_C A P I T U L O_ 04

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Alguien sacudió a Eren para levantarlo. Cuando abrió los ojos vio una cara que lo contemplaba atentamente desde arriba. A su alrededor, reinaban las sombras y la oscuridad de la madrugada. Quiso decir algo, pero una mano fría le cerró la boca con fuerza. Entró en pánico hasta que descubrió quién era.

Su corazón comenzo a latir con fuerza al ver de quien se trataba.

–Shh, Eren. No queremos despertar a Connie, ¿verdad?

Era Armin, el tipo que parecía ser el segundo al mando. El aire se impregnó con su aliento matutino.

Aunque estaba sorprendido, la sensación de alarma desapareció de inmediato al ver a él rubio. No podía evitar preguntarse qué querría ese chico de él. Asintió con la mirada, hasta que finalmente Armin retiró la mano.

–Vamos, Eren—susurró. Se estiró y lo ayudó a incorporarse. Era tan fuerte que parecía que podía arrancarle el brazo—. Debo mostrarte algo antes del despertar.

La idea de ir con Armin le emocionaba, asíntio con rapidez. Cualquier resto de sueño que quedara en su cabeza ya se había desvanecido.

‐Bueno —dijo simplemente, listo para acompañarlo. Sabía que tenía que estar atento, ya que todavía no tenía motivos para confiar en nadie. Pero se trataba de Armin y la curiosidad lo derrotó, se puso los zapatos rápidamente—. ¿Adónde vamos?

–Sólo sígueme y no te alejes.

Pasaron sigilosamente entre los cuerpos dormidos, que yacían desparramados por el suelo. Eren tropezó varias veces. Al pisar la mano de alguien, escuchó un grito agudo de dolor y recibió un golpe en la pantorrilla.

‐Lo siento —murmuró, ignorando la mirada molesta de su guía.

Una vez que dejaron la zona del césped y pisaron la piedra gris del patio, Armin comenzó a correr hacia el muro occidental. Al principio, Eren dudó, sin saber por qué era necesario apurarse, pero enseguida se recuperó y lo siguió a la misma velocidad.

La luz era tenue, pero los obstáculos se cernían como sombras más oscuras, permitiéndole andar muy rápido. Armin se detuvo justo al lado del enorme muro que se levantaba encima de ellos: otra imagen al azar que surgía como un recuerdo borroso en la memoria perdida. Observó unas lucecitas rojas que brillaban en distintas partes de la pared: se movían, frenaban, se encendían y apagaban.

‐¿Qué son? —susurró, rogando que su voz no sonara tan temblorosa como él la sentía. El resplandor intermitente de las luces ocultaba una advertencia.

Armin se encontraba a menos de un metro de la tupida cortina de hiedra.

–Carajo, cuando tengas que saber algo, lo sabrás, Eren.

‐Bueno, es medio estúpido mandarme a un lugar donde nada tiene sentido y no contestar mis preguntas —repuso, sorprendido ante su repentino valor—. Larcho —agregó, cargando la palabra de sarcasmo.

Armin lanzó una carcajada, pero de inmediato la cortó.

–Me caes bien, Eren. Ahora guarda silencio y déjame mostrarte algo.

Dio un paso adelante, hundió las manos en la enredadera y separó varias lianas de la pared. Apareció una ventana cuadrada de unos sesenta centímetros, con un vidrio opaco y polvoriento. Como todavía estaba oscuro, parecía que lo habían pintado de negro.

-¿Qué estamos buscando? —preguntó en voz baja.

–Aguántate un poco, shank. Algo va a aparecer en cualquier momento.

Pasó un minuto. Dos. Varios más. Eren movía nerviosamente los pies, preguntándose cómo Armin podía estar ahí tan tranquilo, con la mirada fija en la oscuridad.

El corredor del laberinto || EreMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora