Al día siguiente volvemos a la ciudad, Damián tiene asuntos importantes que resolver y no quiere dejarme sola. Es muy extraño que tenga reuniones y vaya informal hoy, pero sin duda esa camisa manga corta color salmón le queda genial.
Me entran los calores.
Vamos rumbo a la ciudad, mientras Damián me cuenta algunos planes arquitectónicos que tiene en Dubái, y que pronto debe hacerse cargo de ello. Me pongo triste de pensar que se tiene que ir, pero trabajo es trabajo. De un momento a otro suena su teléfono.
―Alex... ¿Ya están aquí?... Ya voy con Sergio para allá... llegaremos pronto... sí, resuélvelo... entendido. ―Cuelga y me mira fijamente.
― ¿Qué pasa?
―Te tengo una sorpresa.
Él y sus sorpresas.
― ¿Para mí? ―Pregunto desconcertada.
¿Qué tramará ahora?
―Sí, para ti cariño. ―Me besa.
― ¿Qué es? ―Pregunto intrigada.
―Si te digo no sería sorpresa, ya lo verás. ―Desabrocho mi cinturón y me siento en su regazo.
Cuando llegamos a la casa, veo a Ena afuera hablando con Alex. Miro a Damián y este sonríe.
― ¿Qué está pasando? ―Pregunto.
Este me mira, pero no dice nada. Me saca del coche, pasa su mano por mi cintura y me dirige adentro de la casa sin decir una palabra.
Cuando llegamos a la sala, casi me da algo de la impresión, no puedo creer lo que veo. Están aquí y emocionada, corro hacia ellas.
― ¡Abuela! ―Grito contenta―. ¡Tía Bea!
―Mi niña.
Les doy un gran abrazo y muchos, muchos besos.
―Pero ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Qué hacen aquí? Apenas hablamos ayer y no me dijeron nada. ―Las dos sonríen y señalan detrás de mí.
Volteo y ahí está él, con una gran sonrisa. Corro a su encuentro y me tiro en sus brazos
― ¿Te gustó la sorpresa?
Me pego en sus labios.
―Me encantó, gracias, gracias.
Lo abrazo fuerte.
―A ti, ya lo sabes cariño.
―Cállate, cállate y bésame.
Pego mis labios de nuevo en los suyos, dándole un gran beso de agradecimiento.
―Pero bueno, ya dejen de besarse o me las llevo de vuelta.
Entra Ena a la sala, y yo sonrío aún pegada en sus labios, le doy un corto beso y me volteo a verlas.
― ¿Este señor es de quién me habías hablado? ―Lo mira de arriba abajo. Sonrío.
―Sí abuela.
― ¿Le hablaste a tu abuela de mí? ―Me pregunta sorprendido. Asiento y creo que ya me he puesto roja de pena.
¿Por qué mi abuela tenía que decir eso?
―Mucho gusto, señora. ―Le da la mano y la saluda gentilmente
―El gusto es todo mío señor, al ver todo lo que haces por mi niña, pero por favor, dime Bertha.
―No es molestia y por favor, llámame... Damián.―Asiente y sonrío al escucharlo.
Ya he ganado la guerra.
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