No se trataba de una noche especial, sino que de una noche común. No se trataba de estar leyendo, ni de estar narrando, sino que presenciar. No era una extremidad, ni un sentimiento, sino mi alma. La cual no se estaba escondiendo, ni exhibiendo, sino que despegando de mi cuerpo. No se trataba de inadvertencias, sino que de memorias. Tampoco se trataba de historias contadas, sino que se trataba de vivencias. Las cuales no eran cercanas, sino que lejanas, las cuales no eran olvidadas, sino que se vuelven a tener presente. No eran personas recientes, sino que olvidadas, las cuales ahora no son repudiadas, sino que añoradas. No son minutos, ni minutos, sino que segundos, los que ahora pasan a serlo. No recuerdo fragmentos, sino que todo. No desde un único punto de vista, ni de ninguno, sino que de distintos. No desde mi única perspectiva, ni de un solo espectador, sino que de distintas personas. No siendo testigos de un allanamiento, ni de una venta, sino que de un desahucio, el de mi alma. No en una larga secuencia, ni en un cortometraje, sino que en un pestañear. No se trataba de un escenario novedoso, ni resguardado, sino que de uno con bastante concurrencia. No era un día soleado, sino que una noche oscura. No estaba despejado, sino que nublado. No era un paso de cebra resplandeciente, sino que sucio. No se trataba de mujeres, ni de niños, sino que de hombres. Los cuales no eran cinco, ni seis, sino que dos. Uno el cual no estaba atento, sino que distraído. Y otro que no estaba relajado, sino que iba apurado.