Cuatro.

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Declan

La tensión estaba en el aire, la podía sentir y no podía negar que existía entre nosotros dos en ese momento. Mi pierna se movía de manera inquieta, golpeando con la punta del zapato el suelo sin parar y aun así, a ella parecía no importarle. Tenía esa sensación que había vivido en mi por muchos años, esa necesidad de gritar con fuerza sabiendo que nadie iba a escucharme. Quería correr y correr, escapar de lo que me dolía y al mismo tiempo esconderme debajo del escritorio hasta que todo sucediera. Hasta que Suni se fuera y me dejara. ¿Por qué? Porque no podía soportarlo. No podía comprender porque me estaba dejando.

Una pequeña parte de mi pedía a gritos ayuda, necesitaba de ella como si fuera agua en el desierto y yo un idiota que llevaba demaisado tiempo caminando sin rumbo. Suni se había vuelto parte de mi vida, mi necesidad a cada momento y con ella todo tenía sentido. Con ella había calma y tranquilidad. Cuando estaba perdido por completo, cuando no sabía hacia donde dirigirme solo tenía que buscarla y extender mi mano, porque sabía que ella la tomaría.

Sin Suni no sabía que iba a hacer, no sabía a quién iba a pedirle ayuda y hacía donde tenía que ir. ¿Cómo era mi vida antes de su presencia? Ya no lo recordaba y un poco de miedo me daba.

Luego de las malas noticias, nos concentramos en nuestro trabajo y ella se quedó en mi despacho, a pesar de tener un escritorio para ella sola. Le agradecí en silencio porque necesitaba tenerla cerca, incluso cuando todo a mi alrededor era tan oscuro y nublado por lo que acababa de pasar.

Suni se iba. Suni me dejaba.

¿Qué podía hacer para convencerla? ¿Que tenía que hacer para decirle que la necesitaba? No quería que se fuera a un país que quedaba demasiado lejos para visitarla seguido. Iba a viajar a un lugar en donde seguramente iba a casarse con ese idiota sacado de un drama coreano y yo iba a quedarme solo, sintiendome un tarado. Ya era un tarado, pero aún más si no la tenía.

¿Cuál era mi barrera frente a esa situación? No era tan egoísta. No quería arruinarle la vida por completo con mis sentimientos confundidos y mi mala manera de ser. ¿Quién iba a querer quedarse con alguien como yo? Llevaba años roto, con pequeños pedazos de mi alrededor de mi cuerpo y sin ser capaz de juntarlos. Todo me dolía, todo me ardía y no sabía cómo volver a ser yo. Aunque también me preguntaba si había realmente un Declan entre tanta oscuridad. No veía hacia adelante, porque lo único que había era oscuridad y sabía que estaba cayendo en una depresión enorme de la que no podía escapar.

También quería que creciera, que fuera la mujer que supuestamente quería ser. Eso me hizo entender que había mucho que no sabía de ella y que siempre hablábamos de mí porque siempre era el que estaba en conflicto. ¿Cuáles eran los sueños de Suni? ¿Quién quería ser? ¿Qué le gustaba?

—¿Eres feliz aquí, Suni? —pregunté de la nada y por un momento se notó en el ambiente la tensión en el aire. Ella levantó la mirada, que antes había estado perdida en su ordenador y me miró con esos ojitos que me volvían loco.

Jamás había sentido algo por una chica como ella. Siempre había tenido el mismo target de chicas. Impresionantes, rubias, elegantes, decididas y más grandes que yo. Había dejado que ellas hicieran lo que fuera conmigo y yo había estado totalmente de acuerdo con eso. Pero Suni llegó a mi vida demostrando que a veces no había target para cuando del amor se trataba. Era tierna, dulce, con una mirada del mundo que jamás comprendería y con una timidez que me incentivaba a querer mostrarle todo lo que no conocía. No solamente en la vida, sino también en las relaciones. Mil veces soñé con besarla, con tenerla entre mis brazos y besarla hasta el amanecer. Pero al mismo tiempo no era un maldito, sabía que para ella el romance, el amor, era lo más importante en su mundo. No podía quitarle algo así. No quería destruir su manera de ver el mundo.

La asistente del jefe [Editorial Scott #3 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora