Cuando abrió los ojos, su vista era casi nula.
Le tomó unos minutos acostumbrarse a la oscuridad. Y después de parpadear un par de veces, pudo ver con más claridad su alrededor. Y notó dos cosas.primero que todo, no estaba en su casa, mucho menos en su cama, su cama ni de chiste era así de cálida.
y lo segundo era que sentía un dulce olor entrando a sus fosas nasales, llenando sus pulmones.Le costaba pensar con claridad, al igual que ver. los minutos que pasaron, y comenzó a darse cuenta de que el dueño de aquella tan dulce fragancia estaba envuelto entre sus cuatro trabajados brazos. De la cortina de la ventana se coló un poco más de luz de luna, y gracias a eso pudo vislumbrar el rostro del joven de cabellera errática, durmiendo profunda y plácidamente. estaba lo suficiente cerca como para sentir su aliento chocar con el suyo, pero lo suficiente lejos como para contemplar su bello rostro.
Aquella maravillosa vista era como una pieza de arte en exhibición, con un letrero que en letras grandes ponía: Mirar. No tocar.
Cosa algo complicada de hacer para nuestro Sukuna.De manera imprudente, acarició el cabello negro y puntiagudo; El pasear sus dedos por todo ese sedoso cabello le hizo darse cuenta de lo suave que era. mucho más suave de lo que su mente pudo alguna vez imaginar. Su mano derecha inferior estaba sobre la cinturita del menor, delineando con cuidado aquella curva perfecta y natural. Miró con atención sus tiernos ojos cerrados, sus largas y bien rizadas pestañas.
Hasta que cayó en cuenta de que el portador de esas bellas pestañas no tenía la menor idea de que al chico al que había bañado tenía 4 brazos, 4 ojos y una segunda cara que muy raramente se dejaba ver- Casi nunca realmente-.
Aunque le hubiera gustado seguir acariciando y tocando ese delgado cuerpo, el saber que podría despertarse y descubrir su secreto era lo que lo convenció de alejar sus manos del azabache que dormía bastante tranquilo. En cuanto sus manos abandonaron el cuerpo ajeno, este se removió y su semblante se mostró intranquilo. Sukuna no lo notó, pues para ese entonces ya se había dado la vuelta, dándole la espalda.A la mañana siguiente, Megumi y sukuna fueron juntos a dejar a Yuji y Tsumiki a la escuela.
Sukuna sintió que esos 25 minutos fueron los mejores de su vida; como Tsumiki y Yuji estaban ocupados hablando, caminando unos metros más frente a ellos, Megumi y él también habían decidió conversar un poco. Ahora sabían más cosas del otro; claro que hubo cosas de las que ambos decidieron no hablar, como lo del baño por ejemplo.
-Tienes una cabeza muy dura-Le dijo Sukuna a Megumi.
-Lamento mucho eso. Es que...
Megumi apartó la mirada, un poco sonrojado al recordar la expresión tan seductora que había puesto el pelirosa. sin saber que decir o cómo decirlo. Sukuna sonrió ante aquello, se sentía dichoso por poder observar tales reacciones del ojiazul, eso sin contar sus sonrojos.