Remolinos II

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Cuando Shinazugawa abrió los ojos se sentía perdido, luego de unos minutos de mirar fijamente el techo en busca de respuestas, los recuerdos de la mañana golpearon con fuerza contra su mente, haciendo que se incorporará de golpe.

El semen que por la embriaguez del orgasmo dejó sobre su cuerpo, se endureció a nivel del estómago, haciéndolo sentir asqueado, de nada ayudó recordar nítidamente al Tomioka imaginario bombear su pene hasta el clímax.

Gruñó con molestía, golpeando con las palmas abiertas su rostro.

Respiró profundamente por unos minutos, escuchando una vocecita en su mente; muy parecida a la de Iguro, que le repetía con insistencia lo estúpido que era por caer tan bajo.

Soltando maldiciones entre dientes, se incorporó, acomodando lo mejor posible la yukata, necesitaba agua para lavarse y quitar esa sensación molesta en su abdomen.

Deslizó la puerta, recibiendo un saludo del cielo, tan celeste y sin ninguna nube que obstaculice el panorama.

El azul era el único color que no desapareció de su visión tras la muerte de su madre. Vaya ironía; el color que tanto apreció por ser el único que se mantuvo sin cambios, era color que más quería evitar.

Por la posición del sol, aún era mediodía, tiempo más que suficiente para centrar su cuerpo y pensamientos en el entrenamiento, camina al baño, sin la pesadez del trasnocho ni la distracción en la que definitivamente no está pensando, su camino es más rápido, concentrando su oído para evitar toparse con los civiles y cazadores que se alojan en la casa de glicina.

🌪️💧💫💧🌪️

Giyū regula su respiración, sus ojos están cerrados y su mente en blanco.

Los demonios no solo atormentan a los humanos en la vida diaria, sino que algunos se encuentran en la mente de cada individuo, a veces callados, esperando el momento preciso para sembrar zozobra, dañando el espíritu, debilitando la mente, desgastando cada fibra que encuentre.

Giyū conoce muy bien sus demonios, y son todo menos silenciosos, repiten una y otra vez lo inútil que es, lo débil sí se comparaba con Sabito, como no merece el título de Hashira, Tomioka les daba una y otra vez la razón a todas esas voces, que en lugar de atenuarse solo aumentaban el ruido, cambiando el monólogo con ideas para acabar con toda su inútil existencia, razón por la que evitaba ciertos sitios, incluso no empuñaba su katana a menos que se encuentre en misión, no podía dejar el puesto de pilar de agua vacío, aunque no sentía que no merecía el puesto, tenía que esperar que un verdadero pilar ocupará su lugar.

Esa idea era lo único que lo obligaba a seguir caminando, si él fue culpable de que alguien tan asombroso como Sabito no esté donde pertenece, lo menos que puede hacer es esperar a que alguien más capacitado tomé su lugar, y así poder retirarse... Para ver a Sabito...

Por eso meditaba, más que un gusto, era una necesidad, a la que recurría cada que su mente estaba lo suficientemente agitada como para crear remolinos que amenazan con arrastrarlo a la profundidad del mar.

Mantener el cuerpo ocupado no le dió resultado, no cuando su propia mente era el problema.

Con ayuda de la meditación fue que pudo acallar las voces, encontrando algo de calma... Literal y figurada, pues su onceava postura nació después de mucha meditación.

Nagi, cuando todo se detiene... El mar se estanca por un tiempo... Así como él desea que el mundo se detuviera justo cuando estaba con Sabito, y así entrenar por siempre en el monte Sagiri...

—Maldición, no puedo estar ni un jodido momento tranquilo _La voz de Shinazugawa lo hizo abrir los ojos, topando su vista con ese violeta... Tan similar a los de Sabito.

Tempestad (Sanegiyuu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora