4. 𝐏𝐞𝐥𝐮𝐜𝐡𝐞𝐬

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Odio los accidentes, pero no odio al que nos trajo a esto.

Los pensamientos rondaban por la mente de David, y él, a pesar de no ser un chico pensativo, filosófico o que le diera muchas vueltas a las cosas, estaba perdido últimamente.

Su camino jamás lo supo, pero ahora sabía con claridad lo que deseaba. A quién deseaba en su camino. A dónde ir.

A por ese pequeño joven al cual le brillaban los ojos cada que cumplía una pequeña meta en su día a día y le contaba con detalle cada momento que pasó hasta conseguirla. Estaba decidido a seguir escuchando las infinitas quejas del azabache de ojos azules hacia la gente que le trataba mal o que no le había caído bien. Adoraría esa dulce voz regañandole y diciéndole con las manos en las caderas: "¡Fargan! ¡Te dije que era una cucharada de azúcar, no dos!", Y luego sonreiría por el puchero molesto que vendría después del regaño. Reiría, porque los regaños de su pequeño compañero de cocina no duraban más de unos minutos. Tomaría con decisión los hombros del menor y le plantaría un dulce beso en la cabellera negra que le haría sonrojar y finalmente le sacaría una risa.

Alejandro, ese chiquillo que se fascinaba con las pequeñas cosas y que podía crear un debate con todas ellas, le gustaran o no.

Ése al que algún día le invitó un postre y que ahora cocinaba postres junto a él.

Quien ahora luchaba por limpiar los restos de masa y mantequilla que había en sus brazos y nariz por culpa de haber estado jugando en medio de clase.

— Esto no sale, Far — el azabache lloriqueó mientras lavaba sus delgados brazos en el pequeño lavabo del baño en el que ambos se encontraban — se quedó pegado, ¿voy a morir así? no quiero morir con las manos en la masa literalmente, quería morir bonito.

Alex hizo una mueca con los labios, lejos de estar enojado con la situación que se había dado por diversión de ambos, estaba neutro. Tierno.

David se acercó con una sonrisa y se colocó al lado del chico, tomando algo de jabón líquido y creando un poco de espuma para luego pasarla por las manos del menor — Tranquilo, te ayudo, Ales.

Algo que el moreno había descubierto de su amigo de cocina era que tenía muchísimas facetas y estados de ánimo, y que los expresaba con total naturalidad.

Cuando se enojaba, sus labios se curvaban y su ceño se fruncía, sus brazos se cruzaban y suspiraba, negaba con la cabeza y desaprobaba, como un padre furioso.
Cuando se emocionaba sus orbes azuladas brillaban con felicidad y señalaba eso que lograba hacerle dar brinquitos y sonreír.
Cuando se entristecía, bajaba sus ojos y jugaba con sus dedos, se perdía mirando lugares al azar y se quedaba en silencio un largo tiempo, esperando ser consolado.

La primera vez que David vió a Alejandro triste, fué aquel día en el que se había peleado con uno de sus amigos.

Esa vez, como Alex le contó, había iniciado una discusión entre el joven azabache y uno de sus pocos amigos de hace años. La situación era simple, según su "amigo", últimamente se sentía apartado y la pasaba mejor con otras personas que no eran el chico de ojitos azules. Trataron de arreglarlo, pero solamente Alex puso de su parte, llegaron a una conclusión sin tacto e incluso agresiva de parte del otro chico, que dejó al pequeño destrozado.

Un mensaje llegó al celular de David ese día, y era nada más y nada menos que su mejor amigo pidiéndole compañía inmediata. El castaño no tuvo manera de negarse a la voz rota de Alex a través de la llamada que habían compartido.

Al llegar a su vivienda recibió a un decaído azabache, quién le abrió la puerta sin entusiasmo y en cuestión de minutos se había echado a llorar en el cálido y reconfortante pecho de Fargan. El moreno le había recibido y  oído, le había dejado desahogarse y le había escuchado contándole la situación aún entre sollozos.

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