Capitulo 2

81 4 0
                                    

Disfrute plenamente de los entretenimientos del fin de semana de cuatro días de la boda de mi mejor amiga durante diez minutos antes de ver a su hermano apoyado en la barra del bar, con aspecto incómodo y fuera de lugar, hablando con el futuro novio.

 

—Oh, Dios mío, Char —dijo Tina Jacobs a mi lado—. ¿Cómo has conseguido que tu hermano salga de ese rancho suyo?

 

Me volví despacio para mirar a mi amiga Charlotte Holloway.

 

—Oh, mira. —Forzó una sonrisa—. Rand está aquí. ¿No es estupendo, Stef?

 

Yo solo me quede mirándola fijamente. Ella sonrió aún más.

 

Yo fruncí el entrecejo.

 

—Está bien, vale —dijo con aspereza, porque se sentía culpable y los dos lo sabíamos—. Te mentí. Mi hermano sí que estará en mi boda. — Me agarró firmemente por el bíceps, asegurándose de que no iría a ningún lado—. Pero este fin de semana no se trata de ti, se trata de mí y de Ben. No estás aquí para divertirte, estás aquí para mantenernos a los dos cuerdos.

 

Le lancé una mirada.

 

—Stefan Michael Joss —dijo tajantemente y usando mi nombre completo, lo cual nunca solía hacer—. ¡Vas a dejar de estar molesto en este instante! ¡Esta es mi boda, por el amor de Dios!

 


 

 

Pero ella había jurado y perjurado que su hermano y yo no nos cruzaríamos. De no haberlo hecho, yo habría estado preparado, pero, en cambio, creía que él había tenido que quedarse en casa para herrar algo, hacer algo o disparar a algo.

 

—Como si fuera a casarme sin Rand. ¿Cómo iba a ser eso posible?

 

Él es el cabeza de familia, Stef.

 

¿Desde cuándo le importaba?

 

—Usa la cabeza, Stef. Ambos sabemos que, en realidad, no pensabas que fueras a salir de aquí sin tener que ver a Rand.

 

Pero sí lo pensaba, porque ella lo había prometido.

 

—Él vive como a una hora de distancia, Stef. ¿En serio pensaste que no iba a venir?

 

—Me prometiste que estaba demasiado ocupado para dejar el rancho

 

—repetí lo que ella había dicho hacía alrededor de un mes cuando le había dado evasivas.

 

—Mentí, evidentemente. —Arqueé una ceja como respuesta—. Siento haberte mentido, pero no puedes irte. Tu nombre está en el maldito programa de la boda.

 

Tenía razón. Se habían imprimido doscientos, y no eran baratos. Lo sabía porque ella me lo había dicho mil veces, un montón de papel hecho a mano con hojas de papel de plátano y cinta.

En el momento perfecto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora