Capítulo 4: Brujas y Vampiros

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Me subí al auto y me dirigí hacia mi casa, si es que podía llamarla así. Mi madre y yo nunca vivíamos en un mismo lugar por más de unos meses. El tiempo de estadía en cada pueblo dependía de cuánto tiempo nos tomaba cazar nuestras víctimas. Toda mi vida me había dedicado a perseguir y matar brujas.

Las brujas gobernaron durante mucho tiempo. Eran crueles y odiaban a cualquier criatura que no fuera como ellas. Cuando invadieron su pueblo, mi madre todavía era humana. Con tan solo veinte años y un bebé en su vientre fue capturada. Las brujas habían visto el futuro, y según este, ella sería quien acabaría con su especie.

La torturaban día y noche en busca de descubrir quién era y por qué quería matarlas. Sin conseguir ninguna respuesta la dejaron a morir tirada en una cueva. Mi madre aceptó su destino y esperó a la muerte. Pero en vez de esta, fue mi padre quien llegó. Decidido a salvarnos a mí y a mi madre, la convirtió en una de su especie; un vampiro.

Cora. Así se hacía llamar mi madre. Escuché que tenía otro nombre antes de que cambiara, pero nunca quería hablar de ello. Era como si esa vieja versión de ella no existiese. Nunca me habló de su vida como humana, decía que era débil y patética.

Cora se recuperó de todas sus heridas físicas al instante, pero las mentales nunca sanaron. Me di cuenta porque desde el momento que salí de su cuerpo jamás recibí el amor que una madre le tendría que dar a su hijo. Nunca me dijo que me amaba, ni me dio un abrazo. Tuve que aprender todo por mi cuenta porque según ella así lograría ser fuerte e independiente, sin la ayuda de nadie. Tampoco recibí el amor de un padre, él se fue al poco tiempo de salvar a mi madre. Nunca supe porqué, ni siquiera sé si sigue vivo, pero nunca nos visitó ni a mí ni a mi madre.

Fui convertido por mi mamá cuando cumplí diecisiete años, a fines de 1850. Estaba emocionado, ansiaba vengar a mi madre, quería perseguir a las responsables de su trauma, porque quizás así ella podría estar orgullosa de mí. Quizás así ella me querría. Pero no fue así.

Comenzó por hacerme matar a las cuatro brujas que la torturaron. Sus nombres eran Amelia, Celia, Tamara y Sierra. Cora hizo que memorice sus rutinas; el horario que visitaban cada lugar, las personas con las que se encontraban y su relación con ellas. Eran brujas singulares, por lo cual no sería tan difícil de matar. Amelia era una bruja de Agua, Celia de Aire, Tamara de Tierra y Sierra de fuego. Hizo que me introduzca a ellas como Philipe, un joven que estaba dispuesto a entregarlo todo con el fin de que le enseñasen a practicar magia. Sabía que eso no era posible, la magia era algo con lo que uno nacía, no se podía aprender, pero las brujas no dudaron en decir que sí, estaban ansiosas por ver cuan lejos podía llegar a cambio de aprender a usar magia. 

Me llevaron a su cabaña. El lugar estaba lleno de malas energías, se sentía en el aire. Me hicieron sentar en una gran mesa de roble para cenar. Antes de servir la comida, me ofrecieron una copa de vino. Fingí tragar el líquido, sabiendo lo que contenía adentro, así como fingí perder la conciencia. Recuerdo que apenas cerré los ojos, tomaron mi cuerpo y me llevaron a una habitación. Una de las brujas me acostó en una cama y se echó a mi lado. Más tarde descubrí que era Sierra. Antes de que pudiera tirarse encima mío, hundí mis dientes en su cuello. La sangre comenzó a brotar de su cuello como una catarata. Me distraía de mi objetivo. El olor se apoderaba de mis sentidos y me impedía tomar control. Un golpe seco en la sien hizo que reaccione.

No me acuerdo como es que logré derrotar a Tamara, Celia y Amelia. Creo que mi cabeza me hizo bloquear ese recuerdo. Lo único que recordaba de esa noche era un gran anhelo de sangre. No podía controlarme. Estaba hambriento, y no parecía importar cuantas personas dejaba sin rastro de sangre en su cuerpo, el hambre no se iba. Era insaciable. Cada cuerpo con el que manchaba mis manos dejaba una marca en mí. Me destruía saber que por más que quisiese no podía parar.

Estaba por amanecer cuando mi madre me encontró terminando de vaciar el cuerpo de un joven que no debía tener más de trece años. Las lágrimas se habían secado en mi rostro.

¿Has cumplido con el trato? —preguntó arrancándome el cadáver de mis manos.

—Sí, madre

—Bien. Ven, tienes que descansar, mañana empezarás a estudiar tu próxima víctima

—¿Próxima víctima?

—Sí, ¿o te pensaste que esto terminaba aquí? 

El silencio fue una respuesta más que suficiente.

Se puso en cuclillas, tomó mi mentón y me obligó a mirarla.

—Querido... esto recién comienza


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⏰ Última actualización: Mar 14, 2022 ⏰

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