IV

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Una vez hubo dejado Sam a Harry en la tienda de su padre, se dirigió a su casa donde su familia estaba ya despierta.

Sam intentó abrir la puerta haciendo el menos ruido posible, ignorando que sus padres ya estaban en pie.

- ¿¡Se puede saber que pasa contigo!? –vociferó su madre nada más asomar la sombra de Sam dentro de la casa.

- Lo siento, pero...

- ¿Qué lo sientes? ¿Sabes lo preocupados que nos has tenido? –la interrumpió su padre.

- Lo sé, es culpa mía pero no quería coger el coche con la tormenta y se me olvidó avisaros.

- No nos pongas excusas, ¡estás castigadas! No cogerás el coche hasta nuevo aviso y te quiero de vuelta a la hora de la cena todos los días. –sentenció su madre.

Sam no dijo nada y subió a su cuarto. Estaba enfadad. Sus padres no la entendían, nunca habían querido que fuese amigas de los chicos de sur, querían que hiciese amigos en el norte, pero, definitivamente, ella no encajaba con ellos, ella era una sureña.

Unos golpecitos sonaron en la ventana interrumpiendo sus pensamientos, había un cuervo picoteado el cristal. Sam, después de un segundo con la mirada perdida en el pájaro, comenzó a acercarse con el fin de alejarlo, para ella los cuervos eran un mal augurio. El ave, al verla acercarse, abrió las alas y empezó a graznar.

- Vamos, pajarito, márchate. –dijo Sam desde el otro lado de la ventana.

El pájaro se levantó de repente sobre sus alas y golpeó la ventana con fuerza, asustando a Sam que cerró los ojos por el susto. Al levantar sus parpados, Sam no vio su habitación, donde estaba hace medio segundo, se encontraba en un bosque espeso con nieblas más espesa aún, apenas podía ver lo que tenía unos metros por delante. A través de la niebla podía distinguir figuras humanas. Ni si quiera le dio tiempo a reaccionar cuando la cogió del brazo y tiró de ella, cuando giró la cabeza hacia atrás estaba otra vez en su habitación. Sam pensó que había sido una alucinación por todo lo que habían tomado anoche, sin embargo, tenía una marca roja en el brazo por donde había sentido que tiraban de ella, eso la desconterto.

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David y Mark llegaron a Bonucci's a pedir su pizza, donde estaban los chicos del norte.

- Mierda tío, los norteños. –dijo Mark en voz baja a David.

- Tranquilo tío. –le dio una palmada en el pecho – Nosotros a lo nuestro, ¿vale?

Todo marchaba tranquilo, Mark y David pidieron su pizza para llevar y decidieron salir fuera a esperar.

Mark comenzó a encenderse un porro. - ¿Quieres? –dijo ofreciéndole a su amigo.

David negó con la cabeza. En ese momento salieron Martha, Jimmy, Jessica, Harvey y Nill del establecimiento.

- ¡Eh sureños¡ ¿Habéis venido a mendigar un trozo de pizza? –dijó Jimmy mientras Harvey y Nill se reían.

Mark intentó lanzarse a por él, pero David le paró poniéndole la mano en el pecho.

- Tranquiló. –le dijo David a Mark, sin quitarle la mano. - Tenemos dinero de sobra, ganado con nuestro esfuerzo, no sacado de la cuenta bancaria de papa.

- No vuelvas a hablarme así, Castellan. –dijo Jimmy aproximándose intentando ser amenazante. - ¿Se te olvida que no estás en el sur?

- ¡Eh Nill, para! –gritó Martha, acercándose para interponerse entre los dos.

- Deberías hacerle caso a la princesita de los norteños.

- Ni se te ocurra volver a llamarme de esa forma. –dijo Martha enfurecida dándole con el dedo en el pecho a David.

Todos comenzaron a soltar improperios en un alboroto inteligible, cuando David agarró la mano de Martha para hacerla parar de darle con el dedo. De pronto, las voces se acallaron y los ojos de Martha se habían vuelto de un rojo intenso. Fue un segundo lo que duró, antes de que David notará como le quemaba la mano y la soltara, pero le dio tiempo a percartarse del rojo de los ojos antes de que volviesen a la normalidad. 

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⏰ Última actualización: Feb 15, 2022 ⏰

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