LA LLEGADA A NUEVA ORLEANS
F R E Y ALos bosquejos verdes que quedaban atrás pasan como un flash frente a mis ojos, todo a través de una ventana en movimiento. Un flash que resulta tranquilizador y a la vez agobiante.
Mientras más pasaban los árboles detrás de la ventana del tren peor se volvía mi ansiedad.
Me juré en no pisar la tierra de las brujas.
Me juré no volver a pisar Nueva Orleans.
Le doy otro trago a la botella de agua.
¿Por qué mierda acepté esto en primer lugar?
Ah, sí. Por Olivia.
Hace dos días ella me mandó un mensaje pidiendo mi ayuda. La ignoré a la primera, pero luego envió un mensaje formal a través de la pequeña chimenea del motel en el que estaba alojada en Pensilvania, cerca de Fallen City.
Mierda.
Arruinó mi polvo por eso.
Una patada en mi asiento aparece. Gruño. Es el estúpido niñito de la señora del asiento de atrás. Otra patada vuelve y estoy tentada en darme la vuelta y decirle algo a la cría esa.
Otra patada.
Me doy la vuelta, y tal como pensaba, la madre está en su teléfono, por el ruido sé que está jugando Candy Crush, y el niño regordete me miraba esperando a que le dijera algo.
― Vuelve a hacerlo y desearás no haberlo hecho ― le digo en voz baja.
El niño tiene una mirada inocente que engañaría a cualquiera, pero a mí no me engaña. Con toda la intención vuelve a pegar a mi asiento mirándome fijamente.
Ahora sí que te lo buscaste.
Le muestro por unos breves segundos, los suficientes para que se le marque en la memoria, una imagen distorsionada de mi rostro, completamente deformada con gusanos saliendo y me doy la vuelta sentándome bien en mi asiento.
La cría grita aterrorizado llamando la atención de su madre, quien no sabía qué le pasaba.
Limpio el hilo de sangre que cae de mi nariz con papel desechable, e intento ignorar el horrible escozor en la clavícula, pero es demasiado.
A pesar de los años, sigo sin acostumbrarme.
Escucho su llanto durante el resto del camino mientras bebo en mi botella de agua el pisco blanco.
El sabor fuerte del pisco ayuda a olvidar el dolor, como si no existiera. Sin embargo, es una molestia que, a pesar de todo, sabes que está ahí por más que intentes ignorarlo.
Guardo la botella en el pequeño bolso que traje conmigo y me bajo en la siguiente estación. Me entra un escalofrío al saber que estoy en Nueva Orleans.
¿Por qué carajos acepté venir?
Todavía hay una oportunidad de escapar.
Mierda.
Antes de dar la vuelta e irme, visualizo a dos Hombre Sombra varados como una estatua esperando en un vehículo negro y con las ventanas polarizadas. Chasqueo la lengua y me acerco a ellos.
Me hacen una leve reverencia y toman mi bolso, entonces, abren la puerta trasera del brillante vehículo y sin rechistar me subo.
Ambos Hombre Sombra me rodean sentados a mis costados que no me queda de otra que esperar tranquila hasta llegar a la Mansión Sallow en los pantanos de Nueva Orleans.
Calmo mi pierna que no para de tiritar y me quito el pelo caoba de la cara cuando me estorba por el sudor. Luego, de mi chaqueta saco el mechero y mis cigarros. Enciendo uno e inhalo la hierba esperando a que me tranquilice.
Sigo diciéndome que volver a Nueva Orleans ha sido un error, pero ya estoy aquí y no hay nada que pueda hacer.
Son órdenes de Olivia, la jodida Reina del aquelarre Sallow. La líder que, por estirpe, lidera el aquelarre. La sangre real entre las brujas. Y no sé qué más...
No me corresponde obedecer sus órdenes porque ya no estoy en el aquelarre, me expulsaron hace cuatro años, pero por la ley familiar, que implementaron siglos atrás mis antepasados, debo hacerlo obligada.
Los frondosos árboles y el olor a tierra mojada lo noto en el olfato una vez que bajo del vehículo seguido de los Hombre Sombra. Apago el cigarro tirándolo al camino de cemento.
Usualmente llevo el cenicero en el bolso, pero fingiré que no llevo nada. Puedo ser muy rencorosa cuando quiero, sobre todo lo que no olvido ni me permito olvidar.
Mi bolso no me lo dan, me encaminan directo hacia dentro de la imponente mansión blanca con algunos toques oscuros y otros dorados.
Es oro real.
En la entrada hay serbales plantados a las orillas del cerco de hierro que rodean la mansión.
Esperando en la puerta del vestíbulo, un Hombre Sombra abre la puerta mostrándome el interior de la mansión. Bufo al ver el frío espacio que carecía de cualquier sensación de familiaridad.
Recuerdo que mi abuela Lizzie tenía mejor decorada la mansión que esta insípida decoración.
Me acerco al largo y ancho pasillo, conociendo el camino de memoria, y otro Hombre Sombra me espera cerca de la pared blanca junto al ventanal. Hace una reverencia en cuanto me ve y tirando de un cordel de oro del tapiz que cuelga de la pared abre una entrada secreta.
Sin esperar entré aparentando una calma que no tengo, pero solo me hace falta ver dentro de la habitación y un flash de recuerdos desagradables aparece.
El mármol del piso ya no está blanco sino está sucio de sangre seca, en el fondo escucho gritos de desesperación y detrás escucho una multitud vociferando con ímpetu.
«¡Traidores! ¡No merecen una muerte digna! ¡Traidores!»
Se me cierra la garganta. Ya no estoy en el presente, sino en el Salón de Juicio hace cuatro años atrás. Los pulmones me exigen aire que no puedo pasar porque me encuentro demasiado conmocionada. Intento inhalar, pero nada entra.
Un carraspeo me trae a la realidad.
Ya no veo el piso manchado, enfrente de mí está el Consejo y Olivia sentados en una mesa en forma de luna creciente. La Reina está sentada en el medio entre los cuatro Ancianos principales del Consejo.
Los Ancianos son llamados así por la cantidad de años que vienen vagando en la tierra, aunque se ven ridículamente jóvenes, apenas empezando entre los cuarenta años.
Sé que hace poco agregaron a un quinto, aunque no debería ser llamado Anciano porque no lo es.
Me remuevo inquieta en mi sitio.
Mierda.
Freya, compórtate. No dejes que vean lo afectada que te sientes al estar en el Salón de Juicio.
― Freya LeFay, has sido convocada tras la ley familiar de la estirpe Sallow a situar tu presencia en la Mansión Sallow ― anuncia un Anciano ―. Yo, Matusalén Preston doy comienzo a esta reunión.
Varios Ancianos carraspean y es Aric Mcvoy el primero en hablar:
― Desde hace un mes ha habido ataques, de los cuales no hemos podido detener. Y el Consejo ha escuchado de tus hazañas por los Estados, el último en el estado de Nevada. En representación del Consejo, queremos que detengas esta amenaza...
― Perdona, ¿pero lo estás exigiendo? ― interrumpo.
Matusalén me mira molesto por mi interrupción y aprieta la boca.
El iris de Matusalén sigue siendo diferentes como si tuviera heterocromía, pero no es así. Sonrío satisfecha.
Su aura cambia y es molestia lo que noto, debido a mi sonrisa.
Él no tiene heterocromía, lo que tiene es una maldición de limitación y en consecuencia yo también lo tengo.
No me importa, se lo merece.
― ¿No ayudarás a tu aquelarre en tiempos de crisis? ― interviene Cadoc Fancy, un Anciano. Que no te engañe ese rostro afable porque es todo lo contrario.
― No es mi aquelarre ― señalo ―. Fui expulsada, ¿recuerdan?
― Freya ―habla por primera vez Olivia ―, necesitamos tu ayuda.
― ¿Y? No les debo nada. Y si este es el motivo por el cual me han llamado, entonces me voy.
Me giro y camino a la salida.
― ¡Ha traído la atención en los humanos! ― chilla frenética, Olivia ―. Matusalén nos ha informado que han rondado cazadores por la ciudad.
Matusalén la mira molesto.
Como siga mirando así le van a salir las arrugas antes de tiempo.
Olivia apenas ha hablado, excepto ese bastardo. No entiendo por qué ya que Olivia es la Reina, la matriarca del aquelarre.
Sopeso lo que me ha dicho. Si hay cazadores, entonces deben irse con cuidado para no llamar la atención hacia ellos y comiencen una cacería en Nueva Orleans.
Pero repito, no me importa.
― No me interesa. Ya cumplí con mi deber de venir.
Volteo para mirar detenidamente al Consejo, y luego salgo de la habitación.
☾
Antes de partir de Nueva Orleans, voy a mi antiguo hogar solo para verificar ciertas cosas como Céfiro y otra cosa.
Me bajo del taxi en la avenida Washington y veo la bonita casa adosada del Garden District. Hay pocas familias del aquelarre que viven por este sector ya que las viviendas, si bien son pequeñas, son de lujo. Además, que el Mercado Francés está cerca y hay una gran variación de cosas que nos pueden ayudar como las hierbas.
Un gato de pelaje negro, y ojos azules como el zafiro, espera sentado en el porche.
― Céfiro ― me agacho y lo acaricio.
Han pasado años desde la última vez que lo vi.
Céfiro ronronea.
Freya...
― Vamos adentro ― le digo.
Dejo a Céfiro y busco dentro del macetero la llave enterrada en la tierra, donde fue la última vez que la deje.
― Oh, ¿quién eres? ― Una voz melosa me interrumpe.
Me fijo en la puerta de al lado y veo a una señora que me mira con el ceño fruncido. Está entrando en pánico y piensa que debo ser una ladrona, aunque también piensa que debo ser una prostituta en busca de alojamiento debido a mi ropa ajustada de cuero.
― ¿Quién es usted? ―cuestiono con visible desagrado. No estoy de humor.
― Jovencita, ¿así te criaron tus padres? ¿sin respetar a tus mayores? ―se cruza de brazos.
Arqueo una ceja.
― No, mis padres murieron.
Su expresión de molestia se desencaja al escucharme.
― Y déjese de molestar, esta es mi casa ― agrego.
Saco la llave del macetero y abro la puerta ignorando el último chillido de la anciana que dice que va a llamar a la policía.
Cierro tras un portazo y el olor a encierro me golpea en cuanto cruzo hacia el interior de la que fue mi casa.
Los muebles están cubiertos de sábanas y el jardín que había en el atrio está muerto, apenas había algunas plantas vivas.
Suspiro.
Céfiro maúlla.
Intenté que estuviera estable la casa, pero sabes que no puedo hacer mucho.
― Lo sé.
Saco la sábana del sillón individual y lo limpio para sentarme.
Me estiro por completo en el sillón y cierro los ojos por un rato. Si la abuela Lizzie estuviera aquí probablemente me regañaría por sentarme de este modo, toda desparramada en el sillón.
Estoy cansada. Cansada de todo.
Con ese pensamiento, me levanto y voy a buscar a lo que vine.
Reviso el dormitorio de mis padres, por los cajones de madera oscura. Me sorprende que nadie se haya metido a robar las joyas de mi mamá que todavía están guardadas en la cajonera. Las termino por guardar en el cofre de oro blanco y lo meto en el bolso.
Son joyas de nuestras antepasadas que debería tenerlos Olivia y que nunca se los pasé ni tampoco quiero hacerlo ahora, aunque ella no las reclamó ni mencionó. La abuela me dejó estas joyas para mí antes de irme de Nueva Orleans hace cuatro años.
Hallo el compartimiento secreto del armario y encuentro las hojas que buscaba. Estaban algo amarillas por el tiempo, pero igual sirven. Jodidamente, esos papeles son importantes. Con cuidado las guardo en la carpeta que tengo en el bolso.
¿Para qué son esos trastes?
Pego un brinco del susto. Es Céfiro. Jodida mierda. A veces odio que sea tan silencioso.
― Estos trastes como le dices, son importantes ― le susurro.
Le hago un gesto de que no diga nada y le señalo disimulada la ventana. Hay un ave en la rama del serbal afuera del dormitorio.
No es un ave común. Primero porque está demasiado quieta como si fuera un juguete y segundo es que no está canturreando, solo se dedica a mirar fijamente dentro del dormitorio.
¿Me la puedo comer?
Suelto una risita y niego.
Céfiro gruñe y se larga del dormitorio. A lo mejor no me va a hacer caso y de todas formas lo va a cazar.
Una vez que dejo todo terminado y cerrado, salgo de la casa con Céfiro a mi lado y voy al hotel en el que reservé una habitación a descansar. Es tarde para reservar boletos de ida.
ESTÁS LEYENDO
Sangre de Bruja (Disponible En Dreame)
ParanormalCorazón del mal: parte I Freya juró no volver a Nueva Orleans. Pero a veces jurar no es suficiente. No ha tocado la ciudad desde su humillación pública hace cuatro años, pero por una ley, escrita por una de sus antepasadas, debe volver. Un peligro a...