Una Razón Para Irme Con Usted

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Se encontraba en su estudio, como era costumbre, la pluma bailaba entre sus dedos mientras sus conocimientos se impregnaban en el papel, años y años de estudio se veían reflejados en su envidiable y magnífica mansión.

Sin embargo, no era todo hermoso como la gente se imaginaba.

Dejó descansar la pluma en un lado donde la tinta no escurriera, se recargó en su silla y soltó un amargo suspiro.

—Querido Dios, si esto es una pesadilla, despiértame por favor, no soporto la agonía de ver a mi alrededor y notar que no hay nadie. —exclamó, al mismo tiempo que se levantaba de la silla e iba a la despensa, una botella de whiskey seleccionó al igual que un vaso, se dispuso a tomar secamente aquel néctar que odiaba, pero que por alguna razón le calmaba, pues era una buena cura para las voces que en su cabeza rondaban.

Vertió el líquido en el vaso y se recostó en el sitial de la habitación, sin pensarlo dos veces lo bebió de un solo trago, sintió la excitante sensación del fuego pasando por su garganta quemando toda cuerda vocal que algún día se entusiasmó por hablar.

Sin darse cuenta, el vaso ya no se encontraba en su mano, en su lugar estaba la botella, mucho más liviana que la primera vez que la tomó, llevó los labios a la botella deseando un poco más del néctar que le propinaba, pero a esta no le quedaba nada.

Con toda su frustración arrojó la botella a la pared, los pedazos de vidrio volaron por la habitación, pero no le importó, cerró los ojos esperando descansar.

Al despertar no se encontraba en la habitación, estaba en un cuarto tan oscuro que dudaba si en realidad aún tenía ojos.

De la nada una puerta apareció, la abrió pensando que sería su salvación, fue un error, la puerta lo hizo caer en un campo desolado, era tranquilo pero inquietante.

Una hermosa mujer se le apareció, cautivadora, elegante, hermosa, pero con un cuerpo delgado y pálido.
Extendió su mano y una curiosa pregunta realizó.

—¿Quieres venir? Sé que me quieres no te vas a arrepentir. —su mano esquelética ofreció, un escalofrío sintió.

Se alejó de ella asustada. —Eso es mentira —protestó. —Me arrepentiré lo sé. —se dio la media vuelta y caminó, esperando encontrar la puerta que la había traído a ese lugar.
La mujer la miro indignada, la siguió y adelante de ella se colocó.

—¿Mentira? Cada lágrima que de tus ojos caen, es un llamado a mí, cada cicatriz en tu pequeño cuerpo es una señal de qué ansias verme, cada noche añoras por mí, pides por mí, me ruegas que tu dolor incesante se acabe y por fin puedas dormir ¿Todo era mentira? No lo creo, en tus ojos veo que me deseas ¿Por qué protestas? ¡Es lo que quieres tómalo de una vez! —discutió con sus muertos ojos, esperaba una respuesta y ella no se la negó.

—Por supuesto que si, te añoro, te deseo, no sabes como lo quiero —sus océanos se desbordaron, no lo controlaba. —Me encantaría irme contigo, pero no es lo correcto, es injusto, hay personas que me esperan al despertar, no los puedo decepcionar.

La mujer se sobó la frente frustrada.

—Bien, quieres venir, pero no puedes, comprendo, de igual manera, pronto vendrás. —chasqueo los dedos y todo se apagó.

Escuchó un sonido a lo lejos, abrió sus ojos lentamente, al parecer estaba en su estudio, otra pesadilla a base del alcohol, otro día normal, nada más.
El teléfono seguía sonando, así que se dispuso a contestar.

—¿Bueno? —dijo algo cansada, se sentía algo mareada.

—Santo dios, por fin contestas, me tenías asustado, Amanda —la voz de su padrino se escuchó del otro lado de la línea. —Lamento mucho lo que sucedió, fue horrible, quiero que sepas que tienes mi apoyo en todo.

—Padrino, no entiendo de que está hablando, sea más claro, por favor. —pidió mientras se sobaba la cien, sentía un fuerte dolor de cabeza.

—¿No te enteraste? —pregunto incrédulo.

—¿Enterarme de qué?

Un silencio tenso e incomodó se presentó, estuvo a punto de colgar, pensando que tal vez era una broma.

—Tu familia... —escuchó como del otro lado el contrario soltaba suspiros de llanto.— Murió en un accidente automovilístico ayer, iban a ir a verte —se escuchaba el llanto desconsolado de su pariente. —Lo lamento tanto, Amanda.

El aire le faltó, sin decir nada colgó el teléfono, se dirigió al escritorio y tomó el abre cartas, con tranquilidad se fue al baño de aquella solitaria mansión.

Una vez en el baño, prosiguió a llenar la bañera hasta desbordarla, una por una sus prendas abandonaban su cuerpo, se metió de manera lenta a la bañera, por fin pasaría.

El abre cartas, recorrió su piel, liberando la sangre que yacía en su interior, tornando de un color carmesí el agua junto a la blanca baldosa del baño.

Respiró profundo y la relajación se apoderó de su ser, cerró tranquilamente sus ojos, pues sabía que sería la última vez que los abriría, no tendría que lidiar con su dolor nunca más.

Despertó en aquel lugar de la otra vez. La mujer la estaba esperando.

—Sabía que vendrías. —pronuncio segura, extendió sus brazos en señal que la esperaba.

No dijo nada, solo se acercó a ella y se guardó en sus brazos, ella la acunó, por primera vez desde que nació logro experimentar la sensación de la tranquilidad y la paz, en un paraje lejos de su maldita soledad.

Cuentos Nacidos Del Dolor Y El Rencor De Un Pobre SoñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora