Capítulo I
Nueva York, 2022. La panorámica desde la ventanilla del avión resultó satisfactoria. Daniel pudo ver la imponente Estatua de la Libertad desde lo alto, era tal y como la había visto en las películas. Su afición al cine le había dado la referencia de la ciudad de sus sueños, y luego de haber pasado una pequeña temporada en el pequeño pueblo de Argos, Indiana, decidió aventurarse en la ciudad de las oportunidades. Iba descendiendo en dirección al aeropuerto JFK y su llegada al ocaso le pareció mágica, como si el avión bajase al mismo ritmo que el sol se escondía más allá de la bahía. El clima invernal lo recibió cuando el frío tenue del fin de temporada lo sacudió al salir del avión.
—Bienvenido a Nueva York —le dijo la azafata con una sonrisa carismática.
Esas palabras le llenaron el alma, pues había soñado con visitar la ciudad de la gran manzana desde que estaba pequeño. Mismas palabras que escuchó cuando le sellaron el pasaporte en migración, y se dio por hecho el estar oficialmente en Nueva York. <<Son estos los aires de un gran comienzo>> Pensó al exhalar con determinación. Rodaba su maleta desde la aza y caminaba firme viendo pasar a los demás viajeros. Por un momento se había olvidado de que en realidad no tenía ningún plan, solo caminaba como si no tuviera problema alguno y sonreía con sentimiento. El joven de 24 años no era ningún enérgico o alegre intenso, había vivido y pasado por demasiadas cosas que él consideraría como traumatizantes. Pero estaba muy feliz de, finalmente, llegar a ese sitio.
En la puerta lo esperaba su gran amigo de la infancia que no veía desde que ambos dejaron su país natal y tomaron direcciones separadas. Al verlo se le cruzaron sentimientos nostálgicos, pues el condenado había cambiado mucho desde la última vez que se vieron, apenas siendo unos adolescentes. Desde larga distancia, ambos se gritaron y alzaron sus manos.
—¡Aaron, mi amigo! —exclamó con dicha.
Ambos se abrazaron por unos instantes y se daban palmadas en la espalda. Sonreían y recordaban el largo tiempo que tenían sin verse.
—Casi no has cambiado —dijo Aaron volviéndose hacía él.
—¡En cambio tú has engordado! —dijo el recién llegado—, te veo bien, mi amigo. El “imperio” te ha sentado muy bien.
—¿Y crees que estos cachetes son de a gratis?— dijo con su sonrisa abultada.
Ambos rieron y se fueron en coche al pequeño departamento de su buen amigo. Daniel ilusionaba cuando pasaba por las calles de la ciudad. Se dirigían hacia Brooklyn y observaba las edificaciones, no quería esperar un segundo para conocer la ciudad.
—Y espera a que vayamos a Manhattan—le dijo Aaron al verlo alucinando con las calles de Queens.
—¡No puedo esperar para ver la Gran Manzana, o el Central Park! —dijo.
—Tenemos que ponernos al día, ya he comprado unas cervezas y las he puesto a enfriar en el congelador —comentó Aaron.
—Nada como unas cervezas contigo, mi estimado. Tal y como en los viejos tiempos —dijo sonriendo y dándole unas palmadas al hombro de su amigo al volante.
Todo el recorrido de vuelta tomó al menos una hora. Sin embargo, Daniel no tenía problema con seguir rodando por las calles el tiempo que fuese necesario. Llegaron a un bonito edificio que esta entre la calle Hoyt y la calle Baltic. Se bajaron del auto y sacaron las maletas.
—Bienvenido a mi pequeño hogar —dijo Aaron mientras admiraban el edificio.
Ambos entraron y subieron al tercer piso. Aaron abrió la puerta con un poco de dificultad, a veces se quedaba trabada y había que empujarla. Daniel se encontró con un pequeño departamento con una habitación, una cocina, un baño y una pequeña sala de estar.
—No es mucho, pero me acomodo bien —comentó Aaron.
—Es perfecto, mi amigo —dijo— . Tu sofá me será más que suficiente.
—Puedes quedarte el tiempo que necesites —Le dijo a su amigo—. Instálate mientras yo le devuelvo las llaves al Sr. Parker.
Aaron tomó prestado el automóvil de su vecino de al lado para buscar a su amigo al aeropuerto. Mientras, Daniel acomodó sus cosas en la sala. Abrió la ventana para admirar la vista del ajetreado tránsito. Y se conectó al internet de su amigo para avisarle a sus padres que ya había llegado al departamento de Aaron, quien llegó luego de un instante. Sacaron las cervezas del congelador y destaparon las latas al mismo tiempo, brindaron, y ambos dieron un gran sorbo.
—Me tienes que contar todo, mi estimado —dijo Aaron luego del brindis.
—¿Por dónde podría empezar? —quiso abreviar su larga historia.
—¿Qué tal México? —preguntó.
—Increíble. Lo tendré eternamente en mi corazón —dijo luego de un trago—. Uno nunca olvida el país que le dio una segunda oportunidad.
—¡Salud! —brindó nuevamente.
—No te negaré que fue algo difícil. Nadie nos enseña a empezar de cero en otro lugar completamente diferente —dijo Daniel—. Supongo que te pasó lo mismo cuando llegaste aquí.
—Estoy de acuerdo —dijo asintiendo su cabeza.
Ambos siguieron su amena conversación y se ponían al día con un gusto increíble. No paraban los chistes y los viejos recuerdos, a veces con carcajadas que hacían sacar lágrimas.
—¿Quién lo diría?, dos cervantinos en el “imperio” —dijo Daniel.
—Ya somos unos cuantos en estos territorios —dijo antes de mencionar a otros excompañeros de preparatoria—. De hecho, tú eras el único que se encontraba en México.
—Argentina, Chile, Colombia, Estados Unidos, Canadá, y algunas partes de Europa —mencionó algunos países donde se habían desplegados otros compañeros.
—¡Por el Cervantes! —brindó Aaron mencionando la preparatoria donde habían estudiado.
Daniel brindó y añadió otro término.
—¡Por Venezuela!
—Por cierto —recordó Aaron justo mientras daba un sorbo—, ¿cómo te debo decir ahora?, ¿licenciado?
—Así es, para que te vayas acostumbrando —dijo sarcástico con risas.
La charla seguía y las cervezas parecían eternas, pues luego de acabarse un paquete, iban por otras a la tienda de la esquina. Daniel no paraba de admirar la vista desde la ventana del departamento cada vez que podía. Incluso Aaron notó su necedad de ir a ver al exterior.
—¿Qué tal Indiana? —Preguntó Aaron.
—Oh, increíble. Definitivamente necesitaba tener una pequeña temporada de paz, y Argos fue el lugar ideal —dijo satisfecho.
—Si vi unas fotos sorprendentes que subiste a tu página.
—Además, visité a una amiga —arqueó una sonrisa al recordar cuando se deslizaron de una montaña de nieve.
—¿Alguien que conozca? —preguntó.
—No. La conocí hace un tiempo por las redes sociales —explicó—. Fue un encuentro agradable.
—Pues me parece que la vida te está sonriendo, mi amigo.
—¿Y tú?, ¿alguna novia? —preguntó Daniel con risas
—Una o dos que tengo por ahí —dijo engreído
Se hacía de noche y ambos ya estaban “alegres” debido a las cervezas. Daniel sacó su laptop para revisar los posibles departamentos que rentaría. Aaron insistió que se podía quedar todo el tiempo necesario.
—No te estoy corriendo, mi amigo —dijo—. Eres siempre bienvenido para quedarte el tiempo que quieras.
—¿Quieres que me quede siempre en tu sofá? —preguntó.
—¡Por supuesto!
—¿Qué diría una de tus novias si siempre me ve aquí metido? —preguntó burlón.
—Para eso tengo mi cama, es una KingSize —dijo el casanova.
Daniel rebuscó entre docenas de páginas, y no encontró algún departamento que se acople a su presupuesto o características. Ambos se encontraban buscando el sitio ideal para que Daniel pudiese rentar. Pero no había, o era muy caro. Al casi rendirse, Daniel encontró uno que le resultó peculiar y la descripción llamó su interés.
—Mira esto, hay uno —dijo intrigado—. Pero se ve algo extraño.
—¿Qué dice? —preguntó Aaron desde la cocina mientras agarraba otra cerveza.
—¡Parece que la renta está en solo cincuenta dólares al mes! —dijo impresionado.
—¿Qué?, imposible.
—¡Y queda en Manhattan! —siguió con la sorpresa—. Lo veo bien ubicado.
Aaron sin creerlo le pidió ver las fotos de la página inmobiliaria. Para su desilusión, se trataba de un lugar totalmente inaceptable. Era un departamento viejo y desgastado. Las condiciones de aquel lugar estaban muy deterioradas. Al ver esto, la insistencia aumentó.
—Ni creas que te dejare vivir en esa pocilga —dijo Aaron.
—Pues a mi se me hace algo acogedor… rústico —dijo buscando el lado bueno.
—¿Qué te parece acogedor?, ¿el departamento, o el precio? —preguntó con sarcasmo.
—No te negaré que el precio está muy bueno. Creo poder acomodarme en esas condiciones.
—Bien, mañana mismo le pediré el auto al Sr. Parker de nuevo. Espero que viendo ese cuchitril con tus propios ojos te haga desistir —dijo Aaron esperanzado de que su amigo no viviese en aquel lugar.
Ambos terminaron las cervezas y la búsqueda de departamentos. Aaron se dirigió a su habitación, y Daniel se acostó en el sofá. Abrió la ventana y entraba una fresca brisa que lo confortaba. Admiró un rato el exterior desde donde estaba acostado y luego cayó dormido sin ningún preámbulo. Por primera vez, Daniel ya no tenía que soñar sobre su ciudad favorita, porque justo estaba durmiendo en ella. Una ciudad que, sin duda, le darán muchas sorpresas.
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Departamento 37B
Storie d'amoreDaniel Rodríguez llegó a Nueva York donde busca un lugar para hospedarse. pero un misterioso departamento le dará una sorpresa inesperada. En medio de tremenda locura, se enamora y, eventualmente, deberá tomar una decisión crucial que podría desapa...