El frasco de harina

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Sin duda no hay olor más delicioso que el del pan casero recién horneado. También el olor a queque recién salido del horno, mientras que en ese perfecto espectáculo de aromas se le unía el pie de limón con su suave fragancia.

A su vista, podía presenciar la tierna escena que le fascinaba, un delantal color rojo a cuadros, unos guantes de cocina de dos colores diferentes, a la vez que su cabello castaño con notorios mechones plateados se veían atrapados por un moño de tomate.

Ahí estaba ella, su abuela, con la sonrisa más tranquila y hermosa que podía poseer. Sin dudar un momento, se acercó a la mujer y extendió sus manos, ella sin pestañear dejó de lado el molde que había sacado del horno y se dirigió a su pequeño nieto, lo tomó con sus manos y lo sentó en una silla al lado de la mesa.

La mesa estaba dividida en dos, por un lado los más deliciosos postres y comida se podían apreciar, mientras que del otro lado, la libreta de recetas junto a cucharas, platos y fuentes con residuos de masas se divisaban, por supuesto no podía faltar, el frasco de vidrio que contenía la harina.

La familia conocía la historia de ese característico recipiente, pues había sido regalado por el esposo de la mujer en su primer aniversario, eso había ocurrido hacía más de 30 años. La mayoría de la familia conocía la historia, a excepción del más pequeño de esta.

—Abuela —dijo tomando el recipiente con sus pequeñas manos. —Nunca me has contado por qué este frasco es tan especial para ti.

La mujer extendió las manos en señal que se lo pasará, lo que el infante accedió, la mujer ubicó el recipiente en la mesa al lado de otra fuente, con sus delgados y un poco arrugados dedos lo destapó, hundió una cuchara en el interior sacando la harina y colocándola en un recipiente.

—Este frasco me lo regaló tu abuelo, como presente de aniversario —dijo mientras lo cerraba. —Básicamente esto fue el pilar de la pequeña amasandería que tuvimos.

—¿Tenías una amasandería? —dijo el niño con asombro. — ¿Y qué pasó con ella? Tú eres muy buena cocinando es imposible que la gente no te quisiera comprar.

La mujer detuvo sus movimientos, no le gustaba recordar esa amarga época, pero su pequeño no tenía la culpa de su curiosidad.

—Digamos que tu abuelo malgasto el dinero, así que no pudimos pagar para mantenerla.

El pequeño niño hizo un gesto de enojo, un gesto muy tierno a los ojos de la mujer, esa pequeña nariz arrugada y cejas fruncidas eran una ternura.

—El abuelo es un tonto. —mascullo con enojo.

La mujer no pudo evitar reír, ¡Dios! Su pequeño nieto de 4 años podía notarlo ¿Por qué a ella le demoró más de 25 años en hacerlo? Saco unas cucharadas de azúcar y las agrego a su mezcla. Un silencio se presentó.

—Abuela ¿Cómo era mi abuelo? —preguntó el menor.

La dama se paralizó, su pequeño no había conocido a ese hombre y agradecía eso todos los días de su vida, aquel hombre que en un momento llamó esposo, no era más que una vil rata malvada sedienta de la inocencia y la paciencia de las personas.

Las cicatrices en su cuerpo lo demostraron al igual que en los cuerpos de sus hijos, se reflejaban los ataques de ira y las noches cuando aquella bestia llegaba con más alcohol que sangre en su sistema.

Una lágrima traicionera rodó por su mejilla, lo único que en su pasado la mantuvo de pie fueron sus hijos y su antigua amasandería. Nunca se sintió tan devastada cuando tuvo que venderla para poder salvar la vida de su alcohólico marido, todo para que después el malnacido se gastará todos sus ahorros en compañía de buena calidad y costosos elixires.

Sacudió su cabeza, no debía volver a recordar eso, ahora todo había cambiado, para bien, sus hijos ya habían crecido y eran personas honorables.

—Bueno tu abuelo era una persona fría, estricta, seria... —respondió, intentando guardar la calma. —Lo importante es que él ya no esta, no hablemos más de eso.

El pequeño asintió, siguió viendo como la mujer terminaba de revolver la mezcla para posterior a eso verterla en un molde con forma de corazón.

La castaña seguía con una sonrisa relajada mientras que con una espátula terminaba de limpiar los restos. Si, ahora todo estaba mejor, esa rata se había ido, ya no la volvería a lastimar, ni a ella ni a sus hijos, nunca más, ahora conocía la libertad y la felicidad.

Aquel monstruo había desaparecido de sus vidas y la verdad era que nadie lo extrañaba, todos dedujeron que la causa de la ausencia de aquel hombre era porque se había escapado con una mujer ajena. Si desapareció por una mujer, pero no por una externa.

Recordaba que en todo su matrimonio se había preguntado si su esposo era realmente humano, pues nunca lo vio sangrar ni llorar, ella lo hacía en su lugar, hasta ese día donde las ironías se hicieron verdad.

Un momento, un golpe, un uslero, había sido todo lo que había necesitado para acabar con su sufrimiento.

Agradeció la comprensión de la nueva dueña de la amasandería, pues le había dejado ocupar el gran horno una última vez en su vida.

—Abuela. —dijo sutil el pequeño.

—¿Si tesoro? —pregunto mirando al menor.

—¿Es normal que la harina se vea gris? —con sus pequeñas manitas apuntó al recipiente. La mujer sonrió con dulzura, mientras tomaba el frasco con la intención de cerrarlo.

—Por supuesto cariño, le da un mejor sabor. —término de cerrarlo y lo guardo en la alacena.

Si, sin duda no había mejor sabor que la libertad, la felicidad y la venganza.

Cuentos Nacidos Del Dolor Y El Rencor De Un Pobre SoñadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora