La dueña del departamento me había llamado para informarme que el vecino del 5to C se había quejado con el consorcio (del cual ella formaba parte) por los ruidos de Fortachón. Así que habían pautado una reunión con el comité y los inquilinos que desearan participar. Por supuesto, yo tenía que estar presente. Decidí que sería buena idea que Fortachón estuviera también allí así todos tenían el placer de conocerlo.
-¡Si logras portarte bien ante todas las personas que veremos hoy, prometo sacarte a pasear más seguido y darte una rica comida!
Fortachón me escuchaba atentamente y, ante la palabra comida, empezó a ladrar. Le puse la correa e, imitando a Luca, coloqué algunos trozos de su alimento en mi bolsillo para darle de recompensa.
De Luca estaba aprendiendo varias cosas, una de ellas era estimular a Fortachón cada vez que lograba algo nuevo. También estaba redescubriendo la palabra amistad y enamoramiento. Nunca esperaba nada de la vida, pero últimamente me estaba sorprendiendo.
Como lo había pensado, todos los participantes de la reunión se volvieron locos al ver entrar a Fortachón al lugar. Siempre se juntaban en el 1ro B de la planta baja, ya que contaba con un patio bastante amplio. Al entrar, quise poder tener ese departamento para que así mi mascota tuviera dónde salir a hacer sus necesidades.
Me senté en un lugar vacío al lado de mi arrendadora y Fortachón se acurrucó entre la silla de ambos. Primero hablaron de otros temas que no iban al caso, como era común siempre en esa clase de reuniones. Cuando Enrique, el vecino del 5to C, pidió la palabra y comenzó a hablar, Fortachón se puso de pie, un poco rígido, a escucharlo atentamente. El calvo no paraba de atacar a mi mascota diciendo que era muy escandaloso, que no paraba de ladrar y un montón de calumnias más. A mí se me estaba por zafar un tornillo al escuchar tantas estupideces, y Fortachón parecía querer comérselo vivo. Le acaricié la cabeza para calmarlo un poco. La dueña de la casa, una señora mayor, canosa y con mirada de conocer todas las cualidades de las personas, pidió hablar. Le consultó al resto de los inquilinos si habían tenido algún inconveniente con Fortachón y sus supuestos ruidos molestos. Nadie decía nada hasta que una chica se puso de pie y se acercó caminando hacia nosotros. Al verla, la reconocí al instante: era la dueña de Leila, la perrita negra que rescató Fortachón de las alturas en el parque canino. Llevaba sus cabellos oscuros recogidos en un rodete y ropa de entre casa. Se agachó junto a Fortachón y este le lamió la cara y luego se acostó boca arriba para que le rascara el pecho.
-¡Hola, señor rescatista! ¿Cómo has estado? -Todos en la sala la observaron un tanto confundidos pero, al ver la forma de actuar de mi perro, las caras fueron cambiando como cuando uno ve una flor abrirse por primera vez-. Les aseguro que este cachorro no es capaz de matar ni a una mosca. Hace unos días, sin siquiera conocernos, ayudó a Leila, mi perrita, a que bajara de un lugar en altura en el que estaba varada totalmente aterrorizada.
Se volvió a poner de pie y caminó hacia su lugar. Fortachón me observó y, con un simple gesto, saltó sobre mis piernas y se acomodó allí.
-No digo que no haga ruidos o ladre (eso es lo que hacen todos los perros) -continuó diciendo la chica-, pero estoy segura de que no es para tanto. Es un cachorro y solo quiere jugar. Leila también ladra y se porta mal, apuesto a que peor que Fortachón. Sin embargo, ninguno de mis compañeros de piso se quejó nunca al respecto.
El resto de los inquilinos presentes se observaban entre sí y miraban a Fortachón sentado muy educadamente sobre mí. Estoy seguro de que, de haber estado en el lugar de ellos, lo único que sentiría serían ganas de ir a acariciarlo.
-Si nadie más tiene algo que agregar -empezó diciendo Samanta, la propietaria de mi departamento, a mi lado, y Fortachón se volteó a verla-, me gustaría dejar en claro un par de cosas, ya que tengo la oportunidad.
Yo conocía a Samanta muy poco, solo la había visto cuando me enseñó el departamento y cuando hicimos los papeles del alquiler. Me parecía una mujer muy agradable y atenta. Su actitud había sido amigable y predispuesta a solucionar cualquier inquietud que tuviera. Cuando le dije que buscaba un lugar en el que me permitieran tener una mascota, su cara se iluminó y me empezó a contar que ella, de joven, había ayudado mucho a una proteccionista de animales y que fueron los mejores años de su vida. Ya de grande había optado por tener gatos: le llevaban menos trabajo que los perros y eran mejores que las bolsas de agua caliente en el invierno.
-No es mi intención atacar a nadie -La voz de Samanta era fría y segura-, pero desde que puse el departamento en alquiler, solo recibo quejas por parte de este señor. Si no es por algún ruido molesto, es por la basura, o porque el aire acondicionado hace mucho ruido, o porque el extractor de aire saca todos los olores hacia su ventana, o por lo que sea. Siempre encuentra un motivo para fastidiarme y para hacer la vida de los inquilinos un infierno. Sé que esto es algo que debería arreglar con él a solas, pero ante los últimos sucesos creo que es bueno que quede constancia de que no es la primera vez que hace algo así. En este momento, no creo para nada que un perrito tan tierno y educado como lo es Fortachón haga semejante escándalo. Además, tengo entendido que Joel, mi inquilino, trabaja la mayor parte del tiempo de forma remota. Es decir que no hay forma de que su mascota esté tanto tiempo a solas. Si su intención es que yo venda el departamento (como me lo insinuó ya más de una vez), le vuelvo a decir que no va a suceder. Si lo desea, podría buscar su tranquilidad y felicidad en otro lado, ya sea saliendo un poco más, buscando un pasatiempo, o mudándose de edificio.
Enrique tenía los ojos tan abiertos que tuve la impresión de que se le saldrían de sus cavidades. Su rostro era una gran bola roja a punto de hervir. Nadie parecía animarse a hablar después de tremendo discurso. Las cosas ya estaban dichas y no había lugar para una objeción. Samanta nos miró a Fortachón y a mí y acarició a mi compañero con mucho amor. Luego, me miró y me guiñó el ojo. Yo no me esperaba esa defensa de su parte, tenía la impresión de que me iba a tener que adaptar a nuevas reglas o hasta pensé que no me quedaría otro remedio que mudarme.
La dueña del patio se puso de pie y dio el tema por concluido antes de pasar a hablar del horario en el que se debía sacar la basura para que no quedara más tiempo del deseado apestando todo el edificio. Yo tenía ganas de levantarme e irme de allí a mi departamento o a sacar a pasear a Fortachón o a donde fuera. Como si Samanta me estuviera leyendo la mente, se disculpó con todos por tener que irse antes y me pidió que la acompañara.
Una vez en el pasillo, me pidió disculpas por lo que había sucedido. Ya estaba harta de que Enrique siempre le hiciera lo mismo. Había perdido a muchos inquilinos por su culpa y no iba a tolerarlo más.
-Qué suerte que este peludo ya haya hecho amistades que quieran defenderlo. Por lo que vi, ahora tiene una amiga más, va, dos, contándome a mí.
-Así es, parece que a mi amiguito le gusta hacer sociales con las personas y seleccionar a las que son de buen corazón.
-Espero entrar yo en su lista de aliados.
-Con la defensa de hoy, está primera en la lista, hasta en el puesto más alto que yo.
-Me alegra oír eso, Joel. Se nota que eres un buen muchacho, al igual que tu mascota. Dicen que los animales se parecen sus dueños.
Sí, yo mismo lo había pensado de Luca y Rey, pero no me había encontrado similitudes con Fortachón hasta ese momento. No solo en lo superficial uno podía parecerse a su mascota, sino también en su interior.
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Joel y Fortachón
General FictionCuando la vida te quiere sorprender, encuentra la manera de hacerlo. En este caso, puso a Fortachón, un perro abandonado, en la vida de Joel para que vuelva a confiar en la gente, en la amistad y en el amor.