—Pero... yo no me quiero ir, padre.
Esas fueron mis palabras en aquel momento de injusticia en mi vida, pero no sonaban tan fuertes como debería. Había miedo en mi voz y por un momento creí que me iba a poner a llorar por haberle dicho a mi padre mis sentimientos. Él me miraba desde el otro lado del escritorio, como si estuviera pidiendo algo imposible.
Admiraba a mi padre, con todo mi corazón y era el hombre de mi vida, no tenía dudas. Siempre había sido un hombre trabajador, increíble y todo el mundo bajaba la cabeza cuando pasaba a su lado. Pero eso no significaba que no fuera también una persona muy orgullosa y cerrada frente a su hija. A veces parecía que se olvidaba de mí por completo y yo solamente era la niña que debía seguir sus pasos.
—Suni, tienes un deber que cumplir en tu país.
Suspiré, sabía a qué se refería. Durante toda mi vida me dijeron que no iba a llegar muy lejos, que no podía ser una niña exitosa. Tenía que ser la mejor, sí, tenía que darlo todo de mí, pero al final del día tenía que casarme con alguien millonario que me diera la vida que se suponía que debía tener. Hijos, una casa enorme y bella o lo que sea que pensaba mi padre. Más bien, él quería que yo tuviera la vida de mi madre, pero yo me había negado por mucho tiempo.
—No he terminado aquí —dije con seguridad, porque eso sí era cierto. Cuando le confesé a mi padre que no quería dedicarme a mi futuro esposo, el enojo fue enorme y por mucho tiempo creí que me iba a dejar de hablar. Me atemorizaba al punto de querer ponerme a llorar frente a él, pero él, por primera vez, fue una persona comprensiva. Me dijo que iba a darme un tiempo en Nueva York y luego volvería a Corea. Ese tiempo parecía haberse acabado.
—Has pasado casi seis años aquí, Suni. No puedes seguir siendo la asistente de tu jefe, tienes que crecer.
Eso era verdad, pero yo me negaba a aceptarlo. Amaba mi trabajo y era editora, pero me dedicaba mucho más a asistir a mi jefe. Me costaba dividirme entre lo que tenía que hacer por amor al arte y lo que debía hacer porque Declan no quería o no podía. Le seguía los pasos, limpiaba las suelas de sus zapatos y nunca me dedicaba a lo que amaba. Al final del día, nunca entregaba a tiempo y alguien tomaba mi trabajo.
Mi escritora asignada era Lizzie y por suerte ella entendía mis tiempos, como yo entendía los de ella. Pero cuando me tocaba un escritor nuevo siempre fallaba y terminaba enfadado conmigo por lo mal que trabajaba. En realidad no trabajaba mal, sino que pasaba demasiado tiempo pegaba a Declan.
—No puedo irme todavía, papá... hay muchas cosas...
—¿Qué cosas, Suni? ¿Qué te impide comenzar tu vida en tu hogar?
Lo miré sin saber que decirle, porque yo tampoco sabía qué eran esas cosas. Había perdido el camino desde hacia tiempo, sobre todo desde que Declan había caído en esa depresión sin fondo y mis días se basaban en tratar de rogarle que volviera a encaminarse. Mi vida era él, todo el tiempo estaba en mis pensamientos y horarios. No pensaba en otra cosa que no fuera Declan, Declan y más Declan. ¿Cómo iba a decirle a mi padre lo enamorada que estaba de mi jefe? ¿Cómo iba a explicarle mi devoción y amor por él? Ni yo entendía como expresar mis sentimientos, que seguramente eran no correspondidos.
—Elizabeth va a casarse.
Esa fue mi excusa, sí.
Mi padre me miró sin poder creer lo que le estaba diciendo, como si el casamiento de una persona era más importante que comenzar mi vida. Sin embargo, para mi sorpresa, asintió y sentí un pequeño alivio cuando lo hizo.
—Esto es lo último, Suni, luego de esto no tienes una excusa para no volver a Corea. Jiho quiere casarse contigo... ni sé cómo porque nunca sales con él, pero ayer me dijo eso y no quiero perder la oportunidad con la familia Choi, ¿escuchaste?
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La asistente del jefe [Editorial Scott #3 ]
ChickLit«Quiero lo mejor para ti, Suni. Siempre... incluso si eso es estar lejos de mí.» Declan Scott consigue un mejor puesto dentro de la editorial de su familia y sabe que mucho de eso ha sido gracias a su maravillosa asistente Suni. Luego de más de un...