La Banca

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Eran las 11 de la noche y Richi había estado repasando y practicando el siguiente procedimiento del tratamiento de Argos. Estaba nervioso. Había participado en decenas de casos, sin embargo, siempre había alguien más; con Argos era su primer paciente sin supervisión. Saltó de su asiento cuando escuchó una vibración lejana.

«Mi celular —soltó una risita y meneó la cabeza.»

Sacó del cajón su celular, pero este estaba apagado. Un escalofrío recorrió su espalda.

«—Alguien más debió dejar su celular —Se tranquilizó.»

La vibración lo acompañó hasta su casa. El ruido taladraba sus oídos, pronto sintió agruras y somnolencia.

Richi parpadeó y la luz lo deslumbró. Estaba en la banca de un parque. El escalofrío esta vez recorrió todo su cuerpo.

«¿Qué hago aquí? Debo estar soñando. Al menos desapareció ese maldito ruido».

Miró su reloj eran las 11 de la mañana.

—También a usted le pasó. No, no, no, está volviendo a ocurrir. Igual que a Rojas —dijo una voz desgarrada. Richi buscó la voz y encontró a su paciente Argos.

—¿Estamos...?

—Sí. Es el lugar en el que despierto. Y lo siento —interrumpió Argos.

—¿De qué habla? —dijo Richi somnoliento. No entendía lo qué estaba sucediendo. «¿Esto era un sueño?».

—No debí recurrir con usted —murmuró más para sí que para Richi—. Lo siento mucho, necesitaba saber que no me estaba volviendo loco. No debí acudir con usted.

—Basta, tranquilo. Debe haber una...

—Explicación —interrumpió desesperado Argos y negó con la cabeza—, eso mismo dijo el anterior terapeuta, Rojas, antes de desaparecer. Se lo advertí—. Señaló a Richi, quien se encontraba masajeando su sien.

La mente de Richi buscó y buscó una respuesta. No podía estar volviéndose loco. No, esto no podía ser real y entonces en segundos su cabeza recordó.

—Histeria colectiva, eso debe ser —dijo mientras se tocaba la barbilla como siempre hacía cuando se le ocurría una nueva idea—. He estado leyendo mucho sobre estas cosas —intentaba convencerse a sí mismo. Lo miró y apretó el hombro de Argos. El toque no solo sorprendió a Argos, sino que también a Richi, quien sabía que tocar a su paciente era una ruptura del espacio—. Sé que teníamos un trato de confidencialidad y que no tiene que haber expediente, pero por su bien y el mío debemos transferirlo con alguien más.

—¿Aún no me cree? —Argos apartó la mano de Richi y se giró para irse.

—Sabe las enfermedades mentales son así. Cuando intentas removerlas más se aferran a ti como sanguijuelas. Eso es lo que nos pasa a ambos —vociferó el terapeuta.

—Ojalá no sea tarde para usted como lo fue para Rojas —gritó a la lejanía Argos. Algunos corredores voltearon a verlos por segundos y después continuaron en sus actividades.

«Él está enfermo y ahora yo también. No es real. Esos seres no pueden existir. Algo en su caso debió de remover algo en mi cabeza —Se convenció el terapeuta y vio a Argos irse.»

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