Capítulo I

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"El comienzo"
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07 de Noviembre de 1810.

Una mañana con lluvia se manifestó ese día de 1810, un día que nunca pensé sería tan importante y en un futuro tan doloroso.

—¡Madre tocan la puerta! —gritó Camille, mi hermana.

—¡No grites en la casa jovencita! —regañó mi madre.

Todos nos encontrábamos en la puerta dudosos, ya que, no esperábamos la visita de nadie.

—Buenos días mis estimados —saludó el desconocido con la ropa sucia pero de buen vestir y con algunos golpes.

Gritó mi hermana al ver dicho hombre caer al piso, logré tomar su cabeza. Era tan delicado su rostro, con sus facciones tan finas.

—¡Ayúdame a cargarlo Chandler! —mi hermano de inmediato ayudó a mi padre con el hombre. Lo colocaron en la habitación que tenemos en el primer piso.

—¿Qué pasaría con éste hombre querido? —preguntó mi madre un poco asustada de lo sucedido.

—Es claro Lady Beaulieu, que ha tenido un accidente. —respondió padre serio—. Por lo menos respira.

—Creo que debemos dejarlo descansar hasta que despierte padre. —comenté un poco asustada—. Espero nos pueda responder a nuestras dudas de cómo llego.

—Tienes razón mi niña, es mejor dejarlo descansar.

—Me quedaré a vigilarlo padre. —comentó mi hermano seguro de su respuesta.

—Gracias hijo mío, pero nos turnaremos tú y yo. —volteó padre hacia nosotras—. Ustedes no se acerquen a la habitación hasta saber lo qué pasó con el caballero.

Asentimos sin decir una palabra.

Las horas pasaron y el hombre herido no despertaba, me había dedicado a la tarea de hacer el aseo en mi habitación mientras mi madre curaba los golpes del caballero. Tenemos a nuestra querida Gisselle de limpieza, pero me gusta en ocasiones realizarlo yo misma. Me relaja y le quito trabajo a ella, se ha portado muy bien con nosotros.

Me encontraba revisando debajo de la cama, había desparecido un par de mi zapatillas.

—Camille, ¡¿donde dejaste mis zapatos?! —al momento de levantarme y voltear a la puerta di un pequeño gritó que fue tapada con la mano del desconocido.

—No grite damisela, no quise sorprenderla.

—Más bien asustarme. —comenté con mi corazón latiendo aceleradamente—. Debería estar descansando, ¿que hace aquí?...

—No reconocí el lugar al despertar, pero al momento que me levante y revisé su hermosa morada vino a mi memoria cómo llegué aquí. —esbozó una sonrisa de lado.

Sus ojos color café eran grandes y profundos, sentía como su mirada podía atravesar todo mi ser.

—¿Qué te está pasando Cécilia? —pensé.

No creo en el amor a primera vista... Bueno, nunca me ha cortejado un caballero a mis 22 años de edad. Pero, la sensación que tuve en mi interior cuando su vista conectó con la mía jamás lo había experimentado.

—¡Niña! —llegó Chandler de inmediato a mi habitación.

—Tranquilo hermano, estoy bien. —le di una mirada rápida al caballero, él también me estaba observando.

—Tranquilo buen caballero, me presento. Mi nombre es Enzo Edwards. —estrecho la mano con mi hermano—. Joven, una disculpa de antemano. No quise asustarlos y mucho menos, ser una molestia.

Lord Beaulieu ya se encontraba en la puerta de la habitación junto con mi madre y Camille.

—No es ninguna molestia Sir Edwards. —respondió padre—. Usted y su familia se instalaron en Versalles, ¿es correcto?

—Así es mi estimado.

—¡Santo dios! —esbozó una gran sonrisa mi padre—. Su padre es un gran amigo mío, pronto iré a visitarlo.

—Sería un honor... —se quedó callado el caballero.

— Lord Beaulieu.

—Hablaré con mi padre de la gran acción que han realizado su familia y usted.

Mientras hablaban, me fui por algo de ropa para que Sir Edwards se cambiara. Le comentamos que podría utilizar el baño donde lo habíamos instalado, acepto gustoso y agradeció por nuestra amabilidad.

—... después entre montando mi caballo, no logramos ver qué había una caída y sufrimos el accidente. Mi caballo salió sin ningún rumbo y lo perdí, luego caminé hasta llegar a su hogar.

Nos encontrábamos en la sala principal junto a la chimenea.

—Sir si es visto su caballo en nuestros terrenos no dude en que se le dará aviso con una carta. —comentó Camille.

—¡Basta de Sir! —exclamó el joven—. Díganme Enzo, no soy tan viejo. —volteó a verme, esbozando una sonrisa donde podía ver perfecto su hermosa dentadura.

—Bien Enzo, ¿y cuantos años tienes? —pregunté.

—¡Cécilia! —me llamo la atención madre—. No seas entrometida.

—No se preocupe Lady Beaulieu... —comentó agitando su mano—. Tengo 24 años Cécilia. —esbozó nuevamente una sonrisa.

Esa sonrisa.

Madame Cécilia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora