La forma del corazón

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Todos tenemos un vacío en el alma con forma de corazón, el mío se llamaba Bruno. Le conocí estando en la universidad, era el chico más asediado por las mujeres más guapas de nuestra generación, y yo, la chica que se la pasaba metida en los libros tratando de tener un buen rendimiento académico; y es que estando en la carrera de literatura los libros eran mi vida, así que nunca lo vi como alguien en quien poner mis ojos; tampoco me imaginé que él me viera de esa forma que tanto desagradaba a mis compañeras, pero por obvias razones nunca me dijeron. ¿Para qué? Si solo se trataba de la matadita de la clase, seguramente en poco tiempo se olvidaría de mí y daría la vuelta a la hoja que pretendía escribir de nosotros. Con lo que ellas no contaban, es que él sería muy insistente, lo contrario de mi, yo era tan despistada que no me daba por enterada de sus galanterías.

— ¡Hola Sofia! — gritó a lo lejos Bruno provocando que todas voltearan a verme —¿puedo hablar contigo? — mientras esperaba mi respuesta corrió hacia donde yo me encontraba, inmediatamente algunas comenzaron a acercarse a donde me encontraba sin siquiera saludarme.

— Hola Bruno, dime ¿de qué quieres hablar? — respondí y seguí caminando, sin darle importancia a la presencia de nuestras compañeras de salón.

— eh...yo, este... — le sonreí para animarlo a hablar — me preguntaba si me permitirías acompañarte hasta tu casa. —respondió todo de prisa.

— ¿Necesitas ayuda para alguna materia? — contesté mirándolo sin saber el motivo de su nerviosismo.

— No, solamente que me gusta caminar contigo.

— Sí, está bien — sonreí y comencé a caminar a su paso.

— ¿Podemos pasar por la heladería que esta cerca de tu casa?

— mmm, no sé — contesté con tristeza.

— ¡Vamos, yo te invito! — replicó con alegría.

— Esta bien, vamos.

En todo el trayecto estuvimos platicando de sus sueños, él quería dedicarse a la docencia al igual que yo; llegando a la heladería el se encargó de pedir los helados, mientras que yo buscaba la mesa para sentarnos. Cuando nos vieron llegar juntos, comenzaron a cuchichear las personas que se encontraban ahí, ¿cómo era posible que alguien tan guapo como él perdiera el tiempo con alguien como yo?, según ellos yo no escuchaba, pero era notorio que sí lo hacía; un par de lágrimas resbalaron por mis mejillas y me levanté de la mesa y me fui sin avisarle a Bruno. Estaba por llegar a mi casa, cuando sentí que Bruno me abrazaba por detrás y decía a mi oído que no hiciera caso, que yo valía más que todos ellos. Volteé para abrazarlo y me eché a llorar, no fue necesario que dijéramos nada, era notorio que algo surgía entre los dos, pero yo estaba renuente a aceptarlo. Nos sentamos en el pórtico de mi casa y disfrutamos en silencio de los helados, de alguna de las casas comenzó a escucharse "Te regalo" de Carla Morrison y mis mejillas se tiñeron de rojo cuando el rozó los dedos de mi mano. Así permanecimos hasta que recibió una llamada de su madre y se despidió de mi con un beso en la mejilla, prometiendo que pasaría a la mañana siguiente por mí.

Con el tiempo, Bruno se convirtió en mi mejor amigo y confidente, pasábamos la mayor parte del tiempo juntos, ante la mirada incrédula de las chicas que por más que lo buscaban, él continuaba rechazándolas y en más de una ocasión tuvo que defenderme de sus ataques de envidia. Yo solo le sonreía le pedía que no se comprometiera, que no valía la pena pelearse por mi culpa, él por lo regular, terminaba enojado conmigo por decir eso y dejaba de hablarme por horas, sin embargo nunca se olvidó de acompañarme hasta la puerta de mi casa, que es cuando los dos nos reíamos juntos de lo infantil que éramos.

Nunca entendí el porqué de sus reacciones, hasta el último día que compartimos en la universidad. Puedo recordar perfectamente bien el momento en que subí por mis documentos al estrado, acabábamos de graduarnos y él había descendido unos momentos antes que yo. Cuando me tocó mi turno de descender por las gradas, Bruno me tomó de las manos y me apartó de toda la gente, incluyendo a mi familia que sonriendo le veían. Me llevó a la fuente que estaba frente al auditorio y ahí, sin decir palabra alguna, me sacó las gafas y acarició mi mejilla.

— Sofi, no puedo esperar más, respeté todo este tiempo en silencio, que no me dejaras avanzar más allá de nuestra amistad, pero se me hace difícil encontrar pretextos ahora para permanecer cerca de ti— expresó con palabras llenas de dulzura y tomó mis manos para acercarme a él — te amo— dijo acercando sus labios a los míos. Yo estaba estupefacta, no daba crédito a lo que acababa de escuchar, ¿Cómo era posible que él me estuviera declarando su amor? A mí, la que pasaba desapercibida en todos lados, la que todos evadían al momento de estudiar y solo buscaban para acreditar una materia. Sentí que no era posible y agaché la cabeza para no verle a la cara, él delicadamente levantó mi barbilla y depositó un suave beso en mis labios, hasta ese momento entendí que era cierto, que no estaba jugando y que la mirada de alegría de mi familia, que para ese momento ya habían llegado a donde nos encontrábamos lo confirmaba, ellos ya lo sabían y la única sin aceptarlo era yo.

— Yo también te amo —contesté devolviéndole el beso, para después abrazarlo y sonreír como una tonta — te he amado desde siempre, pero me negaba a aceptarlo.

— Lo sé mi amor, pero no quise presionarte, sabía que en algún momento terminaríamos juntos.

— Gracias — respondí y le volví a dar un suave beso.

— ¿Gracias por qué mi niña?

— Por esperar por mí, por cuidarme y protegerme.

— Aunque no me lo hubieras pedido, yo siempre lo habría hecho sin que te dieras cuenta— rebatió abrazándome feliz.

Esa noche su familia y la mía festejaron que por fin habíamos concluido nuestros estudios, pero, sobre todo porque por fin nos habíamos dado la oportunidad de iniciar algo juntos. Tardé en asimilar que era la novia de Bruno y cuando las dudas comenzaban a surgir, él me enseñaba con paciencia y amor a ver más allá de mis complejos y de mis inseguridades, sobre todo a darles cara y afrontarlas; comprendí que él me amaba por lo que era, no por lo bonita que pudiera llegar a ser y ese lado suyo me enamoraba cada vez más. Ha paso el tiempo y dentro de dos días cumpliremos tres años de novios, Bruno decidió festejarlo con una cena familiar, en donde estarán también nuestros amigos más cercanos y algunos compañeros de trabajo. Ese día Bruno no pasó por mí, me avisó que el auto se había averiado y que llegaría mas tarde y que lo mejor era que llegara por mi cuenta. Cuando arribé, el camarero me guió a un apartado; entrando estaban todos los invitados viendo una especie de película que proyectaba los momentos más felices que vivimos Bruno y yo. Con la mirada trataba de ubicarlo para que me explicara el motivo de aquello, pero no logré verlo. El mesero me ofreció una silla, que acepté y continué viendo la proyección, cuando creí que había terminado todo, empezaron a aparecer una letras revueltas que comenzaban a formar frases tras unos segundo. Todos iban repitiendo las frases que se formaban, todos excepto yo, que no cabía en mi asombro al escucharlos repetir cada una de ellas. Finalmente Bruno apareció delante de mi para repetirlas también.

— ¿Me harías el honor de ser mi esposa? — Decía sonriéndome arrodillado frente de mi.

— ¡Si quiero! —fue mi respuesta inmediata y me lancé a sus brazos para besarlo y sellar nuestro compromiso ante la alegría de todos los presentes.

Ha pasado un lustro desde que nos casamos, y Bruno y yo seguimos igual de enamorados; con la pequeña diferencia, de que ahora entre sus brazos lleva a Ami, nuestra nenita de tres años y que nos roba los mejores momentos de felicidad durante el día.

Autora: Ana Luisa Bravo.

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