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Es aquella que no sirve,

Aquella que demuestra que no es fuerte

La que se puja.

Aquella que sobrevive, la que demuestra ser fuerte,

Es la nueva elegida.

Axel

El resto del día transcurrió mucho más rápido que un día común para mí. Durante toda la tarde trabajamos con el equipo analista para que esa noche todo saliera a la perfección, calculamos todo al milímetro, no podíamos permitirnos que nada saliera mal. De vez en cuando pude ver como Max se me quedaba mirando con la misma cara de decepción que yo seguramente también tendría de no haber sido por estar tan centrado en recuperar a Mailen. Mi prioridad era salvarla, no había más espacio en mi cabeza que no fuera eso. La mayoría de mis compañeros cenaron en las oficinas en lo que se aseguraban de nuevo que todo estaba correcto, que a las tres de la mañana no habría ningún problema, ningún fallo que pudiera costarle caro a Mailen.

—Voy a por un café, ¿quieres que te traiga uno?

Negué con la cabeza.

—Lo que necesito es un cigarro.

Max me apretó uno de los hombros para captar mi atención. Lo miré a los ojos.

—Todo va a salir bien, Axel...

Apreté los labios hasta que solo fueron una línea fina en mi rostro.

—¿Tú lo habrías podido imaginar? —pregunté sin rodeos.

Max suspiró y cogió una silla para sentarse a mi lado.

—No, nunca. Yo siempre hubiera puesto la mano en el fuego por él. Nunca llegué a pensar que la quemadura me podría salir tan cara.

Me pasé las manos por la cámara y solté una carcajada irónica. Tenía mucha rabia.

—Si algo saliera mal...

—Axel... —me interrumpió.

—¡Escúchame! —dejé caer las dos manos en sus hombros. Max se tensó al momento, quizá por la fuerza de mi agarre—. Si algo saliera mal, no me vas a detener, Max, tienes que prometérmelo.

Max tragó saliva y miró hacia abajo durante un par de segundos para volver a mirarme de nuevo.

—¿A qué se supone que no debo detenerte, Axel?

Su pregunta fue retórica, pues sabía perfectamente a qué me refería. Lo reté con la mirada. Poco después, asintió. Lo solté y me levanté arrastrando la silla haciéndola rechinar contra el suelo. Caminé hasta que llegué a la calle y me fumé un par de cigarros. Cuando terminé la última calada, lo tiré al suelo y lo pisé con el talón hasta que la colilla perdió el color rojo para pasar a ser gris. La oscuridad comenzaba a teñir el cielo, apoyé la espalda contra la pared y miré hacia arriba suspirando. Crucé los brazos sobre mi pecho y suspiré fuerte hasta que se me llenaron por completo los pulmones. Sostuve la respiración un poco más de lo normal antes de expulsar el aire. La noche por fin llegó y pronto se hizo paso la madrugada. Era hora de ponernos a trabajar, de traerla junto a mí. Me senté en la misma mesa que Emma, todos los técnicos de su equipo nos rodearon, cada uno con una función específica.

—¿Listo? —me preguntó sonriéndome.

—Desde que hice esa maldita llamada.

Emma me ayudó a seguir todos los pasos en el ordenador. Los pasos siguieron tal y como el tipo del teléfono me dijo. Aguanté la respiración cuando tecleé la contraseña del nuevo navegador que se había abierto, presioné la tecla enter y la página comenzó a cargar mostrando una ruleta que giraba de derecha a izquierda. La pantalla se tornó de color negra, y se me aceleró el corazón al pensar que algo había salido mal.

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