echa hacia atrás una espesa cortina de pelo. Los bordes oscuros ocultan sus ojos, pero Max puede decir que están sonriendo junto con el resto de su rostro.