Desde pequeños

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—¿Para dónde vamos? –Preguntó en realidad con su verdadero idioma, siendo sujetado por dos españoles, el pequeño Birú caminaba, ya eran varios días de caminata, pero, estaba sonriendo ¿Por qué? Todavía era pequeño para entender que estaba en problemas, pensaba que aquellas personas eran dioses, y ser escoltado por ellos era un notable privilegio, sin saber que estaría en constante desazón.

Uno de los sacerdotes ahí se compadeció del pequeño, por eso llevaba una manta, Birú la reconocía, era la manta que su madre le estaba terminando de bordar, hace pocos días le había dicho que se la entregaría cuando esté lista. Ahora, sin mucho cuidado fue empujado hacía un cuarto, era algo mediano, pero ni bien se levantó pudo observar a otra persona más ahí, la manta se le fue tirada luego de que cayera al piso, el otro lo miró y le ofreció la mano. No hablaba, y no era que no salía ni una sola palabra de su boca, solo que, hablaba diferente, no entendía, no hablaba su idioma.

Miró con curiosidad, no se notaba mucho como era, solo por un pequeño agujero donde entraba la escasa luz del sol se veían algunas cosas ahí dentro. Agarró la mano de su contrario y lo dirigió para el pequeño agujero donde se filtraba la luz. El rioplatense se sobresaltó un poco, pero, cuando Birú lo pudo observar bien, se preocupó un tanto, estaba herido, en su rostro había varios moretones ¿Qué había pasado? ¿Acaso la persona con quien lo encerraron hizo algo mal y lo lastimaría? Si fuese así ¿Por qué lo encerraron con él?

—¿ I- Ima... ?  —Pronunció y miró mejor al otro y acarició su rostro, en seguida su mano fue quitada de ahí. De nuevo pasó su mano por la mejilla del más alto, lo miró completo, vio que en su brazo había una herida, visualizó también que llevaba consigo en la mano un pequeño papel.

—Imataq chay? / ¿Qué es eso?

No recibía respuesta alguna.

Luego de unos minutos, sintió que le agarraban la mano, que le dirigían palabras, pero no entendí nada. El mayor suspiró y abrió el papel que llevaba consigo, una dirección, de todas formas, aquello ya no servía.

Pasaron las horas, ambos intentaban aprovechar el tiempo para poder entenderse, con mímicas, etc. Llegó la noche y era obvio porque la luz tenue del pequeño agujero dejó de iluminar.

Se miraron ambos, como si tuviesen algo en mente y ahora si se comprendieran.

¿Qué era? Dormir.

Birú miraba constantemente el brazo del rioplatense ¿le estaría doliendo aún? No dudó entonces en arrancar un pedazo de la prenda que usaba, tapó con eso la herida del otro, sabe que probablemente podía ser peor, o que quizá la herida se iba a infectar o que ya se había infectado, pero ¿Qué iba a hacer? No había nada.

Se echaron en el piso, el futuro bicolor de rojo y blanco agarró la mantita que tenía en el suelo, el único recuerdo de su madre, pero no sabía aún. Se echó a un lado de su contrario, se apegó bastante a él para que la manta  lograse tapar a ambos. El otro no se quejó, sabía porque lo estaba abrazando, cerró sus ojos, le dolía bastante la herida.

En los próximos días, intentaban como sea lograr entenderse, a veces comían poco y otras veces ni comían, lo único que para ambos era motivo de seguir viviendo, era ese poco de compañía, si uno se moría ¿Con quién se iba a quedar el otro? Ese era el pensar de ambos.

Birú –Habló, ya se sabía el nombre de él, pero el antes mencionado todavía no comprendía.

— Ima. –Respondió.

—... No dijo nada, pero apuntó a su estómago, dando a entender que tenía hambre.

El de los ojos marrones claro bajó la mirada triste, no había nada para su amigo. Agarró su mano y lo hizo sentar, le indicó que se eche, seguido a esto, lo tapó con la manta que ahora utilizaban para combatir el frío.

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