Capítulo IX: Marina

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No le gustaba lo que veía en el espejo

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No le gustaba lo que veía en el espejo. No era la persona que conocía, pero debía admitir que Marina se veía justo como se sentía. Cansada, enfermiza. A punto de quebrarse.

—¿Estás bien?

—¿Debería estarlo? porque realmente no sé cómo me siento.

—Lamento que quedaras en medio de todo esto. Jamás fue mi intención involucrarte.

Axel apoyaba su peso sobre el marco de la puerta. Marina lo observaba a través del espejo, dio un pasó vacilante al interior del baño. Dudó por unos segundos antes de mostrar lo que había entre sus manos, llevaba una muda de ropa limpia.

—Para ti —dijo. Dejó la ropa en el borde de la bañera, se retiró para darle espacio, aunque era casi imposible considerando las dimensiones del baño—. Me temo que por el momento solo podrás tomar agua y otros líquidos. No creo que la comida sólida te vaya a ser bien.

Llenó un vaso de agua del grifo y se lo ofreció. Marina lo bebió con rapidez, no se había dado cuenta de lo sedienta que estaba hasta que tuvo el vaso contra los labios. Axel se abalanzó sobre ella e intentó quitárselo.

—No tan rápido —dijo—, podrías…

Fue muy tarde. Marina se dobló en dos  y vomitó en el lavamanos. Axel le sujetó el cabello mientras ella evacuaba el escaso contenido de su estómago. Las arcadas provocaban grandes oleadas de dolor en su garganta.

—Bebe un poco más de agua, despacio.

Marina se limpió la boca con la manga de su camisa, dejó un rastro de sangre en ella.

—¿Esto es normal?

—No lo sé. Nada en esta situación lo es. Eres humana, jamás debiste estar tan cerca del fuego de un Fényx.

Las piernas de Marina temblaban, Axel tuvo que ayudarla a volver a la cama. Cecily seguía allí, no había despertado desde que llegaron al apartamento, ya habían pasado varias horas desde eso. Marina pensaba que no lo haría pero Axel estaba seguro de que sí.

Axel le había contado lo que pasó después de su desmayo en el bosque, y también la clase de poder que comenzaba a contaminarla. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cómo podría creer en su palabra? Hasta donde sabía solo existían dos tipos de poder de ese lado de la barrera: el poder divino y la magia arcana, manejada sólo por un grupo de mujeres que se hacían llamar brujas.

No había nadie, sin importar de que lado de la barrera se encontrara, capaz de dominar el poder ancestral; el poder de los dioses es imposible de controlar para un ser mortal, se consideraba una locura, casi una herejía sugerir que algún Eriline, Hatuk u otra raza con alcance a las fuerzas del poder tuviese dominio sobre algo como el poder ancestral.

—Aún no existe nadie que pueda dominarla. No creo que ningún mortal pueda lograrlo. Mira lo que pasó con ella —señaló a Cecily con la cabeza—, solo estaba molesta cuando todo ese desastre estalló. Perdió el control de sus emociones y destruyó la cabaña, acabó con la mitad del bosque.

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