Había amanecido ya.
Después de prepararle un gran desayuno a su familia procedió a iniciar su camino.
Anda cerca de la plaza, observando los adornos que habían puesto de un día para otro, viendo como todo el ambiente había cambiado, volviéndose un lugar de fiesta.
Acompañado de su padre avanzaba, cargando en su hombro una gran hacha.
El sonido le fue familiarmente extraño, volteando hacia una de las tiendas recientemente armadas, percatándose de algo.
Dos mujeres extranjeras estaban haciendo ruido, emocionadas, mientras observaban y se probaban los detalles en adornos de piedras y telas. Sus voces eran muy atrayentes. Una de ellas tenía la piel dorada y unos ojos verdes hipnóticos; la otra, en cambio, poseía los ojos completamente negros y el color del trigo recientemente cosechado.
El bullicio de su charla con el vendedor llegaba hasta donde él estaba.
Ya empezó todo esto entonces, eso explica la apariencia falsa de las calles, la vestimenta simplona y lo ordinario del disfraz de esta gente -comentó el muchacho pasadas las horas, luego de salir desde el pueblo hasta posicionarse delante de un enorme árbol rebosante de frutos pequeños de brillante color rojizo.
Sabes muy bien cómo funciona todo esto, hijo, comprendes ahora en tu adultez que no tenemos otra forma de hacer las cosas, al menos eso espero -contestó su padre, inclinándose por un momento delante del gran árbol.
Alex extendió asqueado el hacha hacia su padre, viendo como este último se cortaba la palma de su mano con el filo de la hoja, rociando entre cánticos inentendibles su sangre sobre la base del tronco.
Aquellas palabras le eran un ultraje.
Sabes padre, en muchas de las ciudades que en mis años he logrado visitar, tienen por norma general el ver con temor o desesperanza a las personas que suelen herirse a sí mismos, lo llaman "desesperación y soledad" -indicó el muchacho mientras veía mudar la forma del árbol.
La corteza tomó forma, semejante a la de un viejo hombre pútrido, de miraba sangrante y con el cuerpo atravesado por la corteza y las ramas de sí mismo. La textura de su piel era como de la misma corteza, pero pequeñas ramas y espinas salían de algunas de sus extremidades por momentos.
El gran árbol extiende su saludo, permitiéndoles avanzar en su propósito.
Ellos, manteniéndose siempre bajo la mirada de su observador, recogían gran cantidad de ramas del suelo, e incluso talaban arbustos llenos de frutos.
Se acerca el tiempo del pago a la tierra, ¿verdad? -preguntó con insolencia el muchacho, acercándose al gran árbol con un montón de maderas.
Los tiempos del dolor están cerca, sí -respondió el árbol con voz gutural, semejante al sonido del eco de los troncos mientras caen al suelo, extendiendo una de sus ramas hacia Alex, regalándose tres de sus frutos, los cuales se asemejaban a enormes semillas rojas de granada.
Estoy más que agradecido, guardián de este bosque, pero he de ser sincero, el sabor a sangre, bueno, la sangre en sí misma jamás ha sido de mi agrado, se me hace un sabor horroroso, de muy mal gusto -contestó el joven con cordialidad, mientras era observando por la fría mirada de su padre.
Niño, ¿te atreves a rechazarme?, no sabes acaso que, en tiempos como estos, ¿solo las tradiciones nos mantienen unidos? Te conviene tenerlos, son medidas necesarias, es bueno para ti -comentó la criatura.
Ya veo, le agradezco entonces -susurró con una sonrisa torcida el muchacho, tomando los frutos, arrancándolos de la rama, mientras el ser se quejaba con dolores intensos.
ESTÁS LEYENDO
El que había sido olvidado
Science FictionAlex retorna al pueblo de su infancia después de muchos largos años, encontrándose con su familia, su fiel amigo, recuerdos del pasado y aquella tradición abominable...