6

2 0 0
                                    

Me había tocado ir a la oficina por primera vez desde que Fortachón estaba conmigo. No fue fácil separarme de él y del departamento. Me estaba acostumbrado bastante a esa nueva realidad. Por suerte, solo tuvimos una reunión y no fue obligación quedarnos a cumplir las ocho horas. Aproveché el tiempo libre para pasar a comprar algunas cosas que me hacían falta y para darme una vuelta por la perrera a comprarle un nuevo juguete a mi compañero.

-¿Cómo está Fortachón? -me preguntó Ángelo, al verme entrar-. ¿Se porta bien?

-Sí, juraría que no es de este planeta. Sabe hasta pedir salir a pasear.

-Algunos animales son más inteligentes que nosotros, sabes. Algunos dicen que son reencarnaciones; otros, que saben entendernos. No lo sé, tal vez sean hasta mejores que los humanos.

Elegí entre un montón de objetos que había a la venta un hueso de goma y una pelota mediana que tenía un sonajero adentro. Al volver al mostrador, le pregunté al veterinario cómo seguían su hija y su nieto.

-Muy bien, por suerte. El chiquito se la pasa tomando la teta todo el día. Hacemos video llamada a diario. Yo no entiendo del todo este aparato -me dijo, y levantó su celular-, pero bueno, hay que adaptarse a las nuevas tecnologías.

-Lo bueno es que así puede estar en contacto con ellos y también ver a su nieto crecer.

-La distancia no parece tener mucha importancia a veces, aunque solemos estar más lejos de las personas que tenemos al lado de las que en verdad no están aquí.

Cada vez que pasaba por la perrera sentía que me iba con algo para pensar o con un nuevo conocimiento. Se sentía como ir un domingo a misa, o escuchar hablar a un abuelo sabio quien tenía todos los conocimientos del universo. El destino se encarga de cruzarte con las personas indicadas en los momentos oportunos.

...

Cuando llegué al departamento y abrí la puerta, lo primero que hice fue gritar:

-¡FORTACHÓN! ¿QUÉ HICISTE?

Había papel higiénico esparcido por todos lados. También estaba el rollo de servilletas tirado en el suelo todo mordisqueado. Una de mis zapatillas deportivas estaba arriba del sillón y mega baboseada. No sabía qué hacer, realmente no lo sabía. Lo primero que se me cruzó por la cabeza fue retarlo y ponerlo en penitencia, pero luego pensé que había sido la primera vez en la que se quedaba solo por tanto tiempo. Todos los cachorros hacen desastres (aunque él ya estaba bastante grande), y estar en soledad les causa más ansiedad y descontrol.

Opté por enseñarle lo que había roto y decirle que eso estaba mal. El peludo me observaba con carita triste y el rabo entre las patas. Me dolía verlo así, pero tenía que aprender que no podía andar rompiendo todo porque sino, la próxima vez que lo dejara solo, lo volvería a hacer. Cuando creí que había entendido, lo dejé ir y me puse a recoger todo. Al terminar, Fortachón estaba sentadito en el sillón con ojitos tristes, así que, sin poder contenerme, me acerqué y lo comí a besos. Me hice una nota mental de que tenía que dejar la puerta del baño cerrada cada vez que saliera y nada de servilletas a su alcance.

Me quedé un rato observando a mi compañero perruno mientras le rascaba la panza. Era increíble el apego que podíamos llegar a generar por un animal, hasta mucho más fuerte que con una persona. Los perros tienen el poder de ver tu alma y guiarse solo por eso. Si algo de ti no les gusta, no hay forma de hacerlos cambiar de opinión. Y eso fue justamente lo que sucedió con el vecino del 5to C.

Habíamos vuelto con Fortachón del paseo habitual cuando sentimos que golpean la puerta. Noté de inmediato que mi compañero se puso como en alerta y se quedó sentado, a la defensiva, en el sillón. Al abrir, no tuve ni tiempo de decir hola.

—Ah, tal como lo pensaba, tienes una criatura viendo aquí.

Lo miré a Fortachón, quien se había puesto en cuatro patas, y en sus ojos había algo diferente a la tranquilidad que transmitía a diario. Luego, volví a situar mis ojos en el pelado con anteojos que estaba parado en el umbral de la puerta.

—Disculpe, ¿quién es usted? Y no es ninguna criatura, es mi compañero y se llama Fortachón.

—Soy Enrique, del 5to C, y ese perro estuvo todo el día haciendo ruidos, saltando y ladrando cada vez que se activaba el ascensor. No sé qué piensa hacer con él.

Yo lo observaba un tanto sorprendido. Ni siquiera me conocía y tenía el tupé de ir hasta mi departamento a hablar mal de mi mascota.

—Si quiere, le puedo enseñar mi copia del contrato en donde está avalado tener mascotas. Así que lo único que pienso hacer con él es darle de comer y felicitarlo cada vez que haga una nueva pirueta. Lamento que lo hayan molestado sus ruidos, pero es un perro y se divierte un poco, como todos.

Terminé de hablar y Fortachón, como felicitándome por lo que acababa de decir, pegó un ladrido. El señor del 5to C me miraba anonadado, y todo su rostro se había puesto tan colorado que parecía que iba a explotar en cuestión de segundos.

—Si no tiene otra cosa que decir, me voy despidiendo que tengo trabajo que adelantar. Espero que tenga una buena tarde.

—Te aseguro que la gente del consorcio se enterará de esto y de tu perro malcriado.

No iba a soportar que hablara así de mi compañero, así que me despedí y cerré la puerta en sus narices. Pude escuchar cómo protestaba parado fuera, pero no le hice caso y me fui al sillón con Fortachón.

—A ti tampoco te cayó bien ese hombre, ¿no, Fortachón?

Como si me entendiera, comenzó a mover su cola y se me tiró encima para lamerme la cara. Comencé a rascarlo y se acostó boca arriba abierto de patas. Estaba seguro de que tendría problemas por contestarle así a mi vecino, pero no iba a permitir que se metieran con mi mascota.

Joel y Fortachón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora