Más allá de la muerte

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«Dicen que el vuelo de una mariposa crea huracanes en el confín inverso del mundo. ¿Es que acaso así notas tú mis actos? Lo que me parece banal, ¿para ti es relevante? Y lo que no entiendo es, si soy tan importante en tu vida, ¿por qué me dejaste? Espero que no te importe, pero quiero contarte cómo soy desde entonces:

Soy negrura marchita, unos trazos deformes de aquello que fui. La muerte es mi reino, un feudo putrefacto lleno de mármol derruido y tierra removida. Y en este pálido averno, eres lo único que florece. Eres la esperanza que crece pulgando en la flor que hay sobre mi tumba carcomida por el tiempo. Si te tomara podrías hacerme olvidar el amanecer. Si no te tomo el ansia sería más ardiente que el sol, ¡ayúdame a ocultarme de esta sacrílega tentación!

Tu sola existencia me salva.

No necesito ver tu rostro para comprender que estás ahí, que más allá de nosotros no hay nada. Tú, que no tienes sombra ni reflejo en mi mente, sabes que no puedes ocultarte de mí, porque te conozco. Te veo al otro lado del espejo vacío, con una mirada triste y llena de dolor, y no entiendo por qué no quieres estar conmigo, sabiendo que yo te hago olvidar.

Nunca antes había bailado hasta que te conocí, y moriría por bailar contigo para siempre. Si morir y siempre tuvieran algún sentido, a tu lado moriría sin pensarlo. Cualquier cosa que no sea el olor de tu piel está demasiado lejos, pero bajo ella hay un abismo, un sendero sin retorno en el que ya no me dejas adentrarme. El dolor de tu renuncia es eterno. Pretendo lo que más deseo y no puedo obtener.

Lo siento por amarte, lo siento por perderte. Lo siento por luchar por ti entre tinieblas, por soñar contigo, por llorar por ti, por acercarme cuando no me ves. Lo siento por tener el valor de decirte que no te amo y después escribir cosas como ésta en rincones de mi mente. Lo único que consigo es mentirme a mí mismo, pero no a mi corazón.

Con el paso de las horas pienso: ¿qué he hecho con mi vida? Tengo vagos recuerdos de tus besos y tus caricias, y no sé cómo aguanto sin ti. No tengo la más mínima intención de esperar dos días ni veinticuatro horas, ¡ven y bésame! Pero si fuera tan sencillo ya te tendría aquí y no te dejaría marchar.

Desde la posición en la que estoy escribiendo escucho al segundero del reloj parar la vida, pero ¿qué es el tiempo para quien no le importa perderlo?

A veces, en mis sueños, apareces como un depredador. Piel oscura, ojos de mirada fría y hierática, aguardando ansioso para saborearme. Lo sé, pero te espero.

Te habría esperado para siempre.

Eras el pedazo de luz que le faltaba a la cara oscura de mi luna llena, y ahora, ¿qué? Tú el cazador, y yo la presa. Entiendo que todo es posible, todo menos nosotros, pero dime; ¿acaso importa lo que es posible cuando se han roto ya todas las reglas?

Dicen que somos críticos, que estamos por encima de la culpa, de la moral, incluso del amor, pero no hay nada por encima del amor. Nada tan grande ni tan doloroso. Nada tan hermano. Y yo, que me creía sobrenatural, conocí lo sobrenatural a través de un sentimiento humano. Uno tan pequeño como un grano de arena y tan inmenso como el universo. Volver a llorar tras tanto tiempo hace que me sienta vulnerable y vivo. Si cada lágrima fuera una palabra, podría escribir mil versos con tu nombre.

Recuerdo que nuestro amor era tan bello que incluso los dioses tendrían envidia. Hay cosas insustituibles; una de ellas eres tú. Ya nada puede parar las noches que pasan en las que no estoy a tu lado. Y es que, si fueras capaz de ver lo frágil y valeroso que es rendirse, llegarías a comprender que tiene el mismo valor vivir un solo día que toda una eternidad.

Mi corazón es tan tenue que parece romperse en cualquier lugar, pero al verte me hago el duro y lo escondo. ¿Debo decir adiós? Quiero volverte a ver, pero no puedo. Y tú no paras de repetir que debemos continuar. Y, al pensar en esto, yo sigo corriendo, pero en un mundo en el que no estás.

Imagino que superaré el dolor, pero al día siguiente duele todavía más. Rememoro con frecuencia el instante en el que me preguntaste cuándo nos habíamos conocido. Y, la verdad, no lo sé. No sé si era invierno, primavera, verano u otoño. No estoy seguro de si fue en el campo o en la ciudad, ni siquiera de si llovía o hacía sol. Pero todo eso no importa, porque recuerdo lo más importante de todo; que aquel día me enamoré.

Sigo luchando por el sueño de lo que fue y no será, ¿tiene sentido?

Amor, ¿eso es lo que nos separa? Si de palabras has hecho una barrera, quiero que sepas que con el silencio la derribaré. Sostendré tu cruz para que no pueda condenarte, y haré mío el castigo de saber demasiado de ti, de nosotros.

Leeré entre tus líneas para encontrar una parte de ti que todavía me ame más allá de la muerte, porque yo aún te amo más allá de la vida».

Con un suspiro de exasperación envolví la carta con el puño, arrugándola. Cuántos años me había costado salir de aquella relación tóxica, como para que ahora viniera haciéndose la víctima y el héroe. Como si él hubiera sufrido más que yo.

Como si no me hubiese amenazado con aquel cuchillo. Como si no me hubiese sido infiel mil veces. Como si no me hubiese dejado embarazada y hubiese tenido que abortar a escondidas, haciéndome sentir mal después por tal decisión.

¿Acaso tenía que volver a mudarme? Aquella carta revelaba que sabía dónde vivía.

La tiré a la basura, cogí el móvil y pedí una cita con la psicóloga. Después abrí el ordenador y empecé a mirar pisos en otra ciudad. Respiré profundamente para mantenerme tranquila.

Se podía ir a la mierda si pensaba que iba a conseguir lo que quería.

Autora: Annais Lumière

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