¿Estás bien? Déjame ayudarte
Damara
Habían pasado ya unas semanas desde mi primera sesión con la doctora Lennon. Acordamos que iría una vez al mes para un control, pero que si lo requería podía regresar antes.
Aunque no quiera admitirlo también había estado pensando en él. Ian. Tres letras que se repetían en mi cabeza de manera inesperada e involuntaria. Como la otra vez que estaba en mi habitación y de pronto escuché la melodía de Sweet Creature e involuntariamente mi mente ya estaba pensando en él.
Traicionera.
Lo más complicado era que una vez que pensaba en él era muy difícil que el recuerdo se fuera fácilmente, llegué a la conclusión de que él es de las personas que dejan una marca en la vida de los demás. Al menos conmigo lo había hecho, aunque odiara admitirlo. Esperaba volverlo a ver, pese a que no sé qué haría si eso sucediera.
Faltaba un día para la siguiente visita a la doctora Lennon, pero yo ya estaba lo suficientemente nerviosa por ello. Había estado recordando cosas que quería decirle y había imaginado diferentes escenarios antes posibles respuestas por su parte.
Por su puesto cuando llegó el día, entré en pánico y nada salió como esperaba. A cambio me llevé un regaño por no poner de mi parte para mejorar. "Yo solo estoy aquí para ayudar a que te ayudes a ti misma. Esto lo haces por ti, porque si tu no quieres hacer nada al respecto nadie más lo va hacer por ti" había dicho.
Salí del consultorio un poco malhumorada, no con la doctora, conmigo misma, porque sabía que tenía razón y yo no había estaba poniendo todo de mi parte. Caminaba con la cabeza gacha reprochándome a mí misma y a la vez tratando de convencerme de que yo lo había intentado, y que era un proceso y que no debía sentirme mal por ir a mi ritmo. Mi cabeza discutía consigo misma. Odiaba eso, odiaba cuando eso ocurría, porque lo único que quería hacer es llorar, pero no podía hacerlo ahí, sabía que las lágrimas estaban ahí y solo faltaba un pequeño desliz y me desmoronaría, pero me aguanté y me dirigí al ascensor. Presioné el botón y observé como ascendía hasta mi piso.
Las puertas se abrieron y apenas di un paso cuando choqué con alguien. Me disculpé en voz baja, mi voz sonó rota, no levanté la vista y traté de seguir mi camino.
-¿Damara?- preguntó una voz familiar.
Hasta ese momento me permití levantar mi vista, era él. Me miró con lástima y odié eso, así que aparté mi mirada de inmediato. Tragué grueso y traté de verme lo más segura posible. De todas las personas en el mundo, él era la última persona que podía verme de aquella manera tan vulnerable.
Volví mi vista hacia él. Hice el ademán de decir algo, pero las palabras no salían.
-¿Estás bien? Déjame ayudarte- volvió a preguntar con preocupación acercándose a mí.
Retrocedí por instinto.
-No- fue lo único que logré decir controlando las lágrimas.
-¿Quieres sentarte?- Asentí y dejé que me guiara al asiento más cercano- ¿Quieres algo?
-Agua está bien.
Mis pensamientos eran una revolución, acaba de desbloquear recuerdos que no quería y de los cuales aún no me sentía preparada para hablar en terapia. Él aún no regresaba y una parte de mi quería irse antes de que él volviera. Así que lo hice. Entré en el ascensor dispuesta a irme antes de que él volviera. No sabía qué hacía él ahí, pero sabía que lo volvería a ver.
Salí huyendo del lugar. Me acercaba hacia la parada del autobús.
-¡Damara!- gritó a mis espaldas y me detuve en seco.
Me giré hacia su dirección dubitativa. No sabía en qué momento las lágrimas empezaron a recorrer por mis mejillas.
-¡Al menos recibe el agua!
Se acercó a mí y me entregó la botella, nuestros dedos hicieron contacto y sentí una ola eléctrica recorrer mi cuerpo. Odié que todavía tuviera ese efecto en mí, pero fingí que no me había afectado.
-Fue un gusto volver a verte, Damara.
Limpié mis lágrimas con el dorso de la mano y sonreí fue apenas un gesto casi imperceptible, pero él lo notó.
Me di la vuelta y seguí mi camino. Ninguno dijo nada más, ya todo estaba dicho.
Un par de minutos más tarde estaba en mi habitación, mis padres no estaban en casa. Me encerré en mi habitación y me puse a llorar libremente.
En algún punto entre el llanto me había quedado dormida, me desperté por los toques en mi puerta. No me fijé en mi aspecto, pero me acerqué a abrirla. Mi hermano pequeño (no tan pequeño) se encontraba del otro lado con una bandeja con gomitas ácidas, mis favoritas y un vaso con agua.
-Sé que no es mucho, pero..
Se me encogió el corazón y lo abracé. Me eché a llorar en su hombro. Dejó la bandeja en la mesita cerca de la cama y me correspondió al abrazo. No dijo nada, pero no necesitaba que lo haga, solo necesitaba eso, un hombro para llorar.
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Déjame Ayudarte
Teen FictionLa adolescencia es una edad complicada para todos, por eso cuando dos adolescentes con responsabilidades sobre sus hombros se conocen en las menos convencionales circunstancias, donde luego de entablar una corta conversación que empieza a hacerse co...