Día 1

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Después de horas sin hacer nada, al fin me levanté de la cama y decidí salir a tomar el aire. No quise cambiarme de ropa, así que salí de casa con ese jodido pijama rosa que él me había regalado. Por suerte estaba sola en casa, y no tenía que darle explicaciones a mi madre de porque otra vez me marchaba. Empezaba a cansarme el hecho de que mi madre estuviese siempre tan encima de mí, siempre queriéndome cuidar y procurando que estuviese bien. Ella sabía que por muchas cosas que hiciese, nada iba a cambiar mi estado. Recuerdo que de pequeña, mi madre solía comprarme ropa de color rosa; vestidos rosas, zapatos rosas, coleteros rosas... Decía que el rosa se veía bonito en mi cara, que resaltaba mis oscuros ojos marrones e iluminaba mi larga melena castaña. Yo me la creía, siempre la creí, pero ahora todo había cambiado.

El rosa ahora es sinónimo de dolor. Me duele llevar ese pijama rosa, me duele ver esas rosas rosas cada mañana, me duele ponerme esos tacones rosas o pintarme los labios rosas.

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