Nueve

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Dentro de mi cultura, el trabajo es muy importante. Mi padre me había dado este trabajo tan valioso y me llenaba de orgullo poder decir que era la secretaría de Declan Scott. Pero no en ese momento.

No me pagaban lo suficiente por lo que estaba viviendo.

Declan apareció frente a mí con la camisa algo rota, el saco del traje totalmente desaparecido y un pantalón que no era el mismo que había usado esa noche. Lo miré con los brazos cruzados, muy enfadada, mientras lo veía acercarse a mí balanceandose de manera extraña. Seguía borracho y yo no podía creerlo, no tenía límites.

—¡Sunsun!

Empezaba a odiar el apodo y solo pude resoplar cuando lo vi, dándome la media vuelta para abandonar el lugar por completo. No quería escucharlo, estaba enfadada con su manera estúpida de ser y no deseaba oírlo decir nada. Ni un elogio, ni una palabra más. De hecho, quería volver a casa y encerrarme en mi pieza a llorar por lo tonta que había sido.

Pagué la fianza con el dinero que Marcus me había pasado y ni siquiera le dediqué la palabra al salir de la comisaría. No sabía que Los Ángeles podía ser un lugar tan oscuro por las noches y en las afueras de la ciudad. Me daba un poco de miedo mientras caminaba y me abrazaba los brazos en busca de calor. Sabía que mucha de la gente que estaba en esa ciudad lo había dado todo por su carrera y había quedado en la pobreza total, pero no lo supe hasta que lo vi.

Dentro de mi vida llena de privilegios, ver todo eso me sorprendió y sabía que debía agradecerle a Declan por ese golpe de realidad, pero no sabía si quería vivirlo así. Llegamos finalmente al taxi que estaba esperando por mí hacía bastante tiempo y entré sin decir una palabra. El conductor miró a Declan de mala gana y avanzó, pero ni siquiera me quejé de su actitud grosera.

—Vomita y paga doble.

Suspiré y asentí al escucharlo quejarse, pero no comenté nada porque no era mi dinero a fin de cuentas.

Una vez en la habitación, lo dejé caer sobre la cama y se dejó caer cayendo casi desplomado sobre el colchón. Las mantas desarmadas me recordaron que yo había dormido con total tranquilidad hasta que me habían levantado. No sabía qué pensar o que decirle a Declan en ese momento. Tenía tanto enojo que no podía ver y me di cuenta que se me habían llenado los ojos de lágrimas. Pero no era de tristeza, era de enojo y cansancio. Estaba harta, agotada. No había dormido bien, el viaje me había agotado, el shock, la angustia vivida y ahora eso.

—Despiertame temprano, Sunsun, tenemos cosas que hacer.

Tomé uno de los almohadones del sillón y se lo lancé directo, Declan lo recibió con un aullido de dolor. Se incorporó y noté que no estaba tan borracho como yo creía, seguramente el viaje le había hecho bien. Me miraba sorprendido, como si no tuviera derecho a enojarme por lo que había hecho. Estaba tan enojada que podía odiar esa cara hermosa en segundos y para siempre.

—No sé porque crees que voy a seguir siendo tu asistente luego de esto.

Lo solté con tanta frialdad que me sorprendió demasiado, por un momento creí que no había dicho eso, pero el rostro de Declan me lo confirmó. No sabía como identificar su expresión, creía que era de total dolor, pero había algo más. Algo que no podía definir. Tal vez ya sabía que yo iba a decir algo así, que finalmente me iba a rendir.

—No puedo culparte. ¿Quién podría quedarse con alguien cómo yo? Nadie se queda a fin de cuentas.

Me quedé en silencio unos segundos y me di cuenta que estaba harta de esa manera de ser de Declan. Se creía tan poca cosa cuando estaba lejos de serlo y yo no iba a formar parte de su manipulación.

La asistente del jefe [Editorial Scott #3 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora