_C A P I T U L O_ 01

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Un temblor sacudió el piso debajo de él. El movimiento repentino lo hizo caer y se arrastró con las manos y los pies hacia atrás. A pesar del aire fresco, las gotas de sudor le cubrían la frente. Su espalda golpeó contra una dura pared metálica; se deslizó por ella hasta que llegó a la esquina del recinto. Se hundió en el rincón y atrajo las piernas firmemente contra su cuerpo, esperando que sus ojos se adaptaran a las tinieblas.

El oscuro elevador se mecía de un lado a otro durante la subida, provocándole náuseas; un olor de aceite quemado saturó su olfato, haciéndolo sentir peor. Quería llorar, pero no tenía lágrimas; no le quedaba más que permanecer sentado allí, solo, esperando.

Mi nombre es Eren, pensó.

Eso era lo único que recordaba acerca de su vida.

Imágenes de individuos pasaron fugazmente por su cabeza, pero no reconoció a nadie, y sus caras fueron reemplazadas por siniestras manchas de color. No guardaba en su memoria ningún rostro conocido ni recordaba una sola conversación.

El elevador continuó balanceándose; Eren se volvió inmune al incesante repiqueteo de las cadenas que lo llevaban hacia arriba. Pasó un largo rato. Sus instintos le decían que había estado moviéndose durante casi media hora.

Con sorpresa, sintió que el miedo desaparecía volando como un enjambre de mosquitos atrapados por el viento, y era reemplazado por una profunda curiosidad. Quería saber dónde se encontraba y qué estaba ocurriendo.

El cubículo se detuvo con un crujido; el cambio súbito lo arrojó al duro suelo. Mientras se levantaba con dificultad, sintió que la oscilación disminuía hasta desaparecer. Todo quedó en silencio.

Transcurrió un minuto. Dos. Miró hacia todos lados pero no vio más que oscuridad. Tanteó las paredes otra vez en busca de una salida, pero no encontró nada, sólo el frío metal. Lanzó un gruñido de frustración. El eco se extendió por el aire, como un gemido de ultratumba. El sonido se apagó y volvió el silencio. Gritó, pidió ayuda, golpeó las paredes con los puños. Nada.

-¡Ayuda... por favor! —gritó. Las palabras le desgarraron la garganta.

Un fuerte ruido metálico resonó sobre su cabeza. Respiró sobresaltado mientras miraba hacia arriba. Una línea de luz apareció a través del techo del ascensor y se fue expandiendo. Tras un chirrido penetrante vio un par de puertas corredizas que se abrían con fuerza. Después de estar tanto tiempo en las tinieblas, la luz lo encegueció. Desvió la vista y se cubrió la cara con ambas manos.

Escuchó sonidos que venían de arriba: eran voces. El temor le estrujó el pecho.

-Miren al larcho ese.

-¿Cuántos años tiene?

-Parece un míertero asustado.

-Tú eres el míertero, Shank.

-¡Güey, ahí abajo huele a zarigüeya!

-Espero que hayas disfrutado del viaje de ida, nuevito.

-¡No hay pasaje de vuelta, hermano!

Sintió una ola de confusión mezclada con pánico. Las voces eran extrañas y sonaban con eco. Algunas palabras eran incomprensibles, otras resultaban familiares.

Entrecerró los ojos y dirigió la mirada hacia la luz y hacia aquellos que hablaban. Al principio, sólo vio sombras que se movían, pero pronto comenzaron a delinearse los cuerpos: varias personas estaban inclinadas sobre el hueco del techo, observándolo y apuntando hacia él.

Eran todos muchachos: algunos más chicos, otros mayores. No sabía qué había esperado encontrar, pero estaba sorprendido. Eran adolescentes. Niños.

Algo del miedo que sentía se desvaneció, pero no lo suficiente como para calmar su acelerado corazón.

El corredor del laberinto || EreMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora