¿Por qué es tan difícil dejar ir algo que jamás te podrá pertenecer? Hay muchas cosas que me gustaría olvidar, pero esta es imposible. Cada día tengo que cargar con el dolor escondido en mi pecho, y a veces simplemente me gustaría arrancarme el corazón. Ver cómo otras personas se aman mientras yo jamás podré hacerlo es como estar encerrada en una caja de cristal; puedes observarlo todo, pero no formar parte de ello.
Extiendo mi mano hacia el vidrio que me separa de la pareja que se está besando en el interior del bar. Las yemas de mis dedos tiemblan ante el frío del cristal y me pregunto si estarán enamorados, si se habrán conocido hace años, si ya habrán tenido hijos. Lucen tan felices que casi me siento culpable por desear ser uno de ellos.
El hombre coloca su brazo sobre los hombros de la mujer y se acerca para susurrarle algo que la hace reír. Conversan, beben y se ríen sin importarles el bullicio del bar o la tormenta de afuera. A ellos solo les interesa estar juntos y besarse, claro. En un determinado momento se callan. Se escrutan con la mirada y se forman arrugas alrededor de sus ojos por las exageradas sonrisas que esbozan. Ella extiende su mano hacia él para acariciarlo. Y entonces se besan.
Su beso es la unión de dos piezas distintas de un rompecabezas. Besar es igual que armar uno. Existen piezas únicas, distintas a todas y con las que batallamos para encontrarles su lugar. A veces unimos dos piezas que no funcionan, que jamás podrán estar juntas y, aun así, intentamos completar el rompecabezas. Pero también existen piezas destinadas a unirse, logrando la formación de todo un nuevo universo. Así ocurre con los besos. Hay algunos que no calzan y otros que sí dan la impresión de ser nuestra mitad perdida.
Suspiro y tiro de la capucha de mi impermeable amarillo. Se está haciendo tarde y la lluvia todavía no amaina. La tormenta había comenzado hace un par de horas atrás, justo cuando se me ocurrió salir a pasear por las calles de Segovia, y ahora se ha vuelto mucho peor. Si antes era una lluvia inofensiva, ahora caen goterones del cielo. Ojalá pudiera enfadarme por estar calada hasta los huesos, pero sigo sintiendo nada. Ya todo me da lo mismo, especialmente después de lo de Daisy.
Tal vez escaparse en plena noche no fue una buena idea, menos aun viendo la lluvia caer. Pero entumirme con cada gota que cae del cielo es mucho mejor que permanecer en una casa hecha un desastre.
Me alejo del bar donde está la pareja y vuelvo a caminar sin un rumbo fijo. Que me haya fijado en dos personas besándose casi se ha vuelto un hábito con más tendencia a obsesión que a otra cosa. Ver el amor de manera tan física y tangible es como querer rozar las estrellas. Imposible. Estaba ahí, a unos pasos de mí y podía sentirlo a través de las caricias, los roces, las miradas. Por eso me gusta tanto observar a las personas enamoradas, porque tengo claro que el amor no es algo que está escrito en mi destino.
En vez de seguir caminando, me detengo y alzo mi rostro hacia el cielo lleno de nubes grises. ¿Qué sentido tiene cubrirse de la lluvia si siento hasta mi sujetador empapado? Permito que la lluvia acaricie mi rostro porque así puedo sentir a Daisy animándome para que baile al son del repiqueteo de las gotas que caen sobre la acera. Si cerrara mis ojos, los cuales ya están anegados de lágrimas, sé que vería a mi abuela sonriéndome desde el porche de su cabaña.
Parece que hubieran pasado solo días desde que la vi por última vez, pero no es así. Daisy murió hace meses, y su recuerdo sigue siendo tan doloroso como el primer día. No creía que algún día despertaría sin recordar el olor a lavanda de la cabaña, o el sonido de la tetera hirviendo por las tardes, o los atardeceres naranjas cubriendo cada centímetro del porche. El dolor no es no poder verla otra vez, sino que duele abrir los ojos todos los días y seguir pensando que ella estará allí para sonreírme antes de ir al instituto. Pero se ha ido. En menos de lo que dura un pestañeo se ha largado de mi vida, dejándome sola y obligándome a vivir con mi madre.
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Donde nace la lluvia
Ficção AdolescenteRain sabe que el amor no es para ella, sobre todo cuando cada persona que toca desencadena una visión en su cabeza. Ese es su don: ver el pasado de quien la toca. Pero para ella es una maldición. Después de todo, aquello causó el accidente que tanto...