Capítulo 1

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El invierno, para muchos símbolo de frío y soledad, pero con el potencial latente de significar lo contrario, calidez. La oportunidad de disfrutar de una reconfortante bebida caliente junto al fuego, y más importante aún, del calor que solo te puede dar la compañía de la gente que te ama... pero por desgracia una familia está noche acaba de perder para siempre esa oportunidad.

Para ellos está estación conservó su significado más primitivo, irónicamente a manos de un hombre, uno capaz de ser más devastador que cualquier ventisca. El bebé que se encontraba en brazos de aquel hombre de alguna manera había conseguido el asilo que su madre no logró alcanzar a tiempo, pero estaba lejos de estar a salvo.

Frollo entró a la Catedral detrás del Arcediano, quien tenía el cuerpo de la madre en sus brazos. El anciano sintió sincera tristeza por la perdida de tan joven alma, «si hubiera salido antes» repetía en su mente. Por su intervención tardía no solo se había apagado una vida, también se selló el camino de un pequeño, quien ahora estaba destinado por decisión suya a crecer junto al causante de su desgracia.

Ordenó a sus sacerdotes traer un ataúd y comenzar los preparativos para la sepultura, el rostro de la mujer dentro del féretro tenía una expresión apacible, tanto que se podría pensar que estaba dormida. El Arcediano sabía que los gitanos no compartían sus creencias y que seguramente tenían sus propias costumbres para este tipo de situaciones, pero lamentablemente eran desconocidas para él, esto era lo mejor que podía ofrecer.

Sabía muy bien que la historia se había encargado de convertir en villanos a los Romaní, solo siendo tolerados cuando eran fuente de entretenimiento, pero siempre teniendo el estigma de ladrones, acorralando a muchos de ellos a convertirse en eso o algo peor. Él era un hombre de fe pero no se sentía con la autoridad de juzgar la falta de esta en alguien que ha estado en esa cruel posición.

El Juez por su parte se quedó atrás esperando con el recién nacido aún dormido, tuvo que morderse la lengua para no gritar lo ridículo que era hacer tanta parafernalia por una gitana, una vulgar hereje; y tuvo que tragarse el asco y controlar las ganas que tenía de tirar lejos a la criatura maldita en sus manos.

Quería gritarle al viejo que dejara de perder el tiempo y lo llevara inmediatamente a la punta del campanario para soltar a la deforme bestia e irse. Estaba encadenado a esa aberración hasta que uno de los dos muriese, necesitaba desesperadamente una noche de sueño para resignarse.

Pero no, por ahora tenía que seguir las ordenes del líder de la iglesia, no puede permitir que un alma tan virtuosa como la suya se pierda entre las llamas del averno, aunque esté más allá de su comprensión porque liberar al mundo de una de esas ratas gitanas se considera pecado.

De repente el niño, quien hasta ese momento había estado refugiado en el mundo de los sueños, comenzó a llorar lo más fuerte que podía. Aún sin tener el don de la memoria su cuerpecito sentía que algo andaba mal, que no estaba seguro. Envuelto en sus mantas y estando bajo techo se sentía helado, la calidez se había ido, estaba frío, muy frío.

El Ministro harto le puso una mano en la cara para callarlo, el sonido de los pequeños intentos por respirar hizo que el Arcediano volteara a su dirección de inmediato. El rostro de Frollo lo dejó petrificado, su expresión solo reflejaba los deseos de usar sus propias manos para negarle al infante la entrada de aire a sus pulmones y verlo desvanecerse.

Ver eso hizo que el anciano entrara en razón, lo rápido de los acontecimientos le hizo tomar una decisión precipitada, no era correcto que ese bebé se convirtiera en una herramienta para que el hombre frente a él expiara sus pecados, mucho menos si este no tenía una pizca de arrepentimiento. No iba a condenar un alma inocente a un infierno terrenal para salvar del genuino a otra que estaba condenada incluso antes de está noche.

Si las Piedras pudieran HablarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora