• Epílogo. •

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Xander.

Jamás pensé que el tiempo pudiera pasar tan deprisa, pero lo hizo. Los meses le dieron paso al cambio de estaciones, al cambio de vida y al cambio de familia incluso.

La felicidad es completa para mí. Pasé de ser un hombre libre y amargado, a ser un hombre casado y enamorado, al cual le pesa separarse de su esposa cuando debe ir a trabajar. 

Antes no imaginaba una vida así. Y ahora no puedo ni pensar siquiera en como sería mi vida si Leah no hubiese ido a esa reunión vestida con ese jersey café y esa chaqueta negra.

Seguiría siendo el mismo Xander Jones, amargado, frío, aburrido y solitario incluso. Pero las cosas no fueron así, y hoy me encuentro dándole paso a una nueva etapa en mi vida. 

La paternidad. 

Mis manos tiemblan al igual que todo mi cuerpo. No soy capaz de formular alguna frase coherente en un minuto. Mi corazón palpita desenfrenadamente.

Y cuando siento como alguien toma mi mano y la aprieta casi rompiéndola, es cuando sacudo mi cabeza y me concentro en lo que en verdad es importante. 

—¡LLAMA A ALGUIEN!

La dulce y delicada exclamación sale de los labios de mi esposa mientras ella gimotea de dolor. Me preocupa verla así, pero me encuentro demasiado nervioso para razonar. Simplemente soy capaz de sacar mi teléfono del bolsillo y marcar al primer número que me aparece en la pantalla. 

Leah sigue gritando un par de maldiciones y yo tomo el teléfono con una mano mientras intento calmarla con la otra. A pesar de que ella la usa para apretarla cuando las contracciones la atacan. Intento disimular la mueca de dolor, pero es casi imposible 

—¿Lla-llamaste a alguien? —toma profundas respiraciones y su frente suda montones. Asiento mientras voy respirando con ella para que el dolor no sea tanto 

—¿Hola? —responden del otro lado 

Frunzo el seño, quito el teléfono de mi oido para ver la pantalla, compruebo que marqué bien el número y luego vuelvo a ponerlo en su lugar. Aún confuso 

—¿Dexter? 

Leah abre la boca para decir algo, pero sus palabras son reemplazadas por un grito cuando le llega otra contracción. Aprieto mis dientes intentando ignorar el dolor de mi mano 

—¿Quién grita así? 

—Leah —le respondo algo agitado mientras intento que ella respire con normalidad—. Creo... que el bebé ya va a nacer. 

—¡Mierda! —exclama del otro lado—. ¿Por qué no empezaste por ahí? 

—Se supone que Devan tenía que responder. 

—No es mi culpa que esté encerrado con Harriet celebrando su aniversario y haciendo sus típicas guarradas mientras yo debo cuidar al chamaco de cuatro meses de nacido, a la pequeña de tres años que me dice tío feo y a la niña rara que le gusta Olaf. 

—¡No soy rara! —alguien grita 

—Oh, pobre —finjo lástima—. ¿Te queda grande un bebé? 

—¿Quieres saber qué sí tengo grande?

—Ya deja de quejarte. 

—Deja de quejarte tu que...

—¡CÁLLENSE LOS DOS! —chilla Leah. Es ahí cuando me doy cuenta que la dejé sola por prestarle atención a Dexter—. ¡Llévame a un hospital! 

—Ya va, linda —le digo con suavidad, y ella empieza a apretar sus dientes cuando las contracciones son más seguidas—. Ey, necesito que llames a Nigel, ¿entendiste? Traelo a mi casa y dile que mi esposa va a tener a nuestro bebé.

D A R K N E S S ✔️ ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora