El desahogo

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El amanecer había llegado.

La fiesta en el pueblo seguía, alargándose hasta el mediodía.

En ese momento los sacrificios se pudrieron, en ese momento dejaron de gritar.

Las cosechas aparecieron llenas, los animales se pusieron grandes y gordos. Los jóvenes se encontraban en medio de la plaza, llenos de gusanos que los consumían por completo.

Entonces un gran silencio cubrió al pueblo, un profundo sueño los tomó a todos.

No debí de haber venido, es lo que tengo que hacer -susurraba Alex, desesperado, en su habitación mientras hablaba con su perro- este lugar es asqueroso, nada de esto es correcto... este es el momento, tengo que hacer lo que he preparado.

Su mochila estaba lista, sus cosas estaban preparadas.

¡Quédate aquí!, perdóname por todo, por favor, cuida de mamá y papá -rogó el muchacho, besando a su amigo antes de partir.

Alex caminó a lo lejos, acercándose al gran bosque.

La caminata le pareció eterna, el bosque se hizo inmenso en ese momento. Los años le habían hecho olvidar los detalles diminutos que eran necesarios.

Entonces pudo encontrarlo, estaba delante del gran árbol.

¿Ya esa hora, niño? -preguntó el árbol, despertándose al sentir la sangre del muchacho sobre su tronco. Alex entonces le explicó todo.

... entiendo, que así sea entonces, adiós -sentenció el gran árbol, regresando a su forma original.

Alex, enfurecido, sacó su cuchillo blanco, haciendo marcas en la tierra alrededor del gran árbol, para luego tallar nombres y símbolos sobre el tronco.

Clavó entonces el cuchillo en su brazo, derramando la mayor cantidad de sangre que pudo sobre los nombres tallados, hasta palidecer.

En ese momento ató con telas la herida, apretando su brazo con vendas.

Se había arrepentido.

Lo sentía de verdad, estaba asqueado de sí mismo, pero sabía que esa era la única forma en la que se podía hacer, al menos para alguien como él. Se había cansado de no hacer nada.

La paranoia de su mente se combinó con la pérdida de sangre, sintiéndose rodeado por ataques de las criaturas, pese a no tener a nadie cerca.

Entonces pudo visualizarlo, delante de él estaba el camino hacia las criaturas.

¡Empecemos! -pensó el muchacho, tragándose los dos frutos fermentados que tenía entre sus cosas. Corrió mientras su sangre se derramaba, gritando por todo el bosque insultos hacia aquellas criaturas. Los gritos de las abominaciones no se hicieron esperar, estaban completamente furiosos.

Alguien había profanado sus lugares sagrados.

La fiebre y el ardor recorrían en la poca sangre del muchacho, pudiendo ver todo con claridad.

Una de las criaturas corrió hacia él. Alex extendió la mano. La criatura cayó al suelo, envejeciendo hasta volverse polvo.

¡No me escapé de ustedes! -gritó con furia, sacando de entre sus cosas aquellos papeles marcados, junto a unos huesos negros atados con cadenas a cabezas de bestias diminutas- no son los únicos trucos que tengo, ¡no son el único pueblo maldito!

Toda semilla y fruto en el pueblo se agusanó en ese instante.

Los animales cayeron enfermos, debilitándose.

Las criaturas lo rodearon.

Él, apenas esquivando los golpes y cortes, cayó al suelo desangrado.

Una gran polvareda ardiente se expandió alrededor de él, quemando todo lo que había cerca.

Las criaturas retrocedieron, él se debilitó más, colocándose de rodillas.

Una criatura, aún quemándose, atravesó el polvo, destrozando las cadenas y los papeles.

Un aullido detuvo a las criaturas, decenas de aullidos se escucharon alrededor.

Su amigo corrió veloz, golpeándose contra la criatura, empujándolo lejos de su amigo. Decenas de perros entraron corriendo al bosque, atacando a todas las criaturas.

Gracias -susurró Alex al ver a su amigo.

¡Apúrate! -ordenó el viejo perro, atacando con mordiscos a una de las abominaciones.

Alex susurró palabras confusas, sacando aquel cuchillo que había usado contra el árbol.

Se clavó el arma en un costado del abdomen, rasgándose de izquierda a derecha, desparramando todas sus vísceras a tierra.

Su amigo gritó, había sido partido a la mitad por las fuerzas de las garras. Uno a uno los perros fueron asesinados, todos terminaron muertos.

Alex sonrió... todas las criaturas comenzaron a secarse.

El polvo de las aberraciones pudrió el bosque.

Las aguas que alimentaban al pueblo se oscurecieron, la ciudad misma empezó a caerse a pedazos.

El pueblo corrió hacia el bosque, armado, acercándose hacia donde antes estaban sus señores.

Solo había quedado en gran árbol.

Los habitantes rociaron con su sangre la base del tronco, desesperados.

El árbol entero se consumió por el fuego... los frutos explotaron delante de todos.

En la habitación de Alex dos figuras de barro comenzaron a derretirse. El fuego consumió aquella casa.

El pueblo atormentado cayó en la desesperación, el caos los invadió durante días enteros, decenas de los habitantes escaparon fuera de los límites del lugar, acercándose a las grandes ciudades que los rodeaban.

De las cenizas del gran árbol salió Alex, teniendo en sus manos aquel objeto bañado en oro, completamente destrozado. Avanzó entre los antiguos caminos, cubriéndose con lo que pudo.

Oscuridad -pensó por un momento, ese era su último recuerdo.

Pasados los minutos fue alcanzado por una criatura que se movía detrás de él. Su amigo estaba cubierto de cenizas, teniendo la apariencia de un cachorro.

¿Qué será de ellos? -preguntó el joven perro, con voz como de niño.

Que sabré yo... -indicó el muchacho entre suspiros- aprenderán a vivir por sí mismos, supongo.

El que había sido olvidadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora