Capítulo 2

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 Irina no puede respirar en el trayecto al palacio real. Cuándo recuerda las severas condiciones de Rhiannon en un caso similar, siente unas náuseas que no le permiten respirar con facilidad durante un par de minutos.

No puede distraerse en el lomo de Timet, ya que la cría del dragón familiar suele cerrar los ojos durante el vuelo, evitando reconocer el hecho de que en ese exacto momento, está volando.

La duquesa llega al enorme edificio después de unos inenarrables minutos, suspirando con extenuación. Caminar por las enormes rocas talladas que enmarcan la entrada del antiguo castillo la obliga a sentir una inevitable culpa que rápidamente se desvanece ante el recuerdo de Clarissa, quién está en peligro.

—Cariño, Irina.— la saluda la reina, dándole un corto beso en la mejilla.

Rhiannon es la hechicera más poderosa de la aldea, ya que cuenta con nueve habilidades distintas y los pueblerinos rojos tienen una media de dos técnicas mágicas, tres si son especiales.

La reina es una figura temeraria en el reino dorado, su mera existencia es utilizada por padres que disciplinan a sus hijos usando el poder del miedo y las consecuencias fatales.

Si no te vas a dormir, vendrá Rhiannon a tomar tu sangre.

Su reputación en su propio reino es muy distinta, ya que se la conoce cómo una mujer amable y compasiva, aún siendo históricamente temeraria en tiempos de guerra. Utiliza sus poderes blancos para auxiliar a quién lo necesite y los negros para destruir al enemigo. Es, para su gente, una hechicera ejemplar.

—Necesito tu ayuda.— anuncia Irina, tomando la mano de la monarca sin ninguna delicadeza para después arrastrarla a sus aposentos, sintiendo la confusión en Rhiannon a todo momento.

—¿Qué ocurre?— pregunta la pelirroja cuándo llegan a la habitación, perpleja ante el inusual comportamiento de la desesperada duquesa.

La realidad es que Irina, aún teniendo un carácter irascible, es extremadamente paciente y amable con Rhiannon, ya que conoce la sensibilidad escondida detrás de la persona que protagoniza tantos mitos temibles.

La reina la trata con un cariño inagotable e Irina suele ser igual, pero hoy no tiene tiempo para cordialidades.

—Tienen a Clarissa. Poción cambiaformas para colarse en Chrysa. Necesito tu sangre.— vomita las palabras con un evidente nerviosismo, uno que obliga a la reina a cambiar su expresión de preocupación por una leve sonrisa que no dura más de un segundo. Rhiannon ha tenido el privilegio de ver a la fría duquesa perder la compostura en contadas ocasiones, y verla de esta forma la hace sentir más cercana a la vulnerabilidad de una mujer que suele ser distante.

—Sabes qué pido a cambio de mi sangre, Ina. Una reliquia por la cuál muchos morirían no es gratis.— le recuerda Rhiannon, y su sonrisa deja entrever una pizca de crueldad que no suele regalarle a su persona favorita.

—La sangre de mi marido.— susurra la duquesa, tratando de acostumbrarse a la idea de que es estrictamente necesario asesinar a su esposo si quiere volver a ver a su hija.

—Sí, toda su sangre. Pero no te molestará mucho, supongo. Este es el tercer hombre después de todo.— replica la monarca, y el sadismo es evidente en su voz.

No puede ofenderse hasta el punto de soltar una lágrima porque su falta de hipocresía no le permite actuar cómo si realmente estuviera enamorada de su esposo. De un hombre.

—A casa, Timet.— le pide al jóven dragón con un nudo en la garganta, uno que obliga a la caótica criatura a soltar un gruñido de confusión antes de desplegar sus alas y emprender viaje.

La llegada al chalet que se encuentra a un par de kilómetros del castillo es rápida, leve y sin percances.

La duquesa rezó para que Timet la dejara caer cómo en muchas otras ocasiones, pero para su desgracia, el dragón voló a la perfección.

—Buenas tardes amor.— la saluda Alexander cuando la ve llegar.

Percibir su amabilidad la obliga a soltar un suspiro provocado más que cualquier otra cosa, por la pereza que le causa tener qué pasar por lo mismo una vez más; buscar otro esposo para que nadie cuestione la inexistencia de su atracción por el sexo opuesto.

—Si cierras los ojos, puede ser más rápido.— indica Irina, dejando al hombre completamente perplejo y profundamente confundido.

Sin esperar una respuesta, toma la espada que decora la maceta ubicada a un lado de la puerta principal del hogar.

E ignorando las explicaciones que le exige Alexander, le da un fuerte abrazo, uno de despedida.

Su agarre es correspondido con desbarajuste pero no dura más de quince segundos, ya que después de darle un beso en la mejilla, lo acribilla por la espalda con la filosa tizona.

—¿Por qué?— susurra el hechicero cayendo de rodillas al suelo, para después vomitar sangre en las botas de Irina, haciéndola trazar una mueca de disgusto en su expresión.

La duquesa camina tres pasos hacia su izquierda únicamente para verlo caer dónde anteriormente lo asesinó.

Por mera costumbre, la escena no le resulta ni lo más mínimamente impactante. Solo puede pensar en cuánto le costará trasladar el cadáver y limpiar toda la sangre derramada por su ahora ex esposo.

—¡Timet! Al palacio por favor.— le pide después de darle un enorme trozo de carne cruda que anteriormente había retirado del refrigerador.

El desplazamiento no demora más de tres minutos y Timet no siente la necesidad de cerrar los ojos durante el viaje, lo cuál es un enorme progreso.

—¡Rhiannon! Olvidé poner la sangre en un balde pero te puedo dar mi vestido ensangrentado.— se explica la duquesa al cruzar las enormes puertas del edificio.

No demora más de cinco segundos para encontrar a la reina sentada en la sala de estar con una copa de su propia sangre.

Por algún motivo, una bata de seda es lo único que cubre su inminente desnudez, una que no parece acomplejarla.

—Estás preciosa.— declara, acercándose a Irina con una sonrisa gatuna.

Rhiannon pasa sus largas uñas por el cuello carmesí de la duquesa, y sin previo aviso quita los excesos de sangre con su lengua para después imitar ese movimiento con los labios de la hechicera, quién la recibe gustosa.

Orden y DesgobiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora