1. 𝐅𝐥𝐞𝐜𝐡𝐚𝐳𝐨.

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Alejandro no era de esos chicos enamoradizos.

Y podría sonar a una etiqueta que se pondría alguien para fingir que no desea amor y creerse distinto a los demás, pero no, realmente Alejandro no era de esos. Cuando alguien mencionaba parejas, besos y abrazos en su interior no crecía una envidia o un deseo por tener aquello, no.

Tampoco era un aguafiestas, adoraba y le enternecía cómo sus amistades gozaban de una era de amor y sonrisas estúpidas. Simplemente creía que era algo que iba a llegar por sí solo, no era algo que iría a perseguir como si de ello dependiera su vida, no.

Alejandro era más de esos que gozaban de la libertad y el buen sabor de boca en admirar a cualquier persona que se cruzara en su camino por la calle, y no era por nada, pero adoraba a las mujeres. Era rutina diaria para él salir a la calle y mirar con gran sonrisa a las bellas mujeres que a sus ojos eran puro arte; si en alguna ocasión estaba muy motivado incluso les diría algo como "¡Bonito conjunto!", "Luces muy bella" o cualquiera de sus derivados. Con la amable sonrisa del muchacho, las chicas le sonreían de vuelta con confianza y si tenía suerte charlaban con él y conseguía sus números o perfiles.

Era muy de citas, eso sí, pero debía admitir que después de cada una de esas salidas casuales, no había ningún deseo en él por volver a verlas más que como una amistad. Probó también con hombres, pensando erróneamente que tal vez ese era el problema, pero tuvo la misma suerte.

Cada que salía de la casa de cualquiera de sus citas, hombre o mujer, no había más que un sentimiento neutro. No amor, no tristeza, sólo un vacío.

Aunque ese vacío no permanecía demasiado en su cuerpo, la sensación que le daba mientras la sentía era una jodida tortura: porque en ese momento y sólo en ese momento, sí sentía envidia de los romances.

Pero sólo era momentáneo.

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