Capítulo ocho

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Otro día había comenzado, ya el cuarto de nuestras vacaciones.
No puedo decir que mi relación con Justin había mejorado, porque estaría mintiendo. Estábamos igual que antes, a decir verdad. Hablábamos lo justo y necesario, pasábamos tiempo junto con nuestros amigos, no volvimos a quedarnos solos, y en realidad agradezco eso, no podría tener otra conversación a corazón abierto con el, porque me terminaría de destruir.
Kristie ya estaba al tanto de nuestra conversación. Aquella tarde, luego de volver al hotel, me encerró en la habitación para que le cuente el chisme. Aunque no pude contarle demasiado, ya que mis lágrimas arruinaron el lindo relato.
Aún puedo recordar cómo lo insultó a los cuatro vientos como si no estuviesen a metros de distancia.

-¡Es un idiota! ¡Un maldito mujeriego, bueno para nada! ¡Si no fuese mi mejor amigo le arrancaría las pelotas y hacérselas comer! ¡Marica y pito sucio! ¿Quieres que me calle? ¡Sólo digo verdades! ¡Lo mataré!

Eso entre un montón de tantos otros insultos, sin importarle mis súplicas de silencio.
Por suerte, nadie ha oído nada, a la hora de la cena apareció con esa sonrisa sexy que lo caracteriza.

El segundo día fue extraño, nada de diálogos entre nosotros, ni mucho menos, simplemente nos dedicábamos miradas dificiles de captar.
El tercero pudimos bromear y reírnos en grupo, mientras jugábamos al voley en la piscina.

Y el cuarto, está apunto de comenzar.

Me levanté con pereza, y con los ojos entreabiertos fui hacia el baño, necesitaba una ducha para despertar.
Verifiqué en el espejo que el piercing allá curado bien, y gracias al cielo ya no picaba, ni dolía.
Me vestí con una musculosa blanca y un jardinero encima.

— Despierta Kristen, vamos a desayunar.

Solo recibí un gruñido de su parte. Rodé los ojos, y la zamaree hasta que maldiciendo se levantó para hacer lo mismo que yo, darse una ducha.
Agarré mi celular, y camine hacia el ascensor para ir a la primera planta, donde estaba el pequeño restaurante, noten mi sarcasmo.

Busque una mesa, y me senté a esperar a mis compañeros, en lo que revisaba mis redes sociales, le mandé un mensaje a mamá para que sepan que estoy bien.

–Mhm, hola.

Levanté mi vista para encontrarme con un chico de mi edad -supongo-, con el cabello gris y sus ojos verdes, muy verdes.

Le sonreí, inevitablemente. Era encantador.

–Hola, ¿tu eres?

–Perdón... – sonrió. – Me llamo Oliver, y tu...-me tendió la mano esperando saber mi nombre.

– Bella

– Bella, mhm... puedo ser tu bestia?

Solté una carcajada ante su -no- tan original coqueteo.

– Bien campeón, creo que a eso ya lo escuché.

Él me sonrió con un poco de vergüenza y se sentó frente a mí, me acomodé en la silla, ya que estaba prácticamente acostada, y lo miré sonriendo.

Charlamos un rato, me contó que está de viaje con sus amigos, al igual que nosotros, tiene 24 años, es de California, no estudia, porque aparentemente es un gran jugador de fútbol, de un club mundialmente conocido, aunque no para mí. No es nada engreído, es un chico normal, como yo.
–¡No es cierto!- Reí.

–¡Lo juro! Rihanna me quedó mirando, como, ¿y éste feto quién es? ¡Me tuve que ir de la vergüenza que estaba pasando!

Reí una vez más al enterarme su intento fallido de conquista a Rihanna en una fiesta de celebridades a la que fue invitado.

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