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¿Qué podría decir de mí? Simplemente soy un Dios. Soy extraordinariamente increíble. Me gusta lo vistoso, llamativo y extravagante. Tengo demasiadas cualidades como para relatarlas, pero ya que me están preguntando: soy alto, mi rostro es francamente hermoso, acompañado por un cuerpo entrenado y sensual. ¿Qué cómo puedo hablar tan sueltamente de ello? ¿qué no estás escuchando? ¡Soy un dios!

Uzui Tengen, el dios de las festividades. No necesito un templo: mi cuerpo es el templo. He sido bendecido por variadas admiradoras y actualmente tengo 3 hermosas relaciones con mis 3 novias. Soy un llamativo profesor de artes que da las clases más espectaculares y para nada aburridas.

-Disculpe, señor cliente- interrumpió una voz irritante su soliloquio -¿puede elegir su pan? El local cierra en 5 minutos-

La mirada aguda y magenta de Uzui Tengen dejó de pensar en si mismo para enfocarse en la irritante realidad. Observó con disgusto a la muchachita que se atrevió a interrumpirlo. Una chica sin clase. Vestía su uniforme que la identificaba como la dependienta de aquel triste 7-eleven. Voz chillona, gorra café, ojos cafés, cejas gruesas... completamente intrascendente. Para nada llamativa.

-No me interrumpas, mocosa- respondió irritado-estaba en algo importante-

Otra vez sus ojos se encontraron. La mueca que simulaba ser paciente de la chica se deshizo con la desagradable respuesta del cliente. Y solo se retiró.

¿En qué había quedado? ¡Claro! Mi vida es increíblemente agradable. ¡Siempre recibo la admiración de todos! Cada día puedo disfrutar de los almuerzos que me preparan mis chicas. Veo la envidia de los demás pero los comprendo, yo también sentiría envidia de un dios. La vida es magnífica. Lástima que tengo que bajar de mi pedestal para comprar pan en una asquerosa tienda de conveniencia para tener desayuno... para nada digno de mi extravagante personalidad.

Al retomar el movimiento, una sonora y molesta alarma lo devolvió al mundo real. Rápidamente tapó sus oídos.

-¿Qué demonios?- se vio en la tienda, que ya estaba oscura. La única iluminación era de las luminarias de la calle. Como alma que se lleva el diablo, Uzui Tengen golpeó la puerta de la tienda desde dentro pidiendo a gritos que le abrieran y que detuvieran la alarma. Y como si de verdad su voz fuese mágica, la alarma y las luces volvieron a prenderse. Si bien el molesto ruido solo duró uno o dos minutos, sus oídos zumbaban.

-¡Señor cliente!- la molesta voz de la dependienta rompió el silencio. Si bien la idea era golpearla por dejarlo atrapado en la maldita tienda con la alarma del demonio, se contuvo. La muchacha vestía una chaqueta gruesa negra. Tenía su cabello cubierto por una gruesa gorra de lana de múltiples colores y sus mejillas estaba muy rojas.

-¿Cómo es que me dejaste encerrado!- se quejó, mientras se acercaba a la chica. Si bien ya era mucha mas alto que ella, enojado parecía un oso. La pequeña empezó a soltar lágrimas.

-¡Pero si le avisé a todos!- se quejó la chica, mientras se alejaba el molesto albino que la miraba con sed asesina-¡Puse el aviso de cierre den radio, apagué las luces... incluso le puse el pan en la bolsa y le cobré! ¿por qué jamás se fue!-

-¿Cómo que me cobraste?- le ladró Uzui Tengen-¡es imposible que lo haya hecho!-

-¿Ah? ¡Claro que me pagó, estúp...-

-¿Cómo?-

-Señor cliente- corrigió la chica. Respiró hondo, realmente no ganaba lo suficiente para compensar los malos ratos de trabajar en tiendas de conveniencia. Acarició su entrecejo y volvió a respirar. Realmente quería pegarle a ese ser humano. ¿Por qué Dios le daba estos retos? ¿por qué a ella le tocaban los clientes problemáticos? ¿sería la hora de atención? ¿sería ella? suspiró profundamente-Señor, ¿podría revisar su bolsillo derecho?-

Uzui Tengen, el atractivo profesor de artes de la Kimetsu Academy, ayudante de arte de la universidad de bellas artes, hizo caso de mala gana a la mocosa. Revisó su bolsillo y comprobó, muy a su pesar, que la mocosa tenía razón.

-Allí esta su boleta- añadió la muchacha, sin dejar de acariciar su entrecejo.

-Es un boleta- concedió el hombre. La muchacha lo observó, relajándose. Por fin podría irse a casa. Ya había tenido que interrumpir su vuelta a casa por culpa de ese idiota, pero ya podría por fin descansar. Menos mal que el día siguiente tenía libre.

-...pero no es la tuya- añadió.

La chica se sorprendió, posicionándose al lado del gigante para observar el detalle de la venta.

-¡Es la boleta que yo le di hace dos horas!- gritó la chica. Ahora ya estaba molesta con ese bruto analfabeto sin comprensión lectora.

-No hay nada que lo demuestre- contestó el albino. Le empezó a hacer gracia las morisquetas que hacía la muchacha, además, se lo merecía por haberle reventado los oídos.

-¿Cómo que "nada"? ¡Esta la fecha, hora, dirección, nombre de la tienda y mi nombre!- chilló la chica desesperada. La mirada de la chica había cambiado. Ya no era café aburrido y mediocre. Ahora habían cambiado a ámbar, se tornasolaban con el reflejo de las diferentes luces la tienda, luminarias y automóviles.

-"Agatsuma Senritsu-san"- leyó desde la boleta.

-Presente- dijo totalmente desganada.

-Si te disculpas por dejarme encerrado, te perdonaré- dijo el hombre, mordiendo un pedazo del pan que no recordaba haber pagado.

-No...- dijo la mujer hecha bolita, enfrentando la mirada granate-tú tenías que irte, fue tu culpa quedar encerrado. No me disculparé-

-Si hago un reclamo formal, te van echar- amenazó desinteresadamente. Realmente no tenía ganas de cumplir su amenaza, pero quería amedrentarla. Era un Dios y quería su disculpa.

-La estación de policía esta 2 cuadras y mi nombre ya lo tienes- dijo Agatsuma -pero si dejo de trabajar voy a darme el gusto- la pequeña tomó aire para soltar, con su voz más estridente-¿QUIEN TE CREES, IDIOTA? ¿COMO MIERDA VA A SER TAN DIFICIL ELEGIR PAN PARA DEMORARTE 2 HORAS? ¡ERES UN IMBEEEEEEECIL!-

Se hizo un silencio. Solo se escuchaba la respiración agitada de la muchacha. Sus mejillas estaban rojas. Sus ojos llorosos, sus cejas fruncidas y sus labios rojos.

Ligeramente menos ordinaria.

Dios de la festividad vs Diosa de la calamidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora