Le habían puesto Liliana de nombre. Algo extraño teniendo en cuenta que nació después del 2000. Sin embargo, teniendo en cuenta que provenía de una de esas familias "acomodadas" y que el nombre era parte de una tradición familiar, la elección no sorprendió a nadie. Compartía el nombre con su madre, su abuela, su bisabuela y prácticamente todas las mujeres de su familia materna. También, había heredado de ellas su nariz, cabello y ojos marrones, junto con la pasión por la comida italiana.
Las cuatro, la hija; la madre; la abuela y la bisabuela, vivían en el pueblo Aldeo. Con cerca de cuatro mil habitantes el pequeño asentamiento cumplía a la perfección el dicho: pueblo chico, infierno grande. Ni sus frondosas arboledas eran capaces de ocultar las chispas que saltaban entre las familias de mayor poder adquisitivo, aunque ninguna discusión o rivalidad se debió a algo más grande que una trivialidad y los enfrentados solían volver a la paz al cabo de unas semanas. No obstante, siempre hay diferencias irreconciliables y Aldeo no era la excepción a la regla. La familia de Lil, como era apodada cariñosamente, era la humilde competencia de los Brown. Más bien, su negocio lo era. Inconcebiblemente, había dos farmacias en el pueblo, separadas por unas pocas cuadras de distancia. La farmacia Hernandez era administrada por la madre de Lil, Liliana Antonia, desde hacía más de 20 años. Se la había comprado a un viejito, de profesión farmacéutico, que quería irse a vivir cerca del mar debido a su reuma. Los Brown, hijo; padre; abuelo y bisabuelo, tal como las Hernandez, habían llegado hace poco menos de un año para romper la tranquilidad y las ventas de Liliana Antonia, Tony para los suyos. Desde su desembarco, atrajeron clientela con novedosos productos como cremas antiage para el rostro y pastillas que prometían curar todos las males que podían aquejar a una persona. Esto hizo que cada vez menos vecinos compraran sus medicinas en la histórica farmacia del pueblo. La camaderia propia de conocerse de toda la vida, y en muchos casos la amistad, no lograron retener a los compradores habituales de Tony, quien poco a poco fue perdiendo estabilidad económica. Por esta triste razón, las cuatro mujeres se vieron privadas de gran parte del estilo de vida del que disfrutaban hace un año. Para la matriarca sólo existía un culpable de su mal pasar: Enrique "Quique" Brown. Él invadió Aldeo, rompiendo su armonía y tranquilidad, y encima tuvo las agallas de lapidar su fuente de ingresos.
- Debiera de saber ese sujeto que una cosa así no se puede hacer, uno no puede venir y establecer negocio de un rubro que ya estaba en el pueblo con anterioridad. Es una enorme traición, y más aún con el descarado, junto con toda su prole, viviendo al lado. - Solía decir Liliana Antonia mientras se desahogaba con su madre, Liliana Asunción Hernandez.
- Ay, Hijita mía, deja ya de renegar o vas a volver a tener presión alta y el Doc está de viaje.
- Mamma no estoy renegando. Tengo todo el derecho del mundo a estar enojada. Ellos nos están arruinando. A este paso en unos meses vamos a tener que cerrar la farmacia.
- Amarrado sea, no digas esas cosas que Diosito escucha. - vociferó Asunción mientras se presignaba.
De repente, el sonido del timbre interrumpió la conversación.La vivienda familiar se vio envuelta en un sonido agudo que sembró desconcierto.
- Yo voy, chicas. - Se le escuchó decir por lo bajo a la mayor del clan, Liliana Ester.
- Dejá, Abu, voy yo. Vos sentate, te podes caer. - le respondió Lil.
- Bueno, querida, gracias. Andá que están tocando de nuevo. - En ese momento sonó el timbre, quien estaba del otro lado de la puerta debía estar impaciente.
La joven de 18 años se dirigió con paso acelerado hacia la puerta y la abrió velozmente. Del otro lado se encontraba la persona menos pensada, Damian Brown. Él muchacho era un idiota a su parecer, pero no podía negar que era lindo, por lo menos. En su cara se observó una expresión de desasosiego cuando ella abrió la puerta, el chico esperaba toparse con alguna de las dos ancianas residentes de la casa, que tenían la costumbre de abrir la puerta y, al verlo a él, volverla a cerrar.
- ¿Me das hielo? - preguntó el menor de los Brown, mostrándose frío y cortante.
- No tenemos, vas a tener que comprar. - mintió la chica, ofendida por la prepotencia de su interlocutor.
- No te creo ¿Hace 37 grados y no tienen hielo?
- Igual que vos.
- A nosotros se nos terminó recién.
Ella lo fusiló con la mirada, echándolo tácitamente . Opinaba igual que su madre sobre la familia vecina, no conocían de códigos ni de convivencia, simplemente les interesaba llenar sus bolsillos.
- Bueno, no te enojes, yo ya me iba. - exclamó hijo de Quique.
Al oír esto Lil cerró la puerta y corrió hacia la cocina para reunirse con el trío femenino que se encontraba ya degustando unos deliciosos fideos con tuco como cena.
- ¿Quién era? - interrogó Asunción.
- Damian, Abuela. - le indicó su nieta.
- ¿Brown? - Antonia se mostró desconcertada.
- Si, mami. Quería hielo.
- Que se compre. - Protestó Ester a la vez que procedía a enrollar la pasta en el tenedor.
- Eso le dije, Abu.
- ¡Bien hecho! - se escucharon tres voces al unísono.
Después, la cena transcurrió con suma normalidad.
***
- No me han dado hielo. - Se lamentó el adolescente.
- No importa, hijo. Ya está. Tato puso a hacer en cuanto te fuiste. - manifestó el padre referencia a su abuelo.
- Está en todas Tato.
- La verdad que sí, es un muy buen abuelo.
- Y bisabuelo. - Agregó el jovenzuelo.
- ¿Alguien me nombró? - Apareció en escena el sujeto objeto de conversación.
- Tenías razón, Abue, no le dieron hielo a Dami. - le notificó con frustración su nieto, un dermatologo devenido en farmacéutico.
- ¿Viste? Si solo pudiera adivinar los números de la lotería... - ironizó el hombre buenmozo de unos 85 años, los cuales, cabe mencionar, no los aparentaba.
- Jugate un billete, por ahí ganamos aunque sea unos pocos pesos, Bis. - le devolvió el chiste su bisnieto.
- Se ve que heredó tu sentido del hu... - Enrique no logró completar la frase, se desmayó de golpe.
El estruendo causado por el cuerpo del hombre de aproximadamente unos 70 kilos despertó al hijo de Tato, Aldo.
- ¿Qué fue ese ruido? - gritó desde su cuarto quien se había ido a dormir temprano esa noche, presa del sueño.
- Papá se desmayó. Llamen al Doc. - el benjamín del duplex tomó el mando de la situación.
- El Dr. Algarroco no está en Aldeo. - se encendieron las alarmas.
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Perfectos Desconocidos
ChickLitLil odia a Damian, a quien cree un idiota. Damian odia a Lil, a quien cree una bruja. Sin embargo, todo cambiará el día que realmente se conozcan. Las apariencias engañan.