En uno de los viajes que hice por mis memorias, recuerdo haberme cansado al punto que sentía que nunca podría volver hacer un viaje como esos, decidí descansar en un recuerdo de mi infancia, pues esos eran los únicos realmente calmados en aquel desastroso lugar.
Caí del infierno directo al purgatorio, sacudí un polvo de mis holgadas prendas ya tenía suficiente suciedad encima como para que se me acumulara aún más.
Mire alrededor y una nostálgica sonrisa en mi rostro se presentó.
Recordaba ese sitio a la perfección, pues en los años de mi niñez no hubo día que no pasara en aquel paraje.
Un golpe en mi cabeza me sacó de mis nostálgicos pensamientos, instintivamente llevé mi mano a la magullada zona de mi cabeza y la sobé, pues no importaba cuantas veces me hubiesen golpeado en mi vida y que tan acostumbrado estuviese, no se puede dejar de lado el hecho que estas duelen.
Me volteé buscando al responsable del posible tolondrón de mi cabeza, en efecto, lo había encontrado.
Pues parado a no más de 2 metros de mí se encontraba un pequeño niño de bicolores luceros me veía con preocupación y miedo. Al instante lo reconocí.
Lo que los años le hacían a la gente.—Disculpe señor ¿Se encuentra bien? —dijo al borde el llanto el pequeño niño.
Lo miré con más atención, ¿Tanto tiempo había pasado? Era sorprendente contemplar como todo en el pasado se mantenía tan intacto.
—Estoy bien, fue solo un golpe —mencioné para que no negarle una respuesta —¿Cómo te llamas? —era una pregunta capciosa, pues yo ya sabia como se llamaba.
—Israfel — respondió con duda, miro atrás de mí, voltee y localice lo que en realidad le llamaba la atención al infante.
Deje mi cabeza en paz, me enderece y retrocedí unos pasos, mis dígitos tomaron con ternura la pelota que se había estrellado en mi cabeza hace pocos momentos, con delicadeza y como si fuera un objeto del cristal más fino y costos, camine con ella hasta estar cerca del propietario.
El infante se observaba impaciente, desesperado, miraba a todos lados, como si estuviera esperando la llegada de alguien.
—¿Todo bien? —pregunté.
—No sé si debería contarle —respondió sincero el pequeño.
—Lo más probable es que nunca me vuelvas a ver ¿Qué importa lo que me digas o no? —mencione, el pequeño pareció entender aquella pobre lógica.
Lo vi algo incómodo, soltó un frío suspiro, se dirigió a una banca cercana y se sentó, yo lo seguí.
Me senté a su lado, por alguna razón, la nostalgia y la tristeza nos acompañaron.
—El amigo de mi abuelo vendrá con su nieto — confeso con un aire de miedo. —no me gusta cuando me dejan solo con él en mi habitación, su mano es grande, no me permite hablar y si no hago lo que me dice me golpeara.
Sus penas se deslizaron por su mejilla haciendo carrera, las limpio de manera rápida, le avergonzaba.
—¿No le contaste a madre o a tu abuelo? —pregunté curioso.
—No, él me advirtió que si le decía a alguien sería peor —recogió sus rodillas y las abrazo. —Acabo de contarle a usted, supongo que será mi perdición.
Mire al cielo, parecía como si el clima no estuviera en sus mejores momentos, aquel cielo nublado y a punto de quebrarse era igual que mi mente, podía recordar aquella tormenta.
— ¿Te puedo preguntar algo? —él me miro con los ojos llorosos y asintió —¿Qué día es hoy?
—Hoy es 9 de diciembre —respondió con un susurro lastimero.
Comencé a llorar.
Sabía lo que iba a pasar, sabía a la perfección lo que iba a suceder, pobre niño, nadie merece pasar por tal tormento que en esa tarde iba a ocurrir.
Lleve mi mano a uno de mis bolsillos, mi mano se acopló al objeto que ahí tenia guardado, solté un suspiro doloroso.
Me volteé a verlo, el seguía ahí.
—Te contare algo —dije con dolor. —No me queda mucho tiempo de vida y han pasado varios años de que no he sentido el calor de un abrazo ¿Puedes darme un abrazo?
El infante me miro con desconfianza y clara duda, sin embargo se terminó acercando de igual manera.
Enrede mis brazos en su delicado cuerpo, él los enrolló en mi cuello, el mar comenzó a rodar por mi rostro mojando la camisa del pequeño.
Mis dedos agarraron firmemente la delicada navaja, se deslizó afuera de mi bolsillo y se dirigió con cautela al frágil cuello de mi acompañante.
Escuche como comenzaba a gimotear, había sentido la traición.
—¿Por qué? —pregunto en un suspiro.
—Porque quiero ahorrarte una vida de dolor y sufrimiento —dije totalmente roto. — Porque hoy es el día que vas a morir en vida y te arrastraras a un mundo de agonía, hoy es el día que desearas jamás haber vivido y yo te cumpliré ese capricho.
Fue solo un momento, fue solo un segundo que pareció que duro años, la daga estaba enterrada en su totalidad en la pálida piel de su infantil cuello, su camisa manchada con un particular líquido color perla, de sus ojos brotaban pequeños vidrios lo cuales le cortaban el rostro, sin embargo, en su cara se podía apreciar una relajada expresión junto a una sonrisa tranquila.
Deje al pequeño descansar en la fría banca, comencé a sentir como de a poco mis fuerzas se iban yendo para no volver jamás, me senté al lado de la banca y por primera vez en años, hable lo que realmente pasaba en mi corazón.
—Tuve que haber muerto a esta edad, tal vez mi alma de esa manera hubiera tenido salvación, años culpándome por lo que paso, pero estaba mal, yo era la víctima yo merecía el perdón —Cada palabra fue un esfuerzo sobrehumano, pero ya había dicho lo que tenia que decir, ya sentía que me podía ir.
Mis ojos comenzaron a pesarme más de lo normal, me dispuse a ver el cielo una última vez, pude apreciar como después de todo el sol salió una vez más para despedirse de mí, tanto tiempo espere ese momento.
Por fin había llegado el fin de mi último viaje.
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Cuentos Nacidos Del Dolor Y El Rencor De Un Pobre Soñador
Misterio / SuspensoUna recopilación de cuentos que nacieron de miedos, emociones, sentimientos y vivencias de un pobre soñador, cuyo propósito solo es contar historias de terror. ¿Por qué ir a terapia si puedes escribir una buena historia de terror?