MEMORIAS: Setagaya, 2001

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Desde que Hwan Ryu tenía uso de razón, eran muy pocas las ocasiones que solía compartir un día entero con sus padres. Una de esas felices fechas, era su cumpleaños; siempre la esperaba con ansias. Más aquel cumpleaños número once, se vería ensombrecido por el más amargo y horripilante recuerdo de toda su vida…

Cuanto habría pasado ¿una hora, quizá?, Ryu no lo sabía, pero para él ya había transcurrido mucho tiempo desde que su madre lo llevara escaleras arriba, a la desocupada habitación del fondo del corredor. 

«Espera aquí, y no salgas por ningún motivo hasta que tu padre o yo volvamos por ti» fue lo que ella le ordenó con su tranquila voz, como en otras tantas veces, mientras lo ayudaba a entrar en ese espacio secreto estratégicamente diseñado en el asiento de ventana.

Sinceramente, ese lugarcito que le hacía sentir como si estuviera en una misión detectivesca de su más reciente manga, no era para nada incómodo. A Ryu siempre le había fascinado la brillante idea de su creación. Tapizado de tatami* en todo su interior y con una mullida cobija en la base, conseguían mantenerlo caliente.

Y ahora, como en un par de ocasiones pasadas, tendría que adelantar el sueño en su túnel. Extendiendo las piernas hasta donde le daban, se recostó cómodamente para poder descansar la cabeza y el cuello de su anterior incomoda postura.

Previo a cerrar sus cansados párpados por el día tan activo que tuvo, Ryu oyó un par de ecos como lejanos.

«¿Otra vez los almacenes están ordenando tan tarde? ¿o algún universitario loco están haciendo experimentos?» se preguntó, mientras se dejaba arrullar por el musitar de las hojas de los árboles.

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Procurando recordar porque estaba allí, el niño aún somnoliento, empujo la tapa de aquel asiento de ventana. Estiró los brazos y salió sin tropezarse.

Abandono el deshabitado cuarto, y avanzó por el corredor frotándose los ojos. Entró al dormitorio principal, el de sus padres, y no vio a nadie; la cama estaba hecha. Meneo la cabeza y frunciendo los labios dio la vuelta para bajar las escaleras de madera. Tampoco había nadie.

Ryu miró interrogante la sala, estaba tal cual la dejaran anoche antes de ser interrumpidos. En la mesita de centro, el pastel con exóticas frutas de temporada, descansaba sobre su caja aún con la vela consumida en su centro; y sobresaliendo por debajo del viejo futón* verde oscuro, se hallaba su obsequio no abierto.

Asustado, el pequeño cayó en cuenta que la puerta principal se bamboleaba suavemente por acción del viento, alguien la había dejado entreabierta. Camino con lentitud hacía ella, y al tirar de la manija, tembló ante la imagen que sus ojos captaron.

Sus padres se encontraban allí, tendidos boca abajo, casi al pie de las gradas de piedra.

Tiritante, quizá por la fría brisa o por el temor de acercarse a los cuerpos, Ryu bajo los peldaños hasta pisar el húmedo césped. No sabía a quién darle su atención primero, ni siquiera sabía si quería seguir observando, pero lo hacía. Sus pies y cuerpo parecían tener vida propia.

Enormes charcos de distintos tonos de rojo se formaban entre los tiesos cuerpos, y en algunas partes el césped tenía salpicaduras de sangre seca o diluida por la aparente llovizna matutina.

Instado por esa fuerza que parecía rechazar el aceptar la verdad y tener piedad de su estado nervioso, el niño se agachó para ver los rostros de sus cariñosos padres. Algo de lo cual se arrepentiría más tarde y tal vez toda su vida.

Corazón Encadenado [En Pausa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora